Como otros cierres, el jueves 12 de marzo el Museo del Prado franqueó sus puertas como consecuencia del Covid-19. El perverso y cruel virus, sin sensibilidad social pero tampoco cultural, clausuró comercios y tiendas, bares y fábricas y también llevó el miedo a las pinacotecas. Desde el Louvre al British Museum, del Hermitage al Metropolitan pasando por los Museos Vaticanos o el Shanghai Art, todos, grandes y pequeños, locales y nacionales, de artes y costumbres de pequeñas localidades y de joyas del Renacimiento de grandes urbes, de aperos y “rembrandts”, todos, absolutamente todos, tuvieron que dejar de mostrar al mundo sus inmensos tesoros ante la amenaza de un bicho maligno para la salud del cuerpo y también del alma.

Rápidamente hubo respuesta de la inteligencia humana frente  al agente infeccioso, lleno de mala leche pero exento de raciocinio. Y fue así como, con iniciativas online, los museos  clausurados se abrieron al mundo como nunca lo han estado. Paradójicamente, lo que parecía que iba a ser el cerrojazo al arte más grave de la historia se convirtió en la apertura y visitas más masivas y continuas desde ordenadores, tablets, móviles y televisiones en un lenguaje universal que se intercomunicaba y transmitía por redes sociales desde Madrid al Moscú y desde Roma a Bután. Primera derrota del bicho, primera victoria de los artistas.

Pasados los confinamientos más severos, durante el transcurso de las distintas desescaladas, los responsables de los museos quieren realizar su aportación a la nueva normalidad, conscientes de que, como la poesía,  son símbolos de vida tan importantes “como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica…” y comienzan a abrir sus puertas. Pero obviamente lo tiene que hacer con limitaciones de entrada, reducción de salas, restricción en el número de asistentes y con las medidas de prevención y seguridad necesarias. Lo hacen de otra forma, pero eso sí, se abren.  Segunda derrota del bicho, segunda victoria de la cultura.

Este fue el caso de nuestro Museo del Prado que las reabrió el pasado 6 de junio tras una etapa difícil pero no perdida pues durante esos tres meses de cierre real, la apertura virtual provocó que millones de amantes del arte visitaran la pinacoteca por medio de su página web y con una inusitada efervescencia en las redes sociales.

El Prado abrió su puertas creando una maravilla llamada “Reencuentro”, nunca un mejor nombre para el abrazo, con mascarilla, hidrogeles y a dos metros sí, pero fusión amorosa al fin y al cabo entre los artistas y su público.

Hasta el 13 de septiembre los visitantes al “Reencuentro” de nuestro  Museo nacional por antonomasia no podrán acceder a todas sus salas ni a toda la obra. Pero les aseguro que darán vida a un sueño y que deberán pellizcarse para asegurarse que el recorrido que hacen y las obras que les rodean -y casi les rozan- son ciertas. Sin duda va a vivir una experiencia única introduciéndose en una cápsula del tiempo donde navegarán en una autovía estelar en la que han convertido la Galería Central y salas adyacentes del Museo. Lo que se ha hecho con el objetivo de integrar la obra en un espacio emblemático y que además garantice cumplir con las recomendaciones sanitarias creando un modelo de visita seguro para el público y los empleados, también es un “Paseo por las nubes”, un “Viaje a una parte del Parnaso pictórico” que se llama cielo pictórico al “codearte” en el trayecto con las 249 obras, tal vez más importantes de la pinacoteca. Obras desde el siglo XV a los albores del siglo XX  “planteando diálogos entre autores y pinturas separados por la geografía y el tiempo; asociaciones que nos hablan de influencias, admiraciones y rivalidades y señalan el carácter profundamente autorreferencial de las colecciones del Museo del Prado”.

Al entrar en "Reencuentrote toparás con la escultura de Carlos V y el Furor de Leone desprotegido de su armadura como si te recibiera con un amable y broncíneo “Buenas tardes, bienvenido a mi casa” desprovisto de furor. Y nada más salir de ese trance el amante del arte literalmente se emocionará ante El descendimiento de Van der Weyden y La Anunciación de Fra Angélico mirándose frente a frente y tú en el centro ¿se puede pedir algo más cercano a la fantasía? Sigamos que llega la “Eva” y el “Adán” de Durero de frente al espectador como mirando fijamente animando a que prosigas esta senda de fantasía cromática y de imágenes.

Una de las salas del Museo del Prado en la exposición Reencuentro

Y desde ahí nos adentramos en el bosque artístico y concentrado de frutos artísticos jamás visto: El Bosco, Patinir, Tiziano, Correggio, Rafael, Veronés, Tintoretto y  Reni.  Andar dejando a un lado obras ingentes de estos maestros es difícil sin sentir una emoción primigenia y nunca sentida  ¡Es que transitas por la Historia, por el Arte, por los grandes maestros a “dos metros del cielo”!

Y la combinación de evocaciones continúa una detrás de otra en un ritmo frenético ante la llegada a El Greco y la serie de los bufones de Velázquez, ese sevillano que  pintaba un enano , un deforme o un discapacitado con igual rigurosidad como lo hizo con reyes, infantas, príncipes  y nobles. Y te acercas a Rafael y a su Cardenal que presta su rostro al cartel de Reencuentro” con la solemnidad que Sanzio se merece. Repuesto de este agradable shock te inunda el magnífico diálogo creado entre los Saturno devorando a su hijo de Rubens y Goya.

Y volvemos a Velázquez para detenerte un buen rato y admirar Las Meninas y Las Hilanderas  en el mismo espacio compartido. Aquí también se acaba los adjetivos como en la continuidad del recorrido que, como en una buena película, miras el reloj -y aquí la galería- deseando que no se acabe.  Esa sensación que te recorre al visitar el ala norte con obras de Ribera, Maíno y Zurbarán, Caravaggio, La Tour, Sánchez Coello y Antonio Moro.

El siglo XVII te espera: los españoles Murillo y Alonso Cano junto a la escuela francesa y flamenca como Claudio de Lorena y Van Dyck. Volvemos a Goya y su imponente Familia de Carlos IV y los tremendos 2  y 3 de mayo, cara a cara Los fusilamientos de la Moncloa y La carga de los mamelucos. Que mejor entradilla esta última para contagiarse de la viveza del colorido de Rubens, de su movimiento y vitalidad ya en la zona casi final de la Galería. No faltará en el periplo artístico incluso un guiño a Tiziano y su Dánae con Las Lanzas de Velázquez entre los retratos ecuestres de El duque de Lerma y El cardenal infante don Fernando. Y mi velazquismo reverencial y militante se rinde ante el cónclave unitario de Las Meninas Las Hilanderas, otra de las grandes sorpresas de la exposición que se mantendrá siempre en la retina de la mente.

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Calificaba al inicio de esta pieza que Reencuentro podría calificarse como un “Paseo por las nubes” del arte, un “Viaje a una parte del Parnaso pictórico” o de una manera de “codearte” a “dos metros del cielo” con Fra Angélico, Rafael, Goya, Tiziano, Rubens o Velázquez.

Fui desde niño al Prado de la mano de mi tío Miguel en mis vacaciones habituales en Madrid. Luego, de adulto, de la mano de nadie, solo de mi deseo y amor a por esta pinacoteca. Más tarde, recientemente he paseado por sus galerías del brazo de mis hijas. Y ahora, tras tantas visitadas realizadas, he tenido la sensación mitad levitante mitad onírica, en compañía a dos metros y con mascarilla de los grandes protagonistas de la historia de arte admirando  su propio legado, esas 249 obras que constituyen Reencuentro.

Concluyo con lo que dijo el director del museo Miguel Falomir sobre Reencuentro. Es la metáfora de un lujoso perfume: un pequeño frasco en el que se concentran todas sus esencias. La densidad de la fragancia del Prado se condensa en un espacio reducido capaz de destilar cada una de sus notas aromáticas”.


Escrito esto, pase lo que pase, algunos afortunados podremos decir en un tiempo: “Sobreviví al Covid y además estuve en Reencuentro”.