¿Qué imagen tenemos todos del lobo? En general y en nuestra cultura la percepción es negativa. Desde muchas generaciones atrás un lobo significaba un problema para el ganado, para las personas que vivían en el campo y un aviso de precaución para no salir solo a pasear, especialmente si eras un niño. En la mayoría de las zonas se incentivaba su caza e incluso se recompensaba económicamente esta. También, se solían usar términos como alimaña, bestia… No hay nada como el uso del lenguaje como forma de condicionar el pensamiento.

Los cuentos y fábulas están llenas de historias donde un lobo solo piensa en las artimañas más complejas para poder comerse a alguien, Caperucita Roja, los Tres Cerditos… Con esas historias desde pequeños es fácil pensar que no era nuestro amigo de cabecera. Disney terminó la faena con la misma matraca.

Posteriormente, los de mi generación pudimos ver la otra cara del lobo. Gracias a Félix Rodríguez de la Fuente conocimos al amigo lobo. Le vimos en realidad, empezamos a maravillarnos con su grandeza y capacidad y, de forma sorprendente, veíamos como rodeaban al gran Félix y no solo no le hacían nada, sino que parecía que le aceptaban como uno más. Respeto mutuo.

Aquellos con mayor análisis filosófico e incluso religioso, valoraron al lobo a partir de la historia de San Francisco de Asís en la ciudad de Gubbio, donde cuenta la leyenda que pudo apaciguar a un lobo que comía “animales y personas” y tenía a todos atemorizados. Lo hizo santiguándose y llamándolo Hermano Lobo. Toda una reflexión precursora de los más proteccionistas. Afirmó este santo, además de valorar los aspectos más divinos, que los males del lobo se producían por su necesidad de comer, como todos los seres, y que teniendo asegurado el alimento por los humanos, debería comprometerse a no hacer ningún daño. Equilibrio y convivencia.

Siglos después, es decir ahora, seguimos con ese debate. Con un agravante muy a tener en cuenta: quedan muy pocos lobos vivos. La persecución, la caza, las trampas y, sobre todo, la reducción de su capacidad de vivir en amplios espacios naturales lejos del ser humano ha descendido notablemente. Al resto de especies le ocurre igual. Hemos ocupado todo el terreno y los animales nos molestan, excepto para su uso.

Es estos meses se ha producido un profundo debate que ha llegado hasta el propio Parlamento. Cómo legislar la protección del lobo con un apoyo a los ganaderos como forma de vida, ese es el reto.

Primero se produjo un movimiento social iniciado por muchas entidades proteccionistas, por grandes naturalistas muy activos, donde destaco a Luis Miguel Domínguez que además de ser un maestro, fue compañero del gran Félix Rodríguez y a tenido un papel muy activo a pesar de haber sufrido un ictus y de tener una recuperación compleja pero positiva. Se produjeron muchos debates donde se encontraron rechazo en ganaderos, cazadores y muchos políticos que entendían que tenían mucho voto en juego. El famoso voto del campo.

Trabajo que se complementó con reuniones y explicaciones a los diferentes partidos, grupos municipales, administraciones locales, regionales y nacionales y todo tipo de entidades.

Finalmente, el Gobierno de España asumió el compromiso de ampliar la protección legal del lobo. En concreto se trata de la inclusión del lobo en el catálogo o Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial. Hasta este momento sólo los lobos situados al sur del río Duero estaban en este listado.

La protección legal del lobo ibérico está reconocida «al menos sobre el papel» en tratados internacionales (como el convenio de Berna de 1979) y en normativas estatales y autonómicas. Existen fondos europeos disponibles para compensar el 100% de los daños generados por este carnívoro en el conjunto del Estado.

La Vicepresidenta cuarta y Ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, afirmó: “La coexistencia del lobo y la ganadería extensiva resulta fundamental por razones ambientales, sociales, familiares y de entorno antropológico, así como por una visión holística del territorio y un entendimiento de los ecosistemas, por motivos culturales o por sanidad animal”.

Y realizó otra afirmación que parece muy adecuada: “Tanto la prevención como la compensación requieren más eficacia que los sistemas actuales y conviene plantearnos de una vez por todas si el coste que supone la convivencia del ganado con grandes carnívoros debe ser asumido solidariamente por la sociedad y no tan solo por los ganaderos”.

Esta debe ser la clave: diálogo, entender a todas las partes, proteger a una especie sin perjudicar a quien vive del campo y compensar, todos, a aquellos que pueden ser perjudicados. Si se logra, el cambio no solo legal, sino cultural será posible. Un avance que permitirá que esa máxima de Ghandi sea aplicable en positivo: “La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la forma en que se trata a sus animales”. Seamos grandes.