Dog Soldiers es el título con el que arranca la editorial Malas Tierras, con esa referencia a la extraordinaria película de Terrence Malick: Badlands, en el original. No menos extraordinaria es esta novela escrita por Robert Stone y merecedora del National Book Award en el 75. En realidad es una nueva edición de una obra publicada por la desaparecida Libros del Silencio en 2010: pero en estos tiempos, si hablamos del sistema editorial (donde la mayoría de los ejemplares son devueltos o saldados con prisa), 9 años suponen una eternidad.  

Los editores de Malas Tierras han mantenido tanto el prólogo de Rodrigo Fresán (ahora en versión extendida) como la traducción de Inga Pellisa y Mariano Antolín Rato (revisada por ella, que ha subsanado algún que otro error). Así han corregido el problema: que un novelón de estas características, un clásico moderno en toda regla, estuviera descatalogado desde hace años. Yo lo leí en su momento y lo he releído en los días previos, y me ha gustado más aún que la primera vez, o al menos me ha fascinado más que el recuerdo que yo mantengo de su lectura inicial. Entre una y otra publicación, por cierto, vi la película que inspiró en 1978: Who'll Stop the Rain, título que nos remite a Creedence Clearwater Revival, dirigida por Karel Reisz y conocida aquí con el vergonzante título de Nieve que quema. Aunque se trata de un buen filme, a mi juicio no alcanza la crudeza y los laberintos emocionales de la novela, una de las historias más fieles a la situación desoladora que supuso el regreso de los soldados norteamericanos de Vietnam: cómo pasar del infierno bélico a una sociedad donde reina una paz hostil (si se me admite el oxímoron).

En Dog Soldiers encontramos al periodista John Converse en Saigón. Junto a su mujer, Marge, que vive en Estados Unidos y trabaja en un cine, concibe la peor idea que un civil que jamás ha traficado con drogas pueda tener: comprar un voluminoso paquete de heroína y trasladarlo a Norteamérica, dejándolo en manos del veterano marine Ray Hicks para que se lo entregue a ella. Esta premisa abre el relato y, como en toda historia de traficantes que se precie, el trayecto de la droga pone en marcha a quienes están ávidos de conseguirla: por ejemplo un poli corrupto y dos sicarios con un punto cómico (que podrían haber surgido de los universos de los Hermanos Coen y Quentin Tarantino). Ése es, por así decirlo, el mcguffin, pero lo que nos interesa es que le sirve al autor para elaborar un relato sobre drogadicción, sueños abolidos, desesperanza… y una sociedad que está pagando ya el error de haberse metido en el fregado vietnamita.

Es muy interesante cómo Stone divide el protagonismo entre tres personajes protagonistas con los que resulta imposible identificarse por sus señas de identidad y sus comportamientos más bien negativos:

John Converse es un tipo con una mala idea entre las manos. Un hombre que siempre está dominado por el miedo, casi en cualquier entorno y en cualquier circunstancia. Él sólo ha estado en la guerra para contarla, no para participar. Y además suele colaborar en una publicación amarilla en la que se inventan las noticias, lo que ya nos da una pista de su tendencia a la impostura. Al principio parece el protagonista, pues en las primeras 90 páginas es sobre quien recae la acción y la trama. Pero entonces aparece en escena su amigo Hicks (aunque nos queda la duda de en qué punto de la amistad están, si es verdadera o sólo interesada) y le usurpa protagonismo y mujer.

Ray Hicks es descrito como una especie de máquina de matar, un samurái contemporáneo y norteamericano que se rige por códigos estrictos y por la convicción de que la autodefensa es un arte que domina perfectamente. Suele ser despiadado y rudo, aunque de manera inesperada se enamora de la mujer de su amigo. Aunque es la clase de soldado que parece ajeno a la cultura, sin embargo ha leído tres obras de Friedrich Nietzsche, de Ray Bradbury y de Mickey Spillane, lo que resulta una mezcla explosiva. Hicks no renuncia a probar de vez en cuando la droga vía nasal, y así se sumerge en otro mundo donde las cosas son distintas porque la realidad le interesa menos: Bueno, entonces que le den por culo a la vida real. La vida real no me impresiona, le dice a otro personaje.    

Marge Converse es la mujer que acaba liándose con Ray, traicionando así ambos a John. Para paliar su dependencia del Dilaudid, termina enganchada a la heroína, metiéndose picos y tanteando cada poco la mochila que contiene el preciadísimo paquete. Siente una mezcla de compasión y desagrado por su marido y una mezcla de veneración y miedo por su amante. Y los lectores, al menos a mí me sucedió, sentimos pena por ella porque en cierta manera acaba zarandeada entre las voluntades de los hombres y la dependencia de la droga.

Éste es el triángulo principal sobre el que gravita la novela y que le sirvió a Robert Stone para explorar una sociedad que se desmorona, donde la gente trafica porque está desesperada y porque otros lo hacen y tuvieron suerte en el trueque, gente incapaz de creer en pocas cosas y determinada a sobrevivir a cualquier precio. Es una bomba de libro, dotado del mismo carisma y de la misma solidez que Fat City o Cutter y Bone. Una de esas obras necesarias para entender cómo Norteamérica perdió su inocencia, como después también lo fueron Apocalypse Now, El cazador, Acorralado o Nacido el 4 de julio.