Alpha Decay publica Los vivos y los muertos, de Joy Williams, autora de una breve pero excelente trayectoria, pero hasta ahora inédita en nuestro país. 


Desde su debut con la aclamada State of Grace en 1973, cuatro novelas y cuatro colecciones de cuentos conforman hasta el momento la obra de Joy Williams, una de las escritoras norteamericanas más respetadas de los últimos años. Sin embargo, hasta ahora con la publicación de Los vivos y los muertos, novela que data del 2000, se había mantenido inédita en nuestro país.


Williams, como autora de relatos y de novelas, parece desdoblarse en cuanto a estilo en dos tipos de creadora. La primera, más atenta a la vida cotidiana de la clase media norteamericana en la línea de esa herencia literaria que usa el formato corto para ahondar, desde una cierto acercamiento pretendidamente realista, en las miserias ocultas bajo la ordenación burguesa de la sociedad de su país. La segunda, la novelista, en cambio, posee unos intereses temáticos similares a sus relatos pero se acerca a ellos mediante un cierto alejamiento de la realidad o, mejor dicho, desde una clara manipulación de ella al transformarla y violentarla para que sin perder su rasgos definitorios aparezcan elementos cercanos a la fantasía pero perfectamente introducidos en esa nueva realidad creada. En Los vivos y los muertos, la localidad desértica de Texas en que se desarrolla la acción nos puede resultar reconocible, y sin embargo, gracias al perfecto manejo de la autora de las descripciones y de la creación de una atmósfera que poco a poco va volviéndose más enfermiza, nos encontramos en un territorio desconocido, extraño.


Y dentro de él pululan una serie de personajes, algunos normales, otros estrambóticos, creando un conjunto humano heterogéneo pero en cuyo interior anida un profundo malestar, cada uno el suyo, en el que la pérdida y la culpa tienen un lugar preeminente. Williams crea una narración, quizá excesivamente larga, en el que los vivos parecen estar muertos y los muertos parecen estar vivos, rompiéndose toda lógica hasta convertir la situación en algo plausible, porque lo que interesa a Williams es crear un conjunto devastado, sin caer en el tremendismo, siendo conmovedora cuando es necesario pero también violenta, introduciendo notas de humor ácido para relatar unas vidas estancadas en un desierto que, al final, parece un espacio fuera del tiempo y del espacio y en el que la presencia animal, salvaje y dañada, la única que vive en armonía.