Hay películas que a primera vista no parecen gran cosa. Babaddok, puede ser una de ellas. Y sin embargo se trata de un imaginativo y excelente relato de terror construido visualmente de manera expresionista, casi artesanal, jugando con la fotografía y los espacios. Pero también el relato de una mujer enfrentada a la maternidad y a unos oscuros sentimientos.


Realizada por la debutante Jennifer Kent, Babadook nos sitúa frente a Amelia (Essie Davis), quien vive con su hijo de seis años, Samuel (Noah Wiseman), después de haber sufrido un terrible accidente de coche cuando se dirigía a dar a luz y en el que falleció su marido. La muerte de su esposo acompaña a Amelia como un fantasma e impide que avance en la vida; tiene que enfrentarse a un hijo hiperactivo y difícil que roza lo humanamente soportable: en ocasiones Samuel resulta grotesco en sus chillidos, muy exagerado, pero Kent logra que el rostro del niño acabe resultando tan expresionista como su puesta en escena. Poco a poco Amelia va entrando en una fuerte depresión y en un continuo insomnio producto de un malestar interno que pronto se verá completado con uno exterior: una noche lee a Samuel un cuento de terror que el niño ha encontrado y que tiene como protagonista a Babadook, una especie de hombre del saco que convierte la vida del niño en una pesadilla. Y con él, la de su madre.



Babadook se abre en dos direcciones muy bien relacionadas. El terror interior y el externo. Kent construye su película a base de blancos y negros que emulan las páginas del cuento desplegable que, a pesar de los intentos de Amelia de deshacerse de él, siempre vuelve a aparecer en la casa, anunciando cada vez nuevos terrores que después se harán, o estarán a punto, de hacerse realidad. La película se convierte, de este modo, en un desplegable, en una extensión de las páginas del libro. Kent lleva a cabo una construcción escénica a base de planos y de encuadres muy expresionistas, muy elegantes y cuidados, que deforman la realidad pero sin caer en el exceso, tan solo transfigurándola para que ese exterior sea una consecuencia del interior de los dos personajes. La directora juega muy bien con los espacios, con los espacios oscuros (con lo que no se ve) y resalta lo que sí vemos. Crea una atmósfera malsana que evoluciona en crescendo hasta un final que, quizá, y a pesar de la lógica narrativa, no sea de lo mejor de la película.



A pesar de estar repleta de referencias del género, tanto del terror más físico como del más psicológico, Kent logra con Babadook una película muy personal y diferente que consigue atrapar al espectador poco a poco, introduciéndole en una narración asfixiante e incómoda. En gran medida lo consigue gracias al personaje de Amelia, una madre que mira a su hijo con tanto amor como con cierta repulsa al ver en él el recuerdo del esposo que murió. Y, por su parte, Samuel vive con la obsesión de un padre al que no conoció y cuya figura le es negada por parte de su madre. Y el monstruo de Babadook acaba alzándose como la extensión de esos temores, de esos miedos, también de esos anhelos. Violenta más en lo interno que en lo externo, la película nos habla de una mujer que debe aceptar la maternidad, o a su hijo, varada en una realidad en la que no consigue evolucionar, viendo como no puede llevar una vida normal por culpa de un hijo muy peculiar, en ocasiones verdaderamente desquiciante, que no la permite tener una relación normal con su familia, que afecta a su trabajo, que incluso no permite que se masturbe por la noche. Todo es malsano, incluso en algunos parámetros pocos transitados en el cine. Es Babadook una película arriesgada, personal y original que tan solo adolece en su final de un exceso que antes ha estado fuera de la película y que, en su aparición, rompe con el perfecto ritmo y la lograda atmósfera del resto de metraje. Pero no es suficiente como para anular las grandes virtudes de una obra impactante y que es algo más, como decíamos al comienzo, que aquello que pueda parecer en un primer momento.