Carlos Javier González Serrano (Madrid, 1985) se dedica a divulgar la resistencia del pensamiento desde distintos ángulos. Profesor de Filosofía y Psicología, orientador en la etapa de Bachillerato, director del programa A la luz del pensar (RNE), director Científico del Café del Observatorio Social de la Fundación La Caixa, presidente de la Sociedad de Estudios en Español sobre Schopenhauer, publica el ensayo 'Una filosofía de la resistencia' (Ediciones Destino, 2024). "Reivindico un pensar alegre y en comunidad que abogue por cuestionar las estructuras que nos convierten en seres sufrientes y meramente adaptados", nos explica en la entrevista. En medio de las confusiones que hoy saturan, recurre al poeta y filósofo Giacomo Leopardi para decir que "las ilusiones y la imaginación son los auténticos motores de nuestra existencia".

No creo que debamos hablar de personas estúpidas (¿quién no lo es o ha sido en algún momento de su vida?), sino de situaciones y contextos que impiden el desarrollo de un pensamiento independiente

Edgar Borges: ¿La estupidez se trae, se aprende por inercia o la inoculan? 

Carlos Javier González Serrano:  No podemos ser ingenuos y partir del ideológico y sesgado supuesto de que todas las capas sociales cuentan con las mismas posibilidades para poder salir por sus propios medios de un estado de indolencia, apatía o desidia. Numerosas instituciones políticas y económicas, amparadas bajo el almibarado dogma de la meritocracia, pasan perversamente por alto el hecho de que cualquier sujeto nace condicionado por unas estructuras determinadas, por unas premisas sociales, económicas y culturales que no siempre facilitan un desempeño consciente de nuestra inteligencia y, por extensión, de nuestra libertad. No creo que debamos hablar de personas estúpidas (¿quién no lo es o ha sido en algún momento de su vida?), sino de situaciones y contextos que impiden el desarrollo de un pensamiento independiente e incluso -y esto es lo peligroso- que fomentan, asientan y normalizan la necedad, la indiferencia y la abulia.

El reto de quienes hoy nos dedicamos a la docencia (en cualquier etapa formativa) y a la difusión de la cultura no es el de arrogarse el derecho de poder decidir quién es estúpido y quién no, sino el de intentar que toda la ciudadanía esté en igualdad de condiciones para poder pensar su propia circunstancia. La estupidez no es una característica psicológica, sino un estado deliberadamente inducido por quienes tienen interés por mantenernos estupidizados. Por eso hoy es tan importante la acción social, la ayuda comunitaria: acompañarnos mutuamente en el desarrollo de una común reflexión sobre los malestares que nos acechan y subyugan. 

E. B: ¿La literatura (por lo menos la más visible) vive un proceso de edulcoramiento? ¿La industria ha impuesto una literatura descafeinada? 

C. J. G. S: Este tipo de preguntas parten del sesgo, siempre problemático, de que existe una “alta” y una “baja” cultura. Porque literatura “edulcorada” ha existido siempre. Ya Kant, por ejemplo, en el siglo XVIII, pensaba y defendía en sus escritos antropológicos y pedagógicos que las novelas sólo sirven para introducir emociones inútiles y vacuas en nuestro ánimo y que dificultan, a su vez, un más alto desarrollo de nuestra inteligencia. Hay quien, por otra parte, mantiene que la filosofía no es más que un género literario, sólo que más sesudo, de sujetos que se dedican a teorizar sobre interrogantes que no pueden tener ni tendrán nunca solución.

No creo que el punto de mira haya que ponerlo en si la literatura actual es más o menos edulcorada, entendiendo con este calificativo “de menor calidad” que la de un Goethe, una Virginia Woolf, un Victor Hugo o una Marguerite Duras. Lo auténticamente relevante es el foco de nuestra atención, dónde está puesta y, sobre todo, si estamos dispuestos a asumir que somos nosotros quienes podemos escoger dónde deseamos dirigirla.

Esto se relaciona directamente con el bombardeo hiperestimular al que estamos sometidos: si por todas partes nos venden como espectacular e “imprescindible” la última novela de ocasión, el último premiado de un galardón comercial, etc., y el poder mediático para llevar a cabo esas acciones publicitarias lo poseen grandes emporios económicos, es mucho más sencillo teledirigir nuestra conducta. No se trata de saber discernir entre buena o mala literatura, sino de estar en disposición de hacerlo, es decir, de contar con las herramientas intelectuales necesarias para poder elegir.

De modo que, en la actualidad, nuestro auténtico reto no es tanto el de asumir que hay peor o mejor literatura (esto ha sucedido y sucederá siempre), como el de subvertir las dinámicas de los mercados conductuales, que intentan adueñarse de nuestra atención hacia los productos que más convienen para alimentar al voraz y siempre insaciable sistema productivo.

portada una filosofia de la resistencia carlos javier gonzalez serrano

E. B:  La razón y las emociones. Se habla de ambos temas como si fueran asuntos contrapuestos, como si el ser humano tuviera que optar y no integrar. 

C. J. G. S:  Y más que nunca me parece un error. Vivimos y habitamos el mundo desde un cuerpo. Desde un cuerpo emocionado. Hemos pasado demasiado tiempo ignorando o condenando nuestra condición corporeizada. Hay un autor, del que no suele hablarse mucho -tampoco en la universidad-, que denunció sin tapujos la preeminencia que desde los inicios del pensamiento occidental ha tenido lo racional frente a la imaginación. Me refiero a Giacomo Leopardi. En numerosos lugares de su bellísimo Zibaldone de pensamientos, así como en algunos de sus diálogos morales, Leopardi se refería a las ilusiones y a la imaginación como los auténticos motores de nuestra existencia, cercenados y atrapados en muchas ocasiones por las ínfulas de una presuntamente todopoderosa razón que siempre nos indica el camino más correcto y eficiente para alcanzar el “progreso”.

También la razón puede llegar a ser potencialmente peligrosa, incluso pérfida y cruel

Gran parte de nuestros malestares contemporáneos vienen dados por esta tradición constrictora-racionalista. También la razón puede llegar a ser potencialmente peligrosa, incluso pérfida y cruel. No en vano escribió Schopenhauer que la auténtica maldad necesita de un alto de grado de premeditación, es decir, de racionalidad: el malvado planea cómo hacer el mal. 

Vivimos una crisis de corporalidad porque existimos completamente sedados por la cultura de la estimulación y de la gratificación constante. Quien es continuamente recompensado olvida sus malestares y prefiere permanecer anclado a los permanentes incentivos -vacíos pero tan atractivos- que ofrece nuestro entorno. Introducidos en este bucle, no logramos ser conscientes por entero de nuestro cuerpo, que ha sido domado por la industria del consumo y el secuestro de nuestra atención. 

E. B:  Después de la metafísica como moda devastadora, ¿no estamos entrando en una desmedida promoción de la angustia? 

C. J. G. S:  Habría que pensar a fondo si la metafísica ha sido alguna vez una moda devastadora, pero desde luego sí me parece que hemos enfermado de expectativas, hemos enfermado por encontrar “el sentido” de la vida, y se podría decir que toda metafísica ha quedado absorbida por el dispositivo productivo que intenta convertirnos en nada más que en consumidores: de experiencias, de películas, de música, de podcasts. La angustia y el sufrimiento, en este sentido, se han transformado en una industria muy lucrativa, que explota nuestros malestares para poder mitigarlos con técnicas disciplinantes: lo importante no es cuestionar los orígenes y las causas de esos malestares, sino saber adaptarnos a ellos, poder sobrellevarlos. 

Se nos ha introducido, a partir de la normalización de la IA en todas las esferas de nuestra vida, en un modo algorítmico de vivir presidido por la customización o personalización

E. B:  En paralelo a la instrumentalización de la IA, el individuo vive una etapa de emociones desatadas. En la vida diaria irrumpen una serie de estimulantes que no dan tregua al pensamiento. ¿Esto tiene un fin o forma parte de una respuesta natural? 

C. J. G. S:  Adaptativamente estamos preparados para poder responder a las exigencias de nuestro entorno. La pregunta que deberíamos hacernos es si debemos acomodarnos o ajustarnos a todo tipo de exigencia. Se nos ha introducido, a partir de la normalización de la IA en todas las esferas de nuestra vida, en un modo algorítmico de vivir presidido por la customización o personalización. Todo parece hecho para nuestro goce y disfrute, y cuando se presenta alguna circunstancia onerosa y el fluir de la gratificación fácil y vacía se detiene, nos sentimos frustrados, tristes, abatidos. Reivindico un pensar alegre y en comunidad que abogue por cuestionar las estructuras que nos convierten en seres sufrientes y meramente adaptados. 

Vivimos rodeados de todo un aparataje propagandístico que nos empuja a ser felices sin que, sin embargo, podamos llegar a serlo jamás

E. B:  La imaginación es la respuesta. Pero, ¿la imaginación también la adoctrinan? 

C. J. G. S:   Por supuesto. Vivimos rodeados de todo un aparataje propagandístico que nos empuja a ser felices sin que, sin embargo, podamos llegar a serlo jamás. La adquisición de felicidad o el momento de la plenitud siempre nos son presentados como permanentemente dilatados en el tiempo, con lo que se generan unas expectativas que mantienen al sujeto entretenido y narcotizado. Estamos hartos de encontrarnos con la máxima del “si quieres, puedes”. Y no, no todo se puede. La meritocracia parte de la falsa premisa de que todos, sin excepción, podemos alcanzar cualquier deseo que se nos presente. 

E. B: ¿Qué diferencia a la actual clase trabajadora en relación a las de otras etapas? 

C. J. G. S:  Me parece muy acertado el punto de partida de la Escuela de Frankfurt: siempre que aparece la expresión “clase trabajadora” se intenta ningunearla, se intenta silenciarla como un presupuesto ideológico marxista. Deberíamos preguntarnos por qué. Me alineo con las ideas de Mark Fisher en este sentido, cuando se refiere, más bien, a la “clase subyugada”: nos han convertido en seres emocional e intelectualmente vulnerables que nunca pueden llegar a encontrar unas condiciones de vida habitables y a los que se insta permanente e insidiosamente a “salir de la zona de confort”, cuando es tan difícil llegar a tenerla. No deberíamos preguntarnos tanto cómo llegar a ser felices como por qué existe una obsesión institucional por que queramos alcanzar siempre y a toda costa la felicidad. Si vivimos lanzados de continuo hacia el futuro, olvidamos pensar y pensarnos en y desde el presente. 

Vivimos insertos en una sociedad que impide el silencio y que premia el ruido constante

E. B:  El silencio y el paseo. ¿Se convertirán en respuestas subversivas del futuro? 

C. J. G. S:  Resulta evidente que vivimos insertos en una sociedad que impide el silencio y que premia el ruido constante. Es habitual y desconcertante observar en cualquier ciudad cómo todos vamos parapetados bajo el yugo de nuestros auriculares, bien porque nos molesta el ruido circundante, bien porque no toleramos ya el silencio o, incluso, porque queremos permanecer aislados en nuestra esfera privada. Pasear o disfrutar del silencio son acciones subversivas en términos individuales, para poder habitar nuestro presente y eludir las garras de la cultura hiperestimulada, pero no son la solución. La auténtica vía para comenzar a liberarnos de la opresión estimular y del rapto de nuestra atención es trenzar lazos sociales a través de la palabra compartida (análisis comunitario de nuestros malestares: en colegios, institutos, universidades, librerías, bibliotecas…) para vertebrar acciones conjuntas de revisión de nuestros modos de vida. 

E. B:  Eres estudioso de unos cuantos autores claves. Quiero que me relaciones el pensamiento crítico de algunos de ellos vinculado con la sociedad actual. 

C. J. G. S: *Virginia Woolf. La reflexión sobre el pasar del tiempo. ¿Cómo y de qué manera decidimos habitar nuestro tiempo de vida?

*Fernando Pessoa. Dice Pessoa en un verso que somos “el lugar que piensa”. Atrevernos a serlo, poner las condiciones para que pueda darse ese pensar. 

*Friedrich Nietzsche. Creación de nuevos valores que trascienda la tiranía consumista y la opresión de la expectativa siempre dilatada. 

*Hannah Arendt. La palabra y la acción compartidas como núcleos de la vida política, es decir, de la vida en común.  

*Sylvia Plath. La muerte de la imaginación, de la mirada que erotiza la realidad y conserva su misterio, es la muerte en vida. Para fomentar esa imaginación, una educación fundada en la promoción y en el desarrollo de la curiosidad es clave.

*Edgar Allan Poe. Puede que el auténtico horror de hoy no sean nuestros monstruos interiores, sino los espectros que el sistema productivo ha normalizado y depositado dentro de nosotros: rapidez, hiperestimulación y angustia y ansiedad por responder a las expectativas sociales.

*Simone Weil. Nuestro auténtico poder reside en la atención: en saber y poder dirigirla.

*Pío Baroja. La fuerza del individuo para perseverar en un contexto automatizado y teledirigido.

*León Tolstói. La introspección como un primer movimiento hacia la conciencia de los dispositivos disciplinantes que nos oprimen emocional e intelectualmente. 

*Antón Chéjov. La existencia como escenario teatral: ¿estamos dispuestos a ocupar el espacio actoral que a cada cual nos corresponde, es decir, ser conscientes de nuestra responsabilidad social?

*Alejandra Pizarnik. La soledad y la incomunicación son temas recurrentes en sus maravillosos diarios. ¿Cómo superar la esfera privada a la que la actual cultura nos somete y poder generar lazos sociales que no nos hagan sentir como átomos tristes y aislados?