Con El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos llega al final la segunda trilogía de Peter Jackson, muy diferente a las dos anteriores, puro entretenimiento, y una consecución lógica a la trilogía aunque carente de sorpresa.


Peter Jackson ha tardado trece años, seis películas y más de mil minutos de metraje (aumentando si contamos con las versiones extendidas) en materializar su sueño de llevar a la pantalla la obra de J.R.R. Tolkien. Un largo recorrido que en su segunda trilogía, a pesar del éxito de cara a taquilla, no ha conseguido, en general, repetir a nivel creativo lo que si lograra en la primera a pesar de contar con una factura visual y unos medios técnicos mejores (algo patente en las imágenes de cualquiera de las tres películas de la segunda saga, algo curioso si se tiene en cuenta el poco tiempo transcurrido). Podría decirse que la trilogía de El Hobbit ha sido una extensión de las ideas y de la estética desarrollada en la anterior, una especie de propina para la legión de fans, pero sin ir en el terreno creativo más allá incluso, como decíamos, cuando sus imágenes son enormemente más impactantes que aquellas.



El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos es a esta trilogía lo que El retorno del Rey era a la de El señor de los anillos, como sus primeras y segundas partes lo eran también respectivamente, un auténtico reflejo estructural que, aunque proveniente de las novelas en gran medida, dan fe de que Jackson ha trabajado unos modelos más o menos similares para construir sus películas. Así, El Hobbit: Un viaje inesperado, era un preparativo de viaje en el que la poca acción quedaba supeditada a los diálogos y a la presentación inicial de los personajes como sucedía en La comunidad del Anillo en la primera. El Hobbit: La desolación de Smaug encuentra su equivalente en Las dos torres: a medio camino entre el comienzo y el final, aunaba la cierta serenidad de la primera con la traca final, creando una resolución en ambos casos de lucha que preparaba para las dos grandes batallas que cierran las dos trilogías.


Sin embargo, El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos es sin duda alguna la película, de todo el conjunto, que apuesta más por la acción en su estado más puro, con tan solo un paréntesis intermedio en el que los personajes presentan sus dudas, sus miedos y sus deseos antes que la gran batalla a la que hace referencia el título comience. Cuando esto sucede, la película nos adentra en un tiovivo visual de acción en el que Jackson se mueve con tanta soltura como cierto acomodamiento producto de quien domina la técnica, de quién sabe qué tiene que hacer y qué entregar a los espectadores. No decepciona, pero tampoco logra impactar del todo. Tan deslumbrante y fascinante es el espectáculo como convencional, quizá porque el recuerdo de El señor de los anillos está demasiado reciente, y aunque no lo parezca, se tiene memoria.



Guillermo del Toro, uno de los guionistas de la trilogía, en un momento inicial pensó en adaptar el libro de Tolkien en dos películas, no en tres, pero Jackson prefirió realizar una nueva trilogía. Como proyecto, queda algo monumental, casi impensable años atrás y que ha supuesto todo un acontecimiento en la última década. Pero la trilogía The Hobbit ha evidenciado, como sucede en particular en El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos, que se ha alargado demasiado la narración, descuidando a muchos personajes. Continua la idea del poder y del dinero como males cegadores de los hombres (o de los enanos, o los elfos o los orcos, da igual la forma, en el fondo todos están construidos de forma antropomórfica) y la lucha atávica entre el mal y el bien intentando crear una línea divisoria entre ambos conceptos no demasiado clara para no caer del todo en el maniqueísmo más simplista (algo que apenas consigue, la verdad). Pero todo esto ya apenas produce interés dado a que lo hemos visto anteriormente y de una manera mucho más elaborada en la primera trilogía.



Las secuencias finales de El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos son significativas si se comparan con las que cerraban El retorno del rey. Mientras que cuando esta iba terminando y cerrando círculos sentíamos que un viaje había terminado, que algo estaba acabando, y se podía sentir incluso en los personajes ese agotamiento físico, en el final de El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos, que se produce con cierta rapidez, por no decir que de forma apresurada, no sentimos que algo haya terminado, quizá porque las últimas imágenes conectan directamente con La comunidad del anillo en busca de unir ambas trilogías, pero lo cierto es que finaliza con frialdad. La épica clásica que recuperó de alguna manera Jackson se pierde en esta ocasión y tan solo queda la sensación de haber asistido a una narración espectacular y de orquestación exuberante, un cierro más obligado que necesario de una trilogía que debería haber sido mucho menos larga y más concreta, pero que, unida a la anterior, qué duda cabe que conforma una de los proyectos más ambiciosos que se hayan realizado en el cine.