En 7 Vírgenes, After y Grupo 7, el director Alberto Rodríguez ya demostró una espléndida capacidad narrativa para armar tramas complejas, con interés social y un ritmo absorbente, y una perspicacia especial para las escenas de acción. En La isla mínima expresa además una potencia visual y estética que alcanzan pocos cineastas españoles de hoy. No en vano, por momentos, los planos panorámicos, los colores y los paisajes oníricos de esta cinta recuerdan a David Lynch. La isla mínima es un thriller, el género de moda, que, sin duda y en muchos sentidos, es una evolución del anterior título de Rodríguez, el también policíaco Grupo 7. Con un elenco impecable -con ciertas excepciones como Jesús Castro-, que incluye a un Raúl Arévalo constatando que es capaz de hacerse con cualquier registro, y a Javier Gutiérrez en uno de los mejores (¿el mejor?) papeles de su carrera, nos traslada al momento en el que España estrenaba esa Transición que hoy tanto se reivindica. Dos detectives, uno de vieja y otro de nueva escuela, han de investigar juntos, con más de un desencuentro respecto a los métodos, el asesinato de dos niñas, lo que, de paso, nos conduce por un retrato sociológico de la Andalucía profunda, digno de Mario Camus pero con un estilo muy personal. Una Andalucía dominada por los tabúes y los abusos. Alberto Rodríguez se ha hecho acompañar, una vez más en su filmografía, por sus dos fieles escuderos, Rafael Cobos como coguionista y Javier de la Rosa componiendo una espléndida e intrigante banda sonora. Ambos, hacen de la cinta una obra definitivamente redonda.