Larry Brown: Padre e hijo

 

Larry Brown (1951 – 2004) es un autor al que hemos tardado en leer en España porque no hubo traducciones hasta 2010 (el libro de relatos Amor malo y feroz, que Bartleby Editores publicó con traducción de Luis Ingelmo), algo que parece que va consolidándose gracias a la editorial Dirty Works, que ya nos ha ofrecido dos novelas de Brown: Trabajo sucio y Padre e hijo, ambas traducidas por Javier Lucini. Ésta última es la que nos ocupa ahora. Padre e hijo fue una de las mejores obras literarias del año pasado. Larry Brown no se anda con indulgencias en sus historias: suelen poblarlas perdedores, pobres diablos, gente que ha sufrido la guerra o la prisión, o trata de salir del alcoholismo o de la mala suerte.

 

Años 60. En la novela hay un hombre que regresa a su pueblo: Glen Davis, un malnacido que acaba de salir de la cárcel tras cumplir condena por atropellar a un niño mientras conducía borracho. La única persona que lo espera a la salida es su hermano. En el hogar familiar le queda su padre, viudo y enfermo, un hombre al que Glen detesta. Durante los primeros días el lector va enterándose de que, aunque Davis es un auténtico hijo de perra, capaz de rechazar a su propio hijo, violar a una joven o matar a quienes aún tienen deudas pendientes de honor con él, arrastra un pasado obstruido por el dolor y las tragedias (la muerte de un hermano, el alcoholismo y el desprecio de su padre cuando eran niños, el cáncer de su madre, las rivalidades con otros habitantes…). Todas esas desgracias han ido esculpiendo su identidad, la de alguien incapaz de amar o de perdonar. Atrás ha dejado a una novia con la que no quiere casarse y un hijo al que se niega a reconocer, pero el sheriff del pueblo mantiene relaciones con la chica, lo que constituirá el detonante para que Glen Davis estalle.

 

Larry Brown, con paciencia y narrando como los clásicos norteamericanos, nos introduce despacio en la historia. Nos conmueve y nos hiere cuando descubrimos ese sórdido universo rural en el que las mujeres sufren por culpa de hombres desalmados, crueles, egoístas y capaces de las mayores violencias. Nos estremece cuando leemos esas pequeñas historias de vidas que se han ido o se están yendo por el sumidero, con hombres que tratan de asumir su imparable vejez y su mala estrella. Una novela inmensa.

 

 

Harry Crews: La maldición gitana

 

Yo tenía motivos de sobra para estar amargado, pero no lo estaba, afirma el singular protagonista de esta novela, Marvin Molar, uno de los personajes más extraños y atípicos de la literatura norteamericana. Molar nació con unas piernas de siete centímetros y medio que no le sirven para nada, aunque prefiere no amputárselas (pese a que en realidad sean un engorro); para poder desplazarse, ha desarrollado unos brazos de titán. Marvin es sordomudo y fue abandonado de niño por sus padres, pero lo recogió un boxeador. Convive en la parte superior de un gimnasio junto a tres hombres sonados por culpa de los golpes en el ring y de las hazañas imposibles. Y pese a ello tiene algo de suerte porque es un fenómeno haciendo equilibrios y demostraciones (con las que se gana el jornal) y, sobre todo, porque su novia es una mujer de piernas espectaculares que siempre magnetiza a los hombres: Hester. Y Marvin piensa que está atado por la maldición gitana que le echó un hispano al proferir: ¡Que encuentres un coño a tu medida! Lo cual significa que Molar está enamorado hasta el tuétano… y el amor, como él ya sabe, logra que uno haga locuras, que sea celoso y suspicaz, que se pliegue a los deseos de su pareja, que sea capaz de cualquier cosa por ella.

 

La maldición gitana es una de las novelas más sórdidas de Harry Crews (1935 – 2012), un autor que siempre nos ha llegado a España gracias a (again) Javier Lucini, traductor y editor de Dirty Works y antaño de A. Machado Libros. Ahí están Cuerpo, El cantante de góspel, Una infancia y El amante de las cicatrices para demostrarlo. Crews fue una especie de punk de la literatura, un tipo cuyas historias pueden herir la sensibilidad de aquellos que creen que todo debería ser políticamente correcto. Por sus novelas desfilan los culturistas, los impedidos, la gente sonada, los paletos, los borrachos…

 

Poco después de empezar la novela, Hester insiste en que quiere vivir en el gimnasio con Marvin porque sus padres la acaban de echar de casa. Molar sabe que no es buena idea que una mujer conviva con tres individuos a los que les faltan varios tornillos, pero está sujeto a la maldición porque está perdidamente enamorado. La maldición gitana, en realidad, también analiza lo que ocurre cuando entra una mujer en un entorno hogareño habitado exclusivamente por hombres: que trae el orden, la organización, la limpieza. Que mete sentido común y clasificaciones en un sitio donde todo era suciedad y vagancia. Las historias de Crews son así: nunca sabes por dónde va a salir, y el impacto del desenlace te deja mudo y frío. Su estilo, con mucho ritmo, apuesta siempre por huir de las concesiones, por jugarse el gañote diciendo cosas incómodas, por mostrarnos la cara más sucia de una sociedad. Manténganse alejados los pusilánimes.