Seguimos repasando los mejores estrenos del año, en esta ocasión con las siguientes seis películas en esta segunda entrega.


 

SEGUNDA ENTREGA, DE LA 15 A LA 10


 

15. Ida, Pawel Pawlikowski (2013)

Crónica ambientada en la Polonia de los años sesenta en la que una joven novicia (Agata Trzebuchowska), antes de aceptar sus votos y por mediación de la madre superiora del convento, va a visitar a su único familiar vivo, su tía Wanda (Agata Kulesza) una jueza liberal de mediana edad desencantada con el sistema por el que luchó en su día, a través de la cual irá descubriendo algunos secretos de su familia como que sus padres eran judíos y que su auténtico nombre es Ida Lebenstein. A partir de estas premisas, Pawlikowski concibe una suerte de road movie por tierras polacas donde dos personajes antagónicos, la joven, cautelosa y reservada Ida y la solitaria y desilusionada Wanda cuya carrera profesional ha ido a menos llevándola a refugiarse en la bebida, emprenden un viaje para indagar en el pasado familiar oculto por la historia oficial y que está relacionado con la colaboración de los católicos polacos en el exterminio de los judíos. Un tema espinoso pocas veces tratado en la pantalla y con el que el cineasta polaco afincado en Gran Bretaña concibe una lúcida y sobria película filmada en blanco y negro, con una bellísima fotografía y cuya estética y puesta en escena traen reminiscencias del cine polaco de los sesenta, de nombres de la talla de Andrzej Wajda, Andrzej Munk o Jerzy Skolimowski. Pero Ida (Ida, 2013) es también la historia de una elección, porque durante el itinerario la protagonista conoce a Lis (David Ogrodnik), un joven saxofonista de jazz que junto con su grupo interpreta temas de John Coltrane en hoteles y night clubs. Un encuentro que de algún modo pondrá a prueba sus verdaderas aspiraciones, ya que en ella surge el dilema entre elegir la posibilidad de tener una vida terrenal o entregarse definitivamente a la espiritual. Pero también un encuentro que supondrá al menos un atisbo de luz en medio de tanta grisura.

 

Por Carlos Tejeda


14. Enemy, Denis Villeneuve (2013)

El canadiense Denis Villeneuve realiza en 2013 dos películas, Enemy y Prisioneros, estrenadas en orden inverso a su realización. Aunque en apariencia ambas obras son muy dispares, poseen internamente algo que las une en su oposición: en Prisioneros el enemigo viene de fuera para introducirse dentro de los personajes y acabar confundiéndose; en Enemy surge desde el interior, y aparentemente también del exterior, y ahí se queda. Enemy es la adaptación libre de la excelente novela de José Saramago El hombre duplicado, tomando de ella lo que le interesa en el terreno argumental para realizar algo totalmente diferente y personal. El arranque es excepcional: un montaje paralelo y repetitivo nos va definiendo al personaje, su vida, a la vez que escuchamos a Adam explicar a sus alumnos las bases estructurales de control de las dictaduras, algo importante para el posterior desarrollo de Enemy. A partir de este momento, la película nos introduce en un viaje interior de un personaje que ve su vida y su identidad cuestionada cuando se enfrenta a un doble de sí mismo, a una imagen perfecta que cuestiona la suya misma. Villenueve lleva a cabo un trabajo formal excepcional, un recapacitado trabajo visual que busca transmitir mediante la forma y los movimientos de cámara el desarrollo interno del personaje. Transmite asfixia mediante la elaboración de unos encuadres cerrados que absorben a los personajes, gracias a una fotografía de claroscuros que forma unas atmósferas inquietantes, irreales, contrapunteadas sus imágenes por una banda sonora casi mareante que transmite un sentimiento musical distorsionado, como la propia historia. El juego de Villenueve con la realidad y la irrealidad, no dejando nunca claro que aquello que está sucediendo está en efecto aconteciendo y que no es producto de la imaginación de Adam, ocasiona que nos replanteamos la propia naturaleza del cine. La negativa a ser claro y dejar abierta la resolución de la trama nos permite preguntarnos no solo sobre aquello que hemos visto, sino la manera en que nos ha sido narrada la historia. Enemy es un viaje interior muy físico y narrativo, pero también muy sensorial. La capacidad del cineasta para introducir imágenes panorámicas de la ciudad y la manera en que fotografía los edificios imprimen corporeidad a la película. Del mismo modo, esa red de calles abigarradas, esas moles edilicias, parecen ser el trasunto de los sucesos internos (mentales) del personaje. Villenueve crea mediante estas imágenes un contraste inusual, excelente. No se trata de imágenes de transición, sino que la ciudad acaba siendo un personaje más. Villenueve ha tenido muy en cuenta la estética y la atmósfera de los thrillers americanos de los setenta, que traducían a la perfección la paranoia inherente a la sociedad del momento. Ahora, cuando hay otras paranoias, otras formas de cuestionamiento, no es superflua la elección: la frialdad aparente de la puesta en escena sirve para hablar de ciertos problemas de identidad de la actualidad.

 

Por Israel Paredes

 

13. Dos días, una noche, Jean-Pierre y Luc Dardenne (2014)

 

Los Dardenne se encuentran en el olimpo del cine europeo del que parece imposible descenderles. Se han ganado, tras casi treinta años de carrera, el estar ahí. Su propuesta, tanto ideológica como estética, indisociable en su caso, ha abierto puertas, ha mostrado cómo acercarse a la realidad y a sus problemas desde una postura bien diferente a la que muchos cineastas promulgan, más asentados en el discurso-mitin de una sola dirección, más pendiente de epatar al espectador que en incomodarle y hacerle pensar. Los Dardenne conciben el cine como vehículo para transmitir ideas y narrar situaciones, no como herramienta para convencer a nadie de nada. Sin embargo, desde El niño (2005), han variado en busca de otras fórmulas. En El silencio de Lorna (2008) probaron con el thriller; en El niño de la bicicleta (2011) con la fábula infantil para un relato sobre la naturaleza de la maternidad.

 

Crítica completa haciendo click en la imagen.

 

Por Israel Paredes

 

12. A propósito de Llewyn Davis, Joel y Ethan Coen (2014)

 

A propósito de Llewyn Davis  es una película sobre la música y sobre la búsqueda de la autenticidad. Sobre cómo sobrevivir (o al menos intentarlo) cuando todo está en contra y uno quiere conseguir aquello que se propone. Los Coen se manejan bien con este tipo de personajes que anclados en un presente hostil miran hacia delante como pueden, sosteniendo sobre sus hombros un pasado extraño y en ocasiones traumático y del que deben desembarazarse para vivir. Vuelven a recurrir a los modos de la road movie, al menos en una buena parte de la película. La idea del itinerario, del personaje que se mueve. Pero en esta ocasión, además, lo usan de una manera muy particular: la película acaba donde ha empezado, repitiendo situaciones aunque con ciertas e importantes variaciones. En este sentido, A propósito de Llewyn Davis es como una canción folk que comienza y termina de la misma manera, girando sobre los mismos temas o ideas pero cuya importancia reside no tanto en lo que se dice, o no solo, sino en cómo se dice. Los Coen buscan más las sensaciones, como una canción, que la transmisión directa de unas ideas. El retrato de la escena musical del Greenvich no es tan importante como aquello que anidaba bajo ella. Llewyn Davis es el lado oculto (y oscuro) del éxito. Basando en gran medida en Dave Van Ronk, músico poco conocido, casi olvidado y que fue mentor de muchos artistas, el personaje creado por los Coen es aquel que no pasará a la historia. Representa aquello que ha quedado relegado del relato oficial. Un vagabundo que vive de prestado, que no tiene nada aunque tampoco parece claro que lo busque. Bajo esa historia personal subyace toda una mirada hacia aquella época. Una época que estaba cambiando y que los Coen intentan explicar mediante los cambios musicales. La idea es crear una mirada hacia un momento de cambio en el que algo nuevo estaba naciendo de manera incipiente, aunque por entonces todavía de modo informe. También constatar que algo estaba muriendo. Y Llewyn Davis se encuentra en ese punto de inflexión. Acaba siendo una representación de él. La mirada es de extrañeza y de distorsión, porque el personaje así lo ve. Y así transmite la sensación de que algo antes sus ojos, está mutando, casi desvaneciéndose, sin que él sea capaz de hacer algo para evitarlo.

 

Y es que una Norteamérica, aquella creada después de la Segunda Guerra Mundial y nacida bajo el amparo de Eisenhower estaba poco a poco desapareciendo. Otra nueva parecía surgir. Una nueva era llena de cambios y de conatos revolucionarios y que en A propósito de Llewyn Davis aparece como una proyección, nunca como algo que está a punto de suceder, del mismo modo que la anterior es casi como una aparición fantasmagórica que se resiste a desaparecer.

 

Y al final, vemos, casi difuminado, una vez más, casi como un fantasma, una forma reconocible que aparece para decirle a Llewyn Davis, y al espectador, que, en efecto, los tiempos están cambiando.

 

Por Israel Paredes

 

11. La gran estafa americana, David O. Russell

 

Junto con sus anteriores películas, El lado bueno de las cosas y The Fighter, La gran estafa americana conforman una trilogía, en palabras del director, sobre personajes cuyas vidas han transcurrido de una manera en la que no esperaban y que deben hacer frente a situaciones límites en un momento de inflexión de sus vidas. Russell ha operado en las tres de manera diferente en cada una, mirando en cada caso a la tradición del cine norteamericano para crear reescrituras del género o de los temas tratados. En La gran estafa americana el cine norteamericano de los setenta surge en sus imágenes, ya sea remitiendo a John Cassavetes o a Martin Scorsese. Al comienzo de la película vemos al personaje interpretado por Christian Bale frente a un espejo maquillándose. Russell evidencia desde el comienzo el trampantojo tras la representación. Porque La gran estafa americana habla sobre la mentira y las dobleces, sobre personajes que mienten sin parar y son bipolares. Pero también sobre el propio cine como creador de relatos artificiales y de la política norteamericana como un enorme espectáculo en el que la representación –la mentira- acaba siendo un elemento constitutivo y primordial. Para ello Ruseell ha creado una película basada en sensaciones visuales y sonoras en las que el relato tradicional se rompe en cierto modo buscando una dinámica más caótica, con tres voces narrativas en off y un montaje inconexo y discontinuo, con movimientos de cámaras muy lentos o muy abruptos. Así, La gran estafa americana avanza evidenciando en todo momento su construcción, su mentira, para de ese modo transmitir mucho mejor la farsa que los personajes están creando así como la farsa que ellos representan. Russell arroja una mirada gris y desoladora a pesar de que La gran estafa americana parece moverse, y lo hace en gran medida, por el terreno de la comedia. La combinación de elementos estilísticos en la puesta en escena, y la sensación de estar ante una película construida a retazos, acaba siendo el perfecto vehículo para hablar de una época pasada pero que, sin embargo, posee no pocos ecos en nuestro presente.

 

Por Israel Paredes

 

10. El lobo de Wall Street, Martin Scorsese

 

Quizá para el asiduo seguidor de Scorsese no haya nada nuevo en El lobo de Wall Street (The wolf of Wall Street, 2013) en cuanto a que su estrategia narrativa viene a poseer un tono similar al que empleó en Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) o Casino (Casino, 1995), todas ellas relatos de ascenso y caída de un personaje real narrados por una voice over. El gangster Henry Hill a quien ponía rostro Ray Liotta, el Sam “Ace” Rothstein, que a su vez estaba inspirado en el apostador profesional Frank Rosenthal quien regentó varios casinos en Las Vegas controlados por la mafia de Chicago y a quien encarnó Robert De Niro y Jordan Belfort, el ambicioso corredor de bolsa de Wall Street quien se enriqueció a través del fraude de valores, lavado de dinero y otros delitos financieros e interpretado por Leonardo DiCaprio, sirven a Scorsese para trazar unas afiladas radiografías de la sociedad norteamericana mostrando algunos de sus lados más oscuros. El cineasta ítaloamericano elabora un tan fluido como apasionante fresco sobre el mundo de las finanzas y sus corruptelas, donde los dólares, las drogas, el alcohol y el lujo marcan las directrices vitales de unos seres entregados al exceso y al desenfreno. Aunque lo paradigmático del personaje es que a pesar de sus estafas, sus infracciones y sus delitos, y tras una estancia en la cárcel, es hoy en día un acreditado conferenciante que imparte cursos sobre técnicas de venta. Como es habitual en Scorsese, El lobo de Wall Street posee una excelente puesta en escena acompañada por una espléndida selección de temas musicales, y protagonizada por un sólido elenco de actores encabezado por un DiCaprio en estado de gracia. Quizá la película no aporte nada nuevo, al menos dentro de la obra fílmica del cineasta, pero sigue siendo Scorsese en estado puro.

 

Por Carlos Tejeda