Región de Murcia y la Comunidad Valenciana han sufrido durante esta Semana Santa el peor temporal del último medio siglo. En algunos municipios se llegaron a registrar hasta casi trescientos litros de precipitación por metro cuadrado, mientras las rachas de viento rondaron los cien kilómetros por hora.

“Esto es imposible de gobernar -declaraba un alcalde afectado- no se puede hacer frente a un tiempo tan enloquecido: ha caído en un solo día lo que llueve en todo un año”. Y no le faltaba razón.

La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) alertó en las jornadas previas del paso de una borrasca atlántica con previsión de abundantes lluvias, fuertes rachas de viento y un descenso pronunciado de las temperaturas. Debido a ello se activó la alerta amarilla en todo el levante peninsular. Pero eso no sirvió para evitar los graves daños ocasionados por el paso del frente.

El elevado coste de los daños ocasionados por este tipo de temporales de agua y viento solo se puede atenuar con una mayor previsión. Y el primer paso para prevenirlos es aceptar que, aunque estamos hablando de tiempo meteorológico y no de clima, lo cierto es que los expertos en cambio climático llevan años alertando de que, aunque la alta variabilidad es una de las principales características del clima mediterráneo, los episodios extremos serán cada vez más intensos y recurrentes en la región mediterránea.

Debemos aceptar que estamos en una de las regiones del planeta que se va a ver más afectada por las consecuencias negativas del calentamiento global y que minimizar el riesgo va a ser fundamental para evitar las peores consecuencias para la población.

Es imprescindible fortalecer los mecanismos de adaptación, y entre ellos los relacionados con la gestión del ciclo integral del agua. Hay que fortalecer la colaboración a todos los niveles, desde las administraciones y las empresas hasta la ciudadanía, para habilitar una respuesta colectiva que reduzca la providencia, porque hoy por hoy nos aboca a la fatalidad.

Por todo ello una de las principales tareas a las que se deben entregar los gobernantes que surjan de las próximas elecciones, tanto a nivel estatal como local, autonómico y europeo, es la gestión eficiente del riesgo. Una gestión que ahora más que nunca debe basarse en la cooperación, el conocimiento compartido, el oficio, la experiencia, la aplicación de los mejores recursos tecnológicos, la capacidad de innovación, el talento y el trabajo en red.

Son malos tiempos para los experimentos en materia de gobernanza, y los peores para la demagogia y el oportunismo político. El reto del cambio climático debe llevarnos a unir esfuerzos, sumar voluntades y atender prioridades que nos permitan eludir los peores escenarios y, en todo caso, afrontarlos desde la cooperación mutua: en beneficio de todos y de todo.