Llevamos días con una atención machacona al tema de la vuelta al cole. En este año extraño, también eso es extraño, y en vez de las habituales noticias sobre material escolar, libros de texto y uniformes, hoy se habla casi en exclusiva de medidas de seguridad. Geles hidroalcólicos y mascarillas han quitado espacio en las mochilas al plumier y la libreta, y se han convertido en imprescindibles. Tanto es así, que si el niño del anuncio de Donuts volviera, ya no diría eso de “anda, la cartera” sino “anda, la mascarilla”.

Pero echo de menos lo más importante. La educación. Parece que el escenario importa más que la obra y, aunque sin escenario no se puede representar obra alguna, ningún sentido tiene sin ella. Es fundamental pensar en lo que  niños y niñas aprenden y, sobre todo, en lo que no aprenden. No se puede perder de vista que dejaron de asistir a la escuela en marzo, de un modo tan abrupto que no dio tiempo a preparar nada.

 En su día, hubo que improvisar. Y, como todas las improvisaciones, dio resultados buenos, malos y regulares, según los casos. Lamentablemente, asociados a las posibilidades económicas y culturales de las familias. De pronto, disponer de un ordenador, de una conexión a red, de un padre o una madre con tiempo y con conocimientos, se vuelve esencial en algo que debía servir exactamente para lo contrario. La educación, que debe servir de goma de borrar de las desigualdades para dar las mismas oportunidades a todo el mundo, corre el riesgo de perder esta función. Algo muy peligroso.

 No hace falta ser futuróloga para pensar que no tardaremos más que unos días en ver las primeras dificultades, por muchas y buenas que sean las medidas de seguridad adoptadas. Las burbujas en que han convertido las clases se pinchan en cuanto los niños tienen hermanos, hermanas, padres, madres, abuelas o profesores de apoyo. Pasamos de burbujas a vasos comunicantes y las posibilidades de una sospecha de positivo, y, por ende, de una paralización de la actividad, se multiplican por infinito.

 Hay que planificar las medidas de seguridad, pero también hay que planificar qué pasa si estas fallan. Y también qué pasa si no fallan pero dificultan el aprendizaje. Las barreras físicas como mascarillas y distancia pueden ser también barreras para el aprendizaje, sobre todo en las edades más tempranas.

 La sombra del fracaso escolar es alargada, y planea con insistencia. Y lo hace, sobre todo, en torno a quienes menos tienen. No todo son mascarillas e hidrogeles.