La familia de Raúl Gómez-Zurdo nació en Valencia; su familia procede de Madrid y de Galicia. Estudió Historia del Arte y piano; después parte a Madrid a estudiar Cine, allí trabaja en el medio audiovisual durante muchos años como realizador de cortos («Memoria de tragaluz», Premio Mejor corto español en Cinema Jove), compositor de bandas sonoras y también en producción. «En el río», sobre la vida en un orfanato en la selva de Guatemala, donde trabajé como cooperante, y «Chaval» (Premi Tirant Avant al Mejor Largometraje Documental) sobre la vida del maqui «Chaval» y la evacuación a Francia de los maquis del AGLA que él llevó a término), son los dos documentales que ha realizado a lo largo de los últimos años.

Actualmente Gómez-Zurdo imparte cursos de Mindfulness y clases de dirección, guion y producción cinematográficos. Su último cortometraje, «Ludwig y Johanna» (2019), sobre Beethoven, se distribuye actualmente por todo el mundo. Asimismo, se encuentra en fase de financiación de «Solemnis», un largometraje sobre los últimos años de la vida del gran compositor alemán. «Serpientes de fuego» es su primera novela, una historia basada en hechos reales, que se prolonga desde los últimos años del largo conflicto armado guatemalteco hasta 2005.

Pregunta: ¿Por qué “Serpientes de fuego”? 

Respuesta: “Serpientes de fuego” nace de una necesidad muy profunda de comprender la mente y el dolor humanos. De una pregunta íntima: ¿Por qué, buscando la felicidad, acabamos causando tanto dolor? Creo que la frontera entre el Bien y el Mal no está definida y que nosotros la bordeamos de continuo, adentrándonos a veces en terrenos muy oscuros. Arnaldo Elías, el protagonista, un antiguo militar que se ahora trabaja como lanchero en un orfanato de la selva, transita esa frontera. Es un superviviente. Quiere vivir. Por destino, se ve envuelto en la mayor de las crudezas, pero no deja de admirar la belleza de la vida. Ama al jaguar, la tormenta de cada noche y la pureza de un atardecer en una aldea recién arrasada. Él me contó esta historia. Hay que escuchar a todo el mundo y Arnaldo tenía mucho que decir. Yo le escuché y mi mundo se abrió.

P: Háblanos primero de tu experiencia en Guatemala. 

R: Yo viajé a la selva de Guatemala como cooperante. Estaba en un momento vital en que necesitaba un cambio fuerte. Me encontré con gentes que habían salido despedidas del conflicto armado como meteoritos y vagaban por selvas y pueblos sin rumbo, a lo que surgiera. Allí me encontré con niños sonrientes que habían sido abusados, con bebés recién llegados que eran hijos de niñas entregadas en adopción dieciocho años antes y que, al poco de salir del orfanato, quedaron embarazadas y entregaron a su bebé de nuevo. Me encontré con la repetición trágica de las cosas. Pura tragedia griega, vaticinada y cumplida una y otra vez. Pero, también, al poco de llegar allí, ya me di cuenta de que los cambios profundos no se producen al viajar a sitios duros o exóticos, sino al viajar dentro de ti. Cambiamos de trabajo, de ciudad, de pareja, de actividad deportiva, de pelo, de vivienda, pero el patrón habitual no tarda en resurgir de la ilusionante novedad. Guatemala me transformó de un modo que aún desconozco. Es como si hubiese sembrado en mí algo que germina poco a poco, en frutos extraños que recojo a medida que maduro.

P: ¿En qué momento surge la idea de convertir esta historia a una novela? 

R: La llegada de mis hijos ha producido en mí esos cambios profundos de que hablaba antes. Sin moverme de casa, ellos han puesto patas arriba toda mi vida. Han dado sentido a tantas cosas vitales y, al mismo tiempo, han hecho que me despoje de mucho sobrante. Guatemala siempre está dentro de mí, pero tal vez con el cuidado de mis hijos, al reconciliarme con partes del pasado y comprender a mis padres, al contemplar la fugacidad de la vida, la idea de escribir esta novela ha surgido con una fuerza irresistible. Hay que contar lo que pasa allí. Hay que saber cómo viven en ese lugar aquellos hermanos nuestros del mundo. Tan lejos y tan cerca. Niños como mis hijos, viejos como mis viejos padres.

"Escribir es un acto sanador"

P: ¿La ficción te ayudó a entender lo vivido? 

R: Desde luego. Escribir es un acto sanador. Brahms, el gran compositor alemán, decía que componer no era difícil: lo verdaderamente difícil era dejar caer bajo el escritorio las notas innecesarias. El proceso de escritura te ayuda a entenderte y, en consecuencia, a entender el mundo. Cada coma, cada punto, cada aparición de un personaje, cada paisaje, adquieren la función de explicarte qué lugar ocupas en tu propia vida. Si es posible contarlo con menos. Si mayor desnudez o precisión explicarán mejor tu idea. Al despojarte, te encuentras.

 P: ¿Tu literatura es más latinoamericana que española? 

R: Mis amores literarios son tanto americanos como europeos o asiáticos. Rulfo y Faulkner me han influido tanto como Dostoievski, Mishima, Camus o Walser. No creo en las etiquetas o en las marcas de estilo generalistas. En Europa hay tanto “realismo mágico” como en Latinoamérica, sólo que en otros modos, bajo otras perspectivas. Hay otras nieblas, otras lluvias, otros fantasmas. Creo que nos inculcan la noción de dividir el mundo entre aquello y esto, entre sueño y vigilia, muerte y vida, real o irreal. Yo no estoy seguro de que sea así. El Arte lleva milenios rebelándose contra esa y todas las divisiones.

P: ¿Qué te aportó el cine a la hora de narrar la novela? 

R: Autores como Tarkovski, Pasolini o Mizoguchi me han enseñado a vivir. Su forma de mirar, de atravesar las paredes del tiempo o de fundir sin solución de continuidad planos de realidad, sueño o ficción, me han despertado. Pero también la música. Esos autores, por ejemplo, eran grandes melómanos, se nutrían de la música. En la novela hay un cooperante que toca a Bach en su traverso barroco frente al río, mientras los niños se bañan en él. Arnaldo siente que esa música lejana, europea, le ama, le enardece, le hace comprender la profundidad de su propio río.

"A Guatemala fui a dar y me volví cargado de tanto que me dieron"

P: ¿Piensas en Guatemala? 

R: Cada día. Fui a dar y me volví cargado de tanto que me dieron. Pienso en lo que me regalaron aquellos niños abusados y en las miradas profundas de aquellos que habían sobrevivido a la guerra y al narco o a una serpiente de coral. Pienso en aquel tumulto constante de sensaciones intensísimas, que te hace vivir varias vidas en una semana. De alguna manera, yo soy Guatemala.