Seguro que recuerdan la imagen. Detrás del flequillo díscolo y libertario, Trump se protegía detrás de un atril, que era más bien el púlpito de un teólogo de la Inquisición, y separaba a los justos de los réprobos con el dedo índice de la mano derecha. Tú, sí; tú, no. Así es como excluía a los periodistas que podían incomodarlo con sus preguntas. Steve Bannon fue el arquitecto o alarife de la campaña de Trump, el mismo que le lee las cartas del tarot político a Santiabascal y pastorea al nacionalpopulismo europeo, Le Pen, Salvini y por ahí, por los prados sequizos de la xenofobia, la misoginia y otros lirios. Nada, pues, tiene de extraño —aunque sí mucho de preocupante— que los clones ibéricos de Trump, esas ovejitas Dolly cebadas de cortisona rojigualda y pienso non plus ultra, veten a medios de comunicación que ellos juzgan poco afines a su ideario de caspa reaccionaria. Entre ellos, este periódico.

Pero su campaña de escopetas y chulesco pim, pam, pum incluye también diarios con líneas editoriales muy distantes del progresismo, como El Español. Se conoce que para ellos el único rotativo fiable es El Alcázar, cuyo cuerpo glorioso resucitarán de las hemerotecas y dirigirá sorianamente Sánchez Dragó después de hacer Reiki y quemarle una barrita de incienso agropecuario a Shiva. A Vox le produce alergia la pluralidad democrática y, para combatirla, se espolvorean en la boca el Ventolín del fanatismo y el pensamiento único, igual de rígido que la cruz del oprobio que intimida a los pinos basilicales del Valle de los Caídos.

No solo Vox sería feliz si regresáramos a la España del NO-DO, a una España de alpargatas y moscas, a una España en la que todos los niños cantasen por la mañana el artículo 155 y estudiaran historia en la neoenciclopedia Álvarez, ya saben, aquel libro de las escuelas franquistas cuyas páginas viriles y patrióticas exaltaban las gestas de Viriato, del Cid y del Caudillo.

Si el próximo domingo ganaran las derechas, García Ferreras tendría que emitir el NO-DO al comienzo de Al rojo vivo, en el caso de que siguiera existiendo laSexta. Pues el otro día ya exigió el cierre de la cadena el vicepresidente de Vox, y sus cachorros de la kale borroka, enardecidos por las soflamas ultras del don Pelayo de turno, se echaron a perseguir, a vetar y a abuchear periodistas. Con el Ku Klux Klan abascalero, las numerosísimas familias que no pueden pagarse la calefacción lo tendrán fácil en invierno. En cada esquina habrá dos o tres hogueras que arderán día y noche.

Ni Casado ni Rivera dicen nada contra estos atentados al derecho a la información. Casado, en los mítines, ladra respetuosamente a Abascal; pero jamás le muerde. Y naufraga dentro de un vaso sin agua en cuanto se le agotan los monótonos insultos contra Sánchez, quien acertó al definir así al partido del aznarable: “El PP es el centro: el centro de los sobres en negro, el centro del fraude y el centro de la amnistía fiscal”.

Por su parte, Rivera tampoco levanta la voz contra el nacionalpopulismo y sus mañas gansteriles. No sorprende. Rivera, como demostró en el último debate de Atresmedia, vive en una dimensión del espacio-tiempo desconocida por los físicos. Por eso, levitaba como un santo de estampita mirando a la cámara cada vez que extendía un curioso pergamino medieval hecho con InDesign. O cada vez que recitaba los puntos de su programa, todos los cuales iba a cumplir en los primeros cien días de su hipotético gobierno, desde acabar con el paro a devolverles el antiguo prestigio a las galletas María. Ahí es nada. Y si decimos que Rivera levitaba, es porque no puso los pies en el suelo en todo el debate. Iglesias, metido en su papel de tribuno de la plebe, fue el único político de los cuatro. Gustó y convenció. Sánchez salió vivo. Ojalá España también salga viva después del domingo, que no estamos para sueños de grandezas ni caprichos totalitarios. Ni mucho menos para hacer flashback.