El historiador francés Florent Brayard plantea en Auschwitz: Investigación sobre un complot nazi (Editorial Arpa), una tesis basada en que tan solo un reducido grupo de jerarcas nazis tenía conocimiento completo sobre la ‘solución final’ para asesinar a miles de judíos.

 

Mediante un trabajo riguroso y basado en un estudio atento, tanto de historiador como de filólogo, de los diarios de Joseph Goebbels​​, una de las fuentes básicas para el estudio del período y para la literatura concentracionaria, Brayard busca en su libro arrojar algo más de luz sobre el Holocausto basándose en la premisa de que los altas jerarcas del nazismo se ocuparon, con Hitler y Himmler a la cabeza, de ocultar el exterminio de los judíos alemanes, mientras que no lo hicieron con, por ejemplo, polacos y soviéticos. Lo que puede parecer una simple matización o corrección histórica basada en datos, tiene un mayor alcance, dado que implica no solo a la facción de poder del nazismo, también a sus coetáneos, algo que otros autores, como Hans-Heinrich Wilhelm, habían apuntado en textos previos oponiéndose al discurso de autodisculpa predominante durante la posguerra.

Brayard argumenta que la idea de la política de asesinato sistemático que asimilamos a la “solución final” era en cierta medida extraña para los contemporáneos, siguiendo, y citando, al historiador Frank Bajohr cuando escribió: “lo que a día de hoy se designa de manera general como el “Holocausto” y que, en retrospectiva, tiene la apariencia de un proceso criminal homogéneo, hermético y con un desarrollo coherente fue, en la realidad histórica, una concatenación, a lo largo de varios años, de masacres y asesinatos que se desarrollaban en paralelo a una condena a trabajos forzados y que dejaba una panorámica compleja y en un principio difícil de descifrar”.

En Auschwitz: Investigación sobre un complot nazi, Brayard organiza el ensayo a través de dos capítulos alrededor de la persecución de los judíos con atención a los diarios de Goebbles en tanto a arrojar luz sobre el conocimiento que el encargado de la propaganda nazi tenía de ellos; otro capítulo sobre sus diarios como fuente histórica y las diferentes etapas que ha experimentado su lectura; sendos capítulos para abordar el “exterminio” en la esfera pública y como concepto; dos sobre la famosa Conferencia de Wanssee, desarrollada el 20 de enero de 1942; y, finalmente, capítulos concluyentes sobre el complot al que hace referencia. Así, examina la época desde diferentes perspectivas siempre con el objetivo de adentrarse en el conocimiento de un entramado que no fue tan claro ni tuvo las directrices bien definidas desde su comienzo.

Aunque el plan de exterminar a los judíos europeos sí estaba en la cabeza de los dirigentes nazis, según Brayard, había muchos reparos y de diferente índole a la hora de hacerlo evidente así como de ponerlo en práctica. Por ejemplo, el miedo a una entrada, que finalmente se produjo, de Estados Unidos en la guerra, era uno de ellos. Para ello, se ocuparon de ocultar los exterminios entre primavera de 1942 y otoño de 1943 de Auschwitz y otros campos, a donde eran enviados judíos de la Europa occidental y alemanes. Para el historiador francés, los diarios de Goebbels son elocuentes al respecto, dado que, gran antisemita, nunca estuvo informado al completo de lo que estaba sucediendo. Consciente, por otro lado, de los asesinatos que se estaban cometiendo, pensó, como otros mandatarios nazis, que muchas deportaciones se basan en el deseo de vaciar Alemania de judíos, no que su destino fuese un asesinato masivo.

Goebbels, quien en algunos momentos no pudo ocultar en su diario cierta estupefacción por los relatos de asesinatos y violencia de los que era informado, se ocupaba en sus páginas de justificar todo bajo el sesgo de la ideología. De hecho, no eran pocos los dirigentes nazis que parecían sentirse contrariados por las escenas de violencia que se producían a lo largo de Europa contra los judíos, no tanto porque no fuese el objetivo acabar con todos ellos, como por los medios usados. Una de las causas de que, a lo largo de los años, se desarrollasen internamente medios cada vez más sofisticados para proceder al exterminio y poner en marcha la “solución final de la cuestión judía”.

Había, según Brayard, cierta frontera moral a la hora de afrontar el asesinato de judíos alemanes, sobre todo por lo que podría tener de negativo con el resto de población. De ahí el secreto existente bajo unas deportaciones que parecían corresponder a una limpieza de las ciudades alemanas de judíos al enviarlos al Este, cuando de hecho eran enviados a campos de exterminio. Para algunos mandatarios nazis, como Hitler y Himmler, lo que estaban haciendo, desde su postura ideológica, era totalmente pertinente. Es decir, el ocultamiento no obedecía a una cuestión moral, sino más bien a cómo sería recibido tanto interna y externamente, máxime cuando, por ejemplo, en 1941 hubo protestas desde la Iglesia Católica por el asesinato de enfermos mentales alemanes. Para ellos, todo entraba dentro de su lógica, pero había una conciencia de que no era así fuera de ella: la moral alemana que querían imponer estaba todavía en ciernes.

Auschwitz: Investigación sobre un complot nazi, de Florent Brayard (Editorial Arpa)

Como comenta Brayard en su libro, “la tolerancia de la sociedad alemana, incluso en sus élites nazificadas, no era la misma en función de si se razonaba en términos de muerte “natural”, de simple extinción, que si se hablaba en términos de asesinato”. Puede ser, en el fondo, una cuestión terminológica, pero su significado era lo suficientemente complejo como para que decidiesen llevar a cabo esa ocultación. De hecho, en múltiples discursos, Himmler y Hitler usaron la palabra exterminio, sin embargo, no poseía entonces la connotación que tendría más adelante, aunque, en el fondo, apuntasen a lo mismo. Pero en un primer momento, la palabra, para la esfera pública, poseía cierta abstracción basada en la deportación: enviar a los judíos, ya fuese a Madagascar, Siberia o África, que eran los planes iniciales de Hitler, para que debido a la inclemencia del tiempo o a los trabajos forzados, fuesen muriendo. En ambos casos, la palabra apunta a genocidio, pero, una vez más, los medios usados modifican la percepción de lo que estaba sucediendo.

Con Auschwitz: Investigación sobre un complot nazi, Brayard muestra que se sigue pudiendo indagar en el Holocausto y, sobre todo, en la complejidad que reside tras la barbarie. En los puntos oscuros dentro de la conciencia de sus instigadores, en cómo las mismas fuentes han servido, por ejemplo, como base para autores negacionistas como David Irving, y de cómo todo el Holocausto tuvo diversas fases que fueron en aumento a la par que fue creciendo la paranoia nazi contra los judíos -como sucedió con el asesinato de Reinhard Heydrich-. Un ensayo brillante en su construcción y desarrollo que finaliza cuando en 1943 Himmler declaró a todos los jefes nazis que se estaba produciendo, desde hacía dos años, el exterminio del pueblo judío.