Hay dos imágenes en 1945 que nos parecen relevantes de destacar. En la primera, poco después de arrancar la película, los dos judíos que han llegado al pueblo donde se desarrolla la acción, observan, desde la parte trasera, como el tren se marcha: un plano simple pero que traslada a los personajes, y al espectador, al pasado reciente de esa ficción, de trenes y transportes de muerte. La otra cierra la película. De nuevo, el tren se marcha y la cámara lentamente realiza un barrido siguiendo la estela de humo que sale de la locomotora para detenerse ante una imagen del cielo cubierto por un humo cada vez más oscuro: otra imagen que recupera un pasado reciente para 1945. Humo y chimeneas.

12 de agosto de 1945, un pueblo de Hungría. El hijo del empresario y funcionario del ayuntamiento István (Péter Rudolf), Árpád (Bence Tasnádi) va a casarse con Kisróski (Dóra Sztarenki), una joven campesina que, sin embargo, en verdad está enamorada de Jancsi (Tamás Szabo Kimmel), joven obrero de ideas comunistas. La localidad vive su cotidianidad y se prepara para la celebración. Pero por la mañana llega el tren y de él descienden de dos judíos, quienes traen dos baúles consigo. Su presencia trastocará por completo la vida de todos ¿Cuáles son las intenciones de esos dos hombres que, desde la estación de tren, se encaminan hacia el pueblo caminando tras el carro que porta sus baúles? ¿Qué secretos vienen a sacar a la luz?

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Ferenc Török plantea 1945 mediante un juego iconográfico con el western pero dentro de los contornos del drama histórico, con una fotografía en blanco y negro que crea un sentido irreal en su juego lumínico. Muestra a unos personajes estereotipados, puede que en exceso en ocasiones, cada cual en su papel, dialogando, incluso, con imágenes y personajes del cine del Este. Todo da como resultado una película que busca romper las formas más al uso del drama histórico y conducir la narración y las imágenes hacia una tensión ascendente sobre dos ‘forasteros’ que regresan al pueblo, aunque no se sepa bien quiénes son o quiénes les envían así como cuáles son sus intenciones, y que lentamente irán acercándose a la localidad.

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La cotidianidad del pueblo queda trastocada y con ella todo se derrumba. Török crea una película de montaje rápido, de planos bien elaborados y cerrados que dan habida cuenta de un espacio carcomido a pesar de su aparente bienestar: la presencia de esos dos judíos lo evidencia. Una comunidad levantada en un artificio hiriente, de ahí que Török, para mostrarlo, apueste también por un dispositivo formal que muestra sus costuras, aunque no lo suficiente como para descomponer la película, evidenciando de esa manera una realidad construida sobre la mentira, los silencios y, sobre todo, los crímenes antisemitas que precedieron a los campos de exterminio, cuando las delaciones de vecinos respondían a intereses particulares económicos. Así, el pueblo que retrata Török, algunos de sus habitantes construyeron sus vidas y su riqueza a base de despojar de tierras, comercios y casas a familias enteras a quienes, finalmente, arrancaron la vida.

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Török opta por el drama histórico subvertido por ese componente de tensión que las imágenes incorporan mediante el trabajo iconográfico con el western, introducido de manera sutil, pero evidente. Un operativo que puede tener, en ocasiones, puntos débiles, pero que ayuda a que las ideas planteadas surjan de la acción, de la ficción, dejando que poco a poco vaya expresándose aquello que se intuye desde el comienzo, conduciendo la película hacia un final anticlimático en el cementerio previo a un resolución que pone de relieve como, tras 1945, no se revertieron del todo muchas injusticias cometidas durante, y antes, de la guerra; cómo muchas construcciones sociales y políticas se levantaron sobre crímenes consensuados, basados en silencios y en mirar hacia otro lado. 1945, en este sentido, habla del pasado, no mira al presente, pero usa formas cinematográficas para ahondar en un territorio ya explorado de manera personal y original. Gestos, miradas, combinación de planos para cerrar o abrir la imagen, una música atonal y narrativa, son elementos que Török pone en juego para crear una película que bajo cierto acercamiento hiperrealista, esconde una atmósfera narcotizada e irreal, según avanza más malsana, para mostrar a unos personajes que no pueden vivir su presente. Porque no les pertenece. Mientras que otros, tan solo, quieren rendir tributo a sus muertos. Nada más.