Ocho años después de su primera película de ficción, Blog, Elena Trappé estrena Las distancias. En aquella, la directora planteaba un retrato de la adolescencia con un trabajo formal que hablaba, como su fondo, de su momento, mediante una interesante propuesta que reflejaba bien el contexto. Ahora, con Las distancias, plantea la historia de un grupo de amigos, Olivia (Alexandra Jiménez), Guille (Isak Férriz), Eloi (Bruno Sevilla) y Anna (Maria Ribera), ésta, pareja del segundo, quien marchan a Berlín durante un fin de semana para sorprender a Comas (Miki Esparbé) en su treinta y cinco cumpleaños. Sin embargo, cuando llegan, su amigo no recibirá al grupo de la manera esperada y desaparecerá dejando a todos ellos en un mar de dudas.

Las distancias, de Elena Trappé

Las distancias se ajusta, más o menos, a un modelo narrativo codificado de reunión de amigos como base para trazar una radiografía generacional, en este caso, a un grupo de treintañeros en el que, de manera tangencial, se perciben ciertos estragos de la crisis económica. Trappé reúne el grupo en la casa de Comas hasta que este desaparece para ir desarrollando pequeños conflictos entre los amigos que desvelan, a su vez, ciertos elementos pasados y, sobre todo, los muy débiles hilos que, en verdad, han sostenido su supuesta amistad. Apoyándose más en el guion y en los actores que en una realización cuyas imágenes resulten expresivas de esos conflictos, Las distancias pretende expresar un malestar interno, un cierto desencanto generacional. Trappé perfila a los personajes de manera muy concreta, diríamos que concisa, para conseguirlo, dejando que fluyan los problemas internos y externos.  

Pero si el título de la película hace referencia a las distancias existentes entre ellos desde diferentes perspectivas, también ejemplifica el operativo de Trappé para situarse en una cierta postura observacional, procedimiento que responde a un cine español devenido en marca registrada y que hace pasar, o lo intenta, que esa distancia responda a una mirada de acercamiento sin intromisiones emocionales. Una frialdad que Trappé no logra modular de manera conveniente, tanto que produce un paulatino desinterés con respecto a los personajes y sus situaciones; la (casi) imposibilidad de epatar con alguno de los amigos resulta compresible, dado que pretende posicionar al espectador en un espacio distante y, en teoría, sin manipulación para exponer una amargura y una desorientación vital que va más allá de los personajes y que representa a una generación. O eso intenta.

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Todo lo anterior confiere a Las distancias de cierto interés, pero no del suficiente como para que dotar a la película de la hondura que se presiente bajo sus intenciones. Una puesta en escena más bien apática, rutinaria, y unos conflictos no siempre compresibles más allá de la necesidad de dotar a la historia de empaque dramático, hacen de ella una película que no pasa de lo anecdótico y que, a pesar de su intento de dotar a las imágenes de un poso realista, acaba consiguiendo más bien lo contrario. Las frustraciones, las distancias, las amarguras quedan más o menos reflejadas, pero, a la larga, acaban importando realmente poco, en gran medida, por esa necesidad de cierto cine español de seguir moviéndose por unos parámetros representacionales que remiten a una idea de realización superada y que conduce a la película hacia lo anecdótico.