En nuestro repaso al mejor cine de 2014 desde Playtime entramos en la recta final con las diez mejores, en esta entrega, de la 9 a la 4. 

 

SEGUNDA ENTREGA, DE LA 9 A LA 4

 

9. Sueño de invierno (Winter Sleep), Nuri Bilge Ceylan (2014)

 

 

 

 

Tras darse a conocer por Lejano (Uzak, 2002) en el Festival de Cannes y después de títulos como Los climas (Iklimer, 2006), Tres monos (Üç maymun, 2008) y Érase una vez en Anatolia (Bir zamanlar Anadolu'da, 2011), Nuri Bilge Ceylan estrena Winter sleep (Sueño de invierno) (Kiss Uykysu, 2014), su séptimo film como director cuyo guión lo ha escrito con su mujer Ebru Ceylan y con la que ha obtenido la Palma de Oro del Festival de Cannes. Una radiografía sobre un antiguo actor, Aydin (Haluk Bilginer), reconvertido en dueño de un pequeño hotel con encanto en medio de la inerte estepa pétrea de Anatolia al que acuden turistas procedentes de países lejanos. Pero pese a las apariencias, a la mesura que muestra Aydin en todo momento, es en realidad un hombre inflexible, orgulloso de sí mismo y de su erudición, una especie de patriarca que además posee cierta influencia sobre los habitantes que viven en los alrededores del hotel. Es por eso que una simple pedrada contra la ventanilla del todoterreno en el que viaja con su ayudante y amigo Hidayet (Ayberk Pekcan) será el detonante de una serie de acontecimientos que, en cierta manera, serán el inicio de una serie de circunstancias que le obliguen, casi de manera inconsciente, a replantearse su situación en esa especie de torre de marfil que es su estudio cavado en la piedra donde pasa la mayor parte de las horas del día.


 Porque Ceylan nos irá mostrando que en realidad Aydin es un hombre frustrado a quien en el fondo le cuesta asumir su fracaso como actor y escritor, un hombre que a pesar de su inalterable apariencia, como el paisaje que le rodea, es un individuo lleno de fisuras, ya que pese a esa imagen de seguridad que muestra, es un ser que vive recluido en un reducido universo, a pesar de sus artículos con pretensiones intelectuales que publica en la columna de una revista local, y aunque para los demás no sea más que el hombre que regenta el hotel. Un hombre cuyo matrimonio con la joven Nihal (Melisa Sözen) atraviesa un momento delicado debido a su egoísmo y su egocentrismo. Algo que le pone de manifiesto su hermana Necla (Demet Akbag) quien se ha divorciado de su marido en una de las conversaciones más densas del film. Porque Winter sleep (Sueño de invierno) es un cine de diálogos extensos que Ceylan concibe con planos de larga duración y una puesta en escena que, en cierta manera, posee influencias del cine japonés, en especial de Yasujiro Ozu, en cuanto a que el director turco recurre durante la mayor parte del tiempo a la cámara fija captando, incluso escrutando, la cotidianeidad del protagonista y de quienes le rodean.

 

 

Porque Winter sleep, pese a sus algo más de tres horas de duración, y aunque en momentos pueda resultar demasiado densa, es un profundo análisis sobre el orgullo, la frustración, la soberbia y tantas cosas más. El retrato de alguien que, pese a sus ínfulas, es tan solo un ser humano.


Por Carlos Tejeda

 

8.The Grandmaster, Wong Kar-Wai (2013)

 

 

Seis años después de My Blueberry Nights (2007), uno de los grandes cineastas de las últimas décadas, Wong Kar-Wai, regresó al terreno del wuxia, como en Ashes of Time, para entregar una de las obras más complejas y fascinantes del año, una auténtica experiencia visual abierta en múltiples direcciones. Pero antes de nada, se debe señalar que la película ha conocido tres versiones diferentes, la estrenada en Hong Kong, la europea y la norteamericana, dando como resultado tres películas de diferente duración y en las que algunas secuencias fueron remontadas, otras situadas en otro momento de la narración y otras eliminadas o añadidas. Aparte de mostrar los problemas que ha sufrido la película, lo realmente llamativo es que a pesar de tantos cambios todas las versiones siguen presentado algo en común y que podría definirse como la esencia de lo que Kar-Wai pretendía realizar con The Grandmaster. Que esto suceda es significativo y evidencia que el cineasta ha creado una obra en la que la narrativa convencional se rompe y surge una obra asentada en un trabajo formal a base de piezas ensambladas en busca de otro tipo de narración basada no solo en la sucesión argumental, sino también, y sobre todo, en un trabajo sensorial de imágenes, música y sonido para crear una experiencia estética y lírica a la par que un trabajo de resonancias históricas e íntimas.

 

 

 The Grandmaster aúna varios registros narrativos. Por un lado, es un biopic poco convencional de Ip Man (Tony Leung), famoso en los años treinta y maestro de Bruce Lee, y que conduce a la historia en dirección al wuxia. Pero también es una enorme reconstrucción histórica para narrar unos momentos claves de la historia de China y su división entre el norte y el sur, la cual viene mostrada desde diferentes perspectivas, una de ellas, la más llamativa, a través del diferente concepto del kung-fu en cada una de ellas. También un deslumbrante melodrama romántico con gran carga operística sobre un amor no consumado entre Ip Man y Gong Er (Zhang Ziyi). Y, por último, el retrato de un hombre, Ip Man, a quien Kar-Wai toma en un momento de su vida en la que la fama y la gloria han pasado, deviniendo en el relato de un hombre maduro en un cierto momento de ocaso y decadencia. Un relato crepuscular que viene acompañado de una mirada más melancólica que nostálgica hacia el pasado con ese amor no consumado y que convierte a The Grandmaster, entre otras cosas, en toda una historia sobre la devastación emocional. Es aquí donde la película brilla en toda su potencia expresiva, con dos momentos inolvidables que Kar-Wai acompaña con dos piezas musicales de Ennio Morricone (La Donna Romantica y Deborah’s Theme) y que hermana a la obra con algunas de sus grandes obras.

 

 

Pero trasfondo histórico-político supone un magnífico contrapunto, así como su trabajo metafórico y simbólico con el kung-fu, para construir una película de una enorme complejidad y profundidad en el que Kar-Wai vuelve a mostrar su gran capacidad para la búsqueda y la creación formal, con momentos que se encuentran entre lo mejor de su cine, dando como resultando a una de las grandes experiencias cinematográficas del año. Una película que aunque irregular es una obra maestra.

 

 

Por Israel Paredes

 

 

 

 

7. Frances Ha, Noah Baumbach (2012)


El desarrollo de la carrera como director de Noah Baumbach resulta impresionante, desde sus inicios a mediados de los noventa hasta su consagración en 2005 con aquella magnífica película llamada Una historia de Brookyln y sus dos siguientes, y poco apreciadas, Margot y la boda y Greenberg. Habiendo, de por medio, escrito varios guiones junto a Wes Anderson, director con el que está intrínsecamente unido aunque muy separado en el terreno formal. En 2012 rueda Frances Ha, película que bebe de muchas fuentes, actuales y pasadas, para dar forma a una obra de gran personalidad y con un universo propio y auténtico a pesar de estar moviéndose por territorios que resultan muy familiares.

 

 

En primer lugar, y como se ha comentado en repetidas ocasiones, Frances Ha mira de manera directa al Woody Allen de los setenta en su trabajo con la ciudad de Nueva York, en los diálogos en apariencia intrascendentes pero llenos de intenciones, en su trabajo con los personajes en busca de retratar un vacío, un hastío, producto e imagen de su tiempo y, sobre todo, a la hora de retratar una ciudad, Nueva York, como un personaje más y en su relación con los personajes. Pero también aparece la nouvelle vague de manera más evidente, como en el uso de temas de Georges Deleure (que también recupera Wes Anderson en Fantástico Mr. Fox) y por la apuesta por un cine libre, desinhibido y en apariencia superficial pero que en cuyo interior esconde una inteligente radiografía de un estado anímico. Porque Frances Ha, con una magnífica fotografía en blanco y negro, con unos estupendos diálogos y con una Greta Gerwig (co autora del guion) en estado de gracia, busca ser la crónica de la indolencia y el vacío de una generación en la línea, y esta referencia o contexto es actual, del mumblecore, ese movimiento irregular pero muy interesante que en la era digital ha adoptado los modos del cine independiente más tradicional para adaptarse al momento. Pero Frances Ha se alza por encima de gran parte de los cineastas mumblecore, porque Baumbach no se contenta con el simple artefacto formal y opta por una película diferente a pesar de partir de elementos, como decíamos, conocidos. Habrá quien en un primer momento vea la película como una sucesión de banalidades, como un juego trivial sin sustancia. Pero basta con detenerse a observar y pensar en su trabajo de puesta en escena, en su trabajo visual-sonoro para nada caprichoso y en la elaborada relación entre los cuerpos, la ciudad y los diálogos para darse cuenta de que estamos ante una obra de una enorme inteligencia y una profundidad mucho mayor de lo que su aparente sencillez parece denotar.


 Por Israel Paredes

 

6. El gran hotel Budapest, Wes Anderson (2014)

 

 

Quizá cualquier tiempo pasado fue mejor que decía el poeta. Aunque quizá sea en parte por ese paraíso perdido que es la infancia, por como se miran esas historias contadas o esas películas en las que muchas veces se desafiaban las leyes de la lógica para narrar una serie de hechos asombrosos que transcurrían en unos escenarios irreales y de ensueño. Sopa de ganso (Duck soap, Leo McCarey, 1933), La carrera del siglo (The grat race, Blake Edwards, 1965) o Chitty Chitty Bang Bang (Chitty Chitty Bang Bang, Ken Hughes, 1968) relataban aventuras ambientadas a caballo entre el siglo XIX y el siglo XX que tenían lugar en reinos imaginarios europeos, o cuanto menos acaban llegando a uno de ellos como sucede en el film de Edwards, recuperando en cierta manera ese aura de fábula muy en la tradición del cuento europeo. Reinos o estados que venían a ser el reflejo del pasado esplendoroso de la vieja Europa, y que a partir de la primera gran guerra se fueron desvaneciendo. No es casual que Anderson se haya inspirado en los escritos de Stefan Zweig, como certifican los créditos al final del film, para concebir su retrato sobre la República de Zubrowka, un país ficticio situado “en los confines más remotos del este del continente europeo”, como también que impregne sus imágenes de ese hálito en el que convive la nostalgia y la fábula, articulando una suerte de ejercicio de recuperación de la memoria.

 

 

 «Para serle franco, creo que su mundo había desaparecido mucho antes de que él llegara. Pero le diré, ciertamente sostuvo la ilusión con una gracia sorprendente», le dice un envejecido Moustafa (F. Murray Abraham) al escritor (Jude Law) sobre Gustave H. (un espléndido Ralph Fiennes) el conserje del Gran Hotel Budapest. Como también y en cierta manera dicha frase puede servir para definir la película. Porque Gustave H. es un personaje que Anderson eleva a la categoría de figura mítica. Amante de los buenos perfumes, bon vivant que lee poesías a sus empleados antes de que estos empiecen a comer y gigoló de las ancianas ricachonas que se hospedan en el hotel y a las que dispensa un trato exquisito, Gustave H. se verá inmerso, en compañía de un joven Moustafa (Tony Revolori), botones del hotel, en el turbio asesinato de la aristocrática Madame D (Tilda Swinton) que les llevará a una delirante peripecia en un país que está a punto de resquebrajarse por el ascenso de un régimen totalitario.

 

 

La imaginería que despliega El gran Hotel Budapest no solo trae reminiscencias de los títulos citados más arriba, sino de los cartoons de Hanna−Barbera, del cine de Karel Zeman o del slapstick en cuanto a que la película contiene numerosos gags y persecuciones dignas del Keystone Cops de Mack Sennett o del propio Buster Keaton. Un film que, como suele ser habitual en la filmografía del cineasta, plagado de apariciones y cameos aquí con ilustres nombres, además de los ya citados, como Bill Murray, Jeff Goldblum, Léa Seydoux, Adrien Brody, Harvey Keitel, Tom Wilkinson y un Willem Dafoe encarnando un memorable villano. Aparte de la sobresaliente partitura de Alexandre Desplat, uno de los más destacados compositores actuales de bandas sonoras. Porque Anderson es de esos cineastas que mantienen dentro ese niño que ha sido, quizá la facultad esencial para narrar una gran fábula de esta índole.


 Por Carlos Tejeda

 

 

 

 

 

5. El sueño de Ellis, James Gray (2013)

 

 

Con tan solo cinco películas, James Gray es sin duda alguna uno de los cineastas más importantes del reciente cine norteamericano, a pesar de que sus películas se hayan siempre movido por terrenos que, en apariencia, suelen alejar a los directores de los grandes discursos. Cinco años ha tardado en rodar El sueño de Ellis tras aquella gran obra llamada Two Lovers. Y, alejándose del relato contemporáneo, Gray ha recreado una historia ambientada en el Nueva York de los años veinte y cuyo relato recuerda a las Noches blancas de Fedor Dostoievski.

 

 

Aunque se suele considerar a Gray como un director neoclásico, no tenemos claro que lo sea. El cineasta siempre ha partido, es verdad, de un legado visual, una herencia que recoge para llevar a cabo una experimentación visual desde la narración, podría decirse, más clásica pero que, en realidad, no lo es. Gray no intenta acomodarse al clasicismo, sino mira a esa herencia para desde su interior crear un cine, y El sueño de Ellis es paradigmático al respecto, en el que la creación de atmósferas y sensaciones está por encima de la propia narración o, mejor dicho, que sean estas las que den sentido a la narración. Esto convierte a Gray en un cineasta extremadamente contemporáneo aunque a primera vista pueda parecer lo opuesto. No hay en El sueño de Ellis un intento de recrear de manera realista la época a pesar del buen diseño de producción, y en esto se aleja en cierto modo de sus anteriores películas, en las que había un mayor predominio de lo físico, más tangibles. El sueño de Ellis es una obra con una atmósfera onírica que traduce a la perfección la vida de los tres personajes que conforman un triángulo amoroso pasional y patético. Gray crea un estilo que podría denominarse realismo fantasmal, como los sueños y anhelos de los personajes.

 

 

Esa mirada de Gray hacia su herencia cinematográfica para experimentar con ella, se relaciona directamente con ese fondo argumental que alimenta sus películas sobre inmigrantes, de primera o segunda generación, que han creado en Estados Unidos estructuras tanto familiares como profesionales y que buscan la adaptación, tanto individual como social, en su país de acogida pero sin soltar del todo su herencia cultural. En El sueño de Ellis Gray lleva esta idea al límite sobre todo porque el tema de la inmigración articula, al menos como punto de partida, la historia. Pero lo hace en un presente ficcional, dado que en sus anteriores propuestas eran los hijos de los inmigrantes quienes se debatían entre los dos mundos a los que pertenecen. En El sueño de Ellis, Ewa (Marion Cotillard) es una recién llegada que lucha tanto por salir hacia delante como por conseguir el dinero que la permita sacar a su hermana de Ellis Island, confinada por enfermedad y a punto de ser deportada. Su deseo de prosperar hará que Ewa se vea entre dos hombres, interpretados por Joaquin Phoenix y Jeremy Reimer, quienes creyéndose algo, no son absolutamente nada. Así, como buenos personajes de Gray, se enfrentan a deseos que nunca consumarán, destinados a la soledad, al aislamiento y al fracaso. En El sueño de Ellis el reverso del “sueño americano”, o, mejor dicho, su perversión, se presenta más crudo que en las anteriores propuestas de Gray, en las que los personajes ya estaban inmersos en él, aunque acababan evidenciando gran parte de su mentira.

 

 

El sueño de Ellis no debe verse, o no solo, como un relato realista sobre la inmigración. No pretende ser una crónica exacta, pero consigue, como poco, acercarse a algunos de los elementos de ella mediante ese cine del desplazamiento, ya sea externo o interno, que interesa a Gray. Con la ayuda de Darius Khondji en la fotografía, el director construye una película onírica de colores impresionistas que envuelve a los personajes y al paisaje urbano en una atmósfera irreal, fantasmagórica, en la que todo aquello que sucede, aun siendo real, parece una proyección transmitida por los anhelos de los personajes. De ahí que en ese magnífico final que cierra la película, desolador y sombrío, las figuras humanas vayan desapareciendo, desvaneciéndose, mientras todo está envuelto en una niebla que los devora. Un final perfecto, ejemplar, que resume no solo la película, sino también que Gray es uno de los grandes directores del momento.


 Por Israel Paredes

 

4. Interstellar, Christopher Nolan (2014)

 

 

"Pero si algo tienen en común los cuatro largometrajes no solo es la envergadura de su propuesta, tanto en su nivel conceptual como en el estético, sino en su vocación por ahondar precisamente en las cuestiones existenciales. Si bien los influjos del film de Malick son más patentes en la parte terrestre del film de Nolan, también con la presencia de la figura del padre y sus hijos, además del rostro de Jessica Chastain, será la otra parte, la del espacio, la que traiga reminiscencias de los films de Kubrick y Tarkovski. No solo en cuanto a que son viajes hacia otra dimensión que trascienden más allá de lo físico, del espacio, para navegar hacia lo psíquico, viajes donde se trazan cuestiones tan diversas como la evolución o la inteligencia artificial".

 

 

Por Carlos Tejeda

 

 

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"Interstellar es en muchos sentidos una suerte de culminación de toda su obra anterior, no sabemos si un punto de inflexión, eso lo dirá el tiempo, pero sí puede verse o entenderse como una obra magna que recoge todo lo que Nolan ha ido proponiendo, tanto en lo visual como en el contenido narrativo, en sus anteriores películas. Una obra ambiciosa, sí, deslumbrante e inabarcable, que desde su comienzo se abre hacia diferentes ideas que van desarrollándose poco a poco, lidiando en todo momento con caer en el ridículo y sorteando este en casi todo el metraje gracias a su concepción visual y sonora. En un momento en el que la referencialidad (o influencias, soterradas o explícitas) se ha convertido en elemento analítico casi insoslayable, aunque en muchos casos poco o nada operativo, Interstellar se presenta como la obra perfecta para ello".

 

 

Por Israel Paredes

 

 

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