Sorprende la sinceridad con la que Pepe Pérez-Muelas (Lorca, 1989) habla en primera persona de salud mental y sus demonios interiores. "Soy el claro ejemplo de lo que pasa con la salud mental, no confiaba en los psicólogos y pensaba que la gente padecía ansiedad porque era débil", así hasta que explotó, confiesa con franqueza. Paradójicamente, el peor momento coincidió con el éxito de su primer libro, 'Homo viator', lo que aumentó la presión. "Soy profesor en un pueblo, una persona humilde, y de pronto estaba en presentaciones, en periódicos, compartiendo tertulias con escritores a los que leía. Pensé que todo era un error cósmico”.
Para él lo más difícil fue admitir que estaba enfermo y que no pasaba nada por ello. “No eres más débil ni peor persona por tener ansiedad”, asegura. La escritura fue su refugio, el modo de ordenar el caos interior. Así surgió 'Días de sol y piedra' (Siruela), una creación literaria de difícil clasificación, según el autor: "Es una confesión laica, un libro íntimo, una especie de diario y también un libro muy narrativo que se puede leer como novela".
Pepe Pérez-Muelas se desnuda en este libro, y habla de sus miedos y anhelos. Todo ello en un escenario excepcional, Italia, telón de fondo de este viaje físico y emocional recorriendo en bicicleta más de 1.000 kilómetros desde los Alpes hasta Roma por la Vía Francígena, una antigua ruta de peregrinación. Toda una odisea para alguien que nunca había practicado ciclismo y que, sin embargo, consiguió culminar en 14 días.
El viaje ha sido una aventura sanadora que quiere compartir con los lectores. "No pasa nada si no somos perfectos” enfatiza el autor, que combina en el texto las reflexiones íntimas con la evocación de un paisaje cultural: Homero, Petrarca, Primo Levi, Pavese, Turner o el propio viajero moderno que busca sentido entre ruinas.
Entrevista con Pepe Pérez-Muelas: "No eres más débil ni peor persona por tener ansiedad"
P.- En este libro te abres en canal y focalizas el discurso en algo que hasta hace bien poco se consideraba tabú, como es la salud mental
R.- Soy el claro ejemplo, el prototipo de lo que pasa con la salud mental. Esto de los psicólogos me parecía un poco cuento, no confiaba en ellos, pensaba que la gente padecía ansiedad porque era débil, muy blanda. Durante dos años he padecido una ansiedad brutal, bordeando la depresión, sin saber, incluso, que lo estaba sufriendo. Así hasta que exploté y descubrí que necesitaba ayuda psicológica. Lo que más trabajo me costó fue admitir que estaba enfermo y que no pasa nada por ello. No eres más débil ni peor persona por tener ansiedad.
El viaje a Italia ha sido la culminación de mi sanación, de mi curación. También para poder rearmarme y asumir que no pasa nada si no somos perfectos. Y una cura de humildad, fíjate, yo me diría que es una cura de humildad.
P.- Ha sido, digamos, un libro terapéutico.
R.- Sí, muy terapéutico. Hago una primera redacción del libro mientras estoy pedaleando. Lo escribo por las tardes cuando llego al monasterio o al convento, donde me quedo a dormir, y veo poco a poco cómo voy sanando, cómo pongo blanco sobre negro por las ideas y los sentimientos que he tenido. Cuando hago el viaje ya me encuentro bastante mejor, casi curado, y lo que hace es demostrarme que puedo volver a ser el de siempre.
P.- Es también un viaje físico, en bicicleta, pedaleando más de 1.000 kilómetros hasta Roma. ¿Eres aficionado a este deporte?
R.- No, me compré la bicicleta, en el mes de marzo y el viaje lo hice en julio. Había practicado unos 10 fines de semana antes de partir para Italia. He sido bastante atrevido.
El miedo domesticado puede ser un buen compañero de viaje, un compañero sabio

P.- El miedo es un protagonista indirecto de ‘Días de sol y piedra’. ¿Crees que es inevitable, que forma parte de la naturaleza humana?
R.- Nacemos con miedo, morimos con miedo y el miedo nos acompaña. Hasta cierto punto, el miedo domesticado puede ser un buen compañero de viaje, un compañero sabio. El miedo es lo que nos hace ser prudentes, nos hace reflexionar y tomar decisiones justas o, por lo menos, mucho más meditadas. Yo necesito el miedo para para seguir viviendo, lo que pasa que ahora reconozco la anatomía de ese miedo perjudicial, que he llevado siempre.
He llegado a pensar que el éxito se debía a una especie de error cósmico
P.- Tu primer libro fue todo un éxito de crítica, ¿has sufrido el síndrome del impostor?
R.- Cuando peor estaba, me encontré con la explosión de ‘Homo viator’. Soy profesor de un instituto en Olivares, un pueblo de Sevilla, soy una persona humilde que vive con su mujer, tuvimos un hijo en el mes de mayo... Es decir, yo no estaba preparado para esto. No soy Irene Vallejo ni vendo millones de ejemplares, pero sí he tenido cierto posicionamiento, de la noche a la mañana te ves en presentaciones, en periódicos, compartiendo tertulias con la gente a la que yo leía, en una vida que pertenecía a los demás, pero no a mí. Todo esto me viene de golpe y no supe gestionar ciertas situaciones, incrementó mi ansiedad y este síndrome del impostor. He llegado a pensar que el éxito se debía a una especie de error cósmico. Ahora lo estoy empezando a disfrutar. Antes me preocupaban mucho las presentaciones, pero no pasa nada si va poca gente, eso no depende solamente de ti.
Me quedo con lo importante, que es la escritura. ‘Días de sol y piedra’ era el libro que quería y necesitaba escribir. Estoy muy contento del estilo que he alcanzado, el tono y las cosas que cuento.
El viaje es el telón de fondo e Italia, el escenario, pero, yo diría que es una confesión laica, por supuesto, un libro íntimo, una especie de diario

P.- ¿Cómo calificarías ‘Días de sol y piedra’? ¿Un ensayo, un diario, un libro de viajes?
R.- Es un poco inclasificable. No es un ensayo. El viaje es el telón de fondo e Italia, el escenario, pero, yo diría que es una confesión laica, por supuesto, un libro íntimo, una especie de diario. No encuentro la palabra adecuada, es un híbrido también, un libro muy narrativo que se puede leer como una novela porque hay personajes y hay trama. Es un libro que habla sobre mí, que me desnuda, que habla de mis miedos y mi anhelo. Está Italia también.
P.- El mundo clásico te apasiona y en este libro aparece de forma muy personal, a través de Homero.
R.- Sí, está en mi educación, en lo que yo soy. Homero es un símbolo de lo que fue Grecia y que está muy presente en la civilización occidental. Para mí el mundo clásico no es solamente un pasado, es un punto de apoyo, es también una forma de entender el presente, de planear el futuro. Me gusta poner el ejemplo de las ruinas, no son ese hueco de la historia, lo que ha quedado de un pasado más o menos mítico, son el punto de partida de muchas de mis reflexiones, de muchas de mis acciones. Roma es la ciudad entre ciudades, por su belleza, pero también por su melancolía, por su reflexión. Es la ciudad donde las ruinas más presentes están y ayudan a construir el futuro.
P.- Viajas por Italia hasta Roma, pero no vemos la Italia del diseño y las vespas, la Italia consumista, la del instante y las redes sociales, donde se vive la vida a través de un escaparate.
R.- Yo visito una Italia en un susurro, me gusta llamarlo, una Italia pequeña de pequeñas capitales de provincia, Pavía, Piacenza, Fidenza. Es una Italia que se aleja de las multitudes de, por ejemplo, la Toscana, y voy a pueblecitos que no se conocen tanto, pero son igualmente bellos, Pietrasanta, San Quirico d'Orcia... He vivido en Roma y he visitado infinidad de veces este país, pero he intentado mostrar esa otra Italia mucho más popular, mucho más sincera y alejada de lo artificial que supone el turismo. He estado en ciudades muy aclamadas como Siena, que la he disfrutado también, pero no es esa la imagen que he buscado, de la soledad, tomándome un vaso de vino por la tarde y viendo simplemente a los lugareños, conversando, paseando, viviendo… Lo he encontrado y no sólo ha enriquecido mi viaje, sino también mi vida.
Soy poco de hacerme selfies, no salgo bien y me interesa mucho más lo que tengo delante
P.- ¿Te has hecho muchos selfies en tu viaje?
R.- Soy poco de hacerme selfies, no salgo bien y me interesa mucho más lo que tengo delante que mi cara con lo que con lo que se pueda ver detrás. He hecho alguna foto y bastantes vídeos con los que hacía pequeños montajes, pero he intentado enfocarme en otras cosas y alejarme todo lo posible de las redes sociales y los aparatos electrónicos. Necesitaba desintoxicarme también.
P.- ¿Eres de redes sociales?
R.- Sí, tengo redes sociales, bueno, porque vivo en este mundo y disfruto con ellas. También me ayudan a dar difusión a mis escritos, a mis ideas, a mi cotidianidad, y tengo una especie de red social para libros, donde comparto con lectores títulos y autores. Es una herramienta que, bien utilizada, es muy beneficiosa. También te digo que yo soy profesor de literatura en un instituto y veo la devastación que pueden causar las redes sociales a los adolescentes. Lo veo y lo sufro diariamente.
P.- Te comentaba antes lo de los selfies porque parece que es lo más importante para los millones de personas que visitan los sitios más emblemáticos del mundo, parece como si viajaran sólo por la foto y no por el disfrute de lo que se ve, que en realidad es lo más importante, lo que te llevas.
R.- Cinco horas de cola para entrar en la Academia en Florencia y ver el David de Miguel Ángel, pero lo ven a través de la pantalla. Lo importante no es disfrutar de la obra de arte o del momento histórico, lo importante es que la gente sepa que tú has estado viendo eso. Hay un movimiento muy egocéntrico y es muy triste. Pasa también en los conciertos, en los partidos de fútbol… Pero si hay cámaras profesionales que lo van a grabar mucho mejor.
P.- Tú eres profesor de literatura. ¿Cómo se transmite a las nuevas generaciones, tan dependientes del móvil y del instante, el amor por la cultura clásica y por la reflexión?
R.- Es difícil, pero no hay que perder nunca el valor de la escritura, de contar historias, de contar cuentos. La narración debe estar en el centro de la educación, porque la narración crea mundos interiores e imaginarios que nos ayudan a vivir mejor. Yo intento que la literatura esté en el centro de mi vida y también de la enseñanza que imparto.
P.- ¿Tus alumnos han leído tu libro?
R.- Algunos sí, sobre todo los de primero de Bachillerato. Me dicen: ‘Profe, hablas mucho de tus problemas con tu hermano, de que te has sentido mal. ¿Cómo tienes la valentía de contar eso?’ Y yo les respondo que la vida a veces es así. Ellos son muy celosos de su intimidad, pero luego ocurre algo curioso: una chica puede mostrarse muy segura en redes, con mucha personalidad, y luego, en persona, es tímida y no se atreve a hablar. Los adolescentes construyen en redes la personalidad que les gustaría tener.
Roma para mí es un proyecto de vida, es la infancia sentimental que he tenido
P.- Volvamos a Roma. ¿Qué es para ti?
R.- Es una forma de vivir. Roma para mí es un proyecto de vida, es la infancia sentimental que he tenido. No viví de niño en Roma, pero sí me he educado leyendo libros sobre Roma, viendo cartas geográficas de la Roma antigua, la renacentista, la barroca, la actual. Roma para mí es un refugio.
Recuerdo tener dieciséis años en Lorca, con muchas ganas de salir, de conocer mundo, un poco hastiado ya de la ciudad provinciana y conservadora, y mi refugio era Roma: ver películas de Fellini o Pasolini, leer a Elsa Morante, a Alberto Moravia... escritores que sitúan sus historias en la ciudad. Roma era ese punto de partida para el Pepe que quería ser, alejado de todo su mundo conocido.
Era un proyecto de futuro y lo sigue siendo. La Roma que tengo en mi cabeza puede ser distinta de la Roma real —que conozco muy bien y disfruto, a pesar de su caos—, pero Roma es, ante todo, un estado sentimental.
P.- ¿Qué es lo que has descubierto este viaje?
R.- Roma ocupa pocas páginas en el libro porque siempre ha sido, dentro del viaje, ese proyecto de futuro, algo intangible, algo que no se puede tocar. Pero, por ejemplo, nunca había llegado a Roma en bicicleta y me he dado cuenta de la dificultad de ese cascarón que la envuelve: la polución, el tráfico, la fealdad, la brutalidad... Lo difícil que es llegar al corazón de la ciudad. Y luego, cómo ese corazón ya está habitado por lo artificial, por el turismo, casi sin vida.
Todo eso no sale tanto en el libro porque lo que yo buscaba no era un monumento ni algo físico, sino el destino, el recuerdo, esa ciudad melancólica que vive en mí. Y siento que la he alcanzado.
P.- No sé si crees en el destino, pero en tu viaje te encuentras con una Penélope y una Nausícaa.
R.- No creo en el destino, pero esas Penélope y Nausícaa existieron y fueron tal y como las describo en el libro. Incluso jugaron papeles similares a los que describe Homero.
A mí me gusta ver mis días como fragmentos literarios. Encontrarme con esa chica inglesa me hizo reflexionar sobre Penélope, un personaje que en 'La Odisea' tiene un papel muy secundario, y me parece tremendamente injusto. Valoro muchísimo su figura: no solo como mujer que espera, sino como mujer que gestiona, que gobierna mientras su marido está fuera viviendo su vida. Me gustó inventarle un nuevo final, esa Penélope que se va a descubrir el mundo sin su marido.
Y Nausícaa representa las otras vidas que podría haber llevado: qué habría pasado si no me hubiese casado, si hubiera seguido viviendo aventuras amorosas. Pero felizmente yo ya tengo mi Ítaca a la que volver.
Soy un viajero al que le gusta volver a casa y reflexionar antes de marcharse de nuevo
P.- ¿Y cuál es tu Ítaca?
R.- Mi Ítaca es mi mujer, mi hijo, mi casa. Es pasar la tarde con ellos hablando, mirándonos, jugando, leyendo. Es el punto de partida de todos los viajes. Soy un viajero al que le gusta volver a casa y reflexionar antes de marcharse de nuevo.
P.- ¿Con qué personaje clásico te identificabas durante ese itinerario?
R.- La comparación era bastante clara: me sentía Ulises. Vivía esa aventura perpetua en bicicleta, con mis miedos, mis monstruos, mis cíclopes. Era muy asimilable.
P.- Esta entrevista coincide con el primer aniversario de la DANA de Valencia. Tú eres de Lorca, una ciudad que vivió en 2011 un terremoto terrible, ¿cómo lo viviste?
R.- Sí, el 11 de mayo de 2011. Ha habido terremotos en Lorca y danas terribles, con víctimas mortales. Yo estaba estudiando en París cuando se produjo el terremoto y esa misma noche tomé un avión hacia Alicante. Llegaban noticias muy confusas, se hablaba ya de víctimas. Me costó mucho contactar con mis padres, pero finalmente lo logré y llegué de madrugada a Lorca.
Recuerdo que el autobús desde Alicante nos dejó a las afueras porque la ciudad estaba colapsada. Fue un escenario de guerra: una gran nube de polvo sobrevolando el castillo y toda la ciudad. Cuando llegué andando a mi casa vi a mi padre sin afeitar, él, que siempre se ha afeitado. Ahí tomé conciencia de la gravedad de lo ocurrido.
Pasé unos veinte días allí, ayudando a los más necesitados, a quienes se habían quedado sin casa, colaborando en tareas de desescombro... Fueron días de mucha tensión, pero también de emoción, de ir recibiendo buenas noticias de que la gente cercana estaba bien.
En cuanto a las danas, el Levante es así. Un año después del terremoto sufrimos una muy grave, con nuevos muertos. En Murcia, en Lorca, cuando el cielo se pone gris y llueve, casi siempre es para darnos una mala noticia o una desgracia. Curiosamente, en una tierra que necesita tanto el agua...
P.- También hubo una gran pérdida de patrimonio histórico.
R.- Sí, pero después se hizo una reconstrucción excelente. Se involucró mucho el Estado, la comunidad autónoma y también la Iglesia. Colaboraron las administraciones —no siempre del mismo color político— y a nivel patrimonial la recuperación fue muy buena. Donde hubo más problemas fue en las viviendas, porque había que poner de acuerdo a los vecinos, y eso fue más complicado.