Uno de los grandes dilemas que he tenido durante mucho tiempo ha sido dilucidar si, como dicen muchos, la ignorancia garantiza la felicidad; si, como muchos presuponen, profundizar en la realidad y buscar la verdad es una fuente de frustración y de desencanto. Algo de razón hay en esas premisas. Porque, cuando se tiene la inquietud de querer entender mínimamente el mundo que vivimos, muchas de las cosas que se llegan a saber son realmente duras, a veces hasta extremos inasumibles. Tras la fachada prefabricada que se nos muestra para esconder lo que existe tras las bambalinas, existen muchos intereses oscuros, muchas verdades terribles, mucha negrura que realmente consigue que nuestro mundo, que podría ser un mundo maravilloso, sea tan duro, tan injusto y tan escabroso como es.

Decía el novelista norteamericano Henry Miller, en su novela Nexus (1959), que “en cuanto ves la vida con claridad, todo es una farsa. Una farsa monumental”. Y es que para conocer realmente cómo es el mundo y lo que ocurre en él hay que asumir que todo lo que nos cuentan, prácticamente todo, es mentira. Por eso el escritor y sociólogo Alvin Toffler siempre decía que los analfabetos del siglo XXI “no son los que no saben leer y escribir, sino los que no pueden o no quieren desaprender y reaprender la realidad que nos narran”. Aunque es verdad que ese “reaprender la realidad” es algo que al poder tradicional no le interesa, porque le delata; de tal manera que se sigue promocionando la ignorancia (aunque en plena supuesta era de la información y con modos más sutiles) igual que se hacía en la Edad Media.

Sin embargo, y a pesar de todo, siempre me he resistido a considerar como cierto que la ignorancia nos hace felices. Por un lado porque la ignorancia no puede ser felicidad, es simple y llanamente ignorancia, por otro porque tiene toda la pinta de ser un tópico preconcebido, como tantos otros, para mantenernos en el limbo de la sandez; y, por otro lado, porque si renunciamos a la inquietud de investigar, de profundizar, de leer, de, en definitiva, buscar la verdad, ¿qué pintamos aquí?, ¿qué sentido puede tener existir conformándonos simplemente con vegetar? Para mí, y seguro que para muchos como yo, no tiene sentido alguno.

Por eso me ha ido haciendo enormemente feliz ir encontrándome con argumentos de mentes brillantes que desbaratan esa absurda idea que nos hace conformarnos con el mundo tal y como nos le cuentan. Y es una felicidad porque yo misma percibía que ir conociendo un poquito más de cómo funcionan las cosas, no sólo no me ha hecho más infeliz, por duro que a veces sea, sino todo lo contrario. “El cerebro es como un músculo. Cuando está en uso nos sentimos muy bien. La comprensión es alegría, decía el gran Carl Sagan en Los dragones del Edén. De tal manera que a estas alturas estoy convencidísima de que ese ardid de tanta gente de meter la cabeza bajo el ala ante todo lo que duele o molesta, no sólo no garantiza la felicidad, sino que, además de en cobardes e insensibles, les suele convertir en idiotas.

Finalmente la noticia de actualidad que quiero contar es lo anecdótico, y es un símbolo que puede describir y explicar por sí mismo muchas cosas de la realidad. La actualidad y la noticia, en este caso, son un rayito de luz, una pequeña o gran alegría, una dosis de ternura y de empatía en medio de la gran tragedia que están viviendo en La Palma. Un cabo de la Unidad Militar de Emergencia, que ha estado dos semanas de misión en la isla, salvó la vida a un gato que encontró en la calle, asfixiado por las cenizas del volcán. Un gato al que consiguió revivir con una maniobra de reanimación cardiovascular. En un vídeo que se ha hecho viral, el militar, Juan Carlos Núñez, le hacía al gato el boca a boca con un filtro y un masaje cardíaco, hasta que el gatito consiguió volver a respirar. Toda una alegría en medio de una tragedia. Y no sólo le salvó la vida, también le ha puesto nombre, le ha adoptado y le ha dado un hogar.

Cuando alguien me dice que sin saber se vive mejor, que es una pérdida de tiempo investigar, leer, profundizar; que buscar la verdad nos roba la alegría o el sosiego, me vienen a la mente los detalles maravillosos de la vida, los auténticos, los de verdad, lo que no son mentiras ni farsas, y que lo iluminan todo, hasta lo más duro y escabroso. Y lo mismo que es difícil, frustrante y doloroso hacerse consciente de la oscuridad, de las maldades y las miserias que nos rodean en este mundo tan psicopático, igualmente es enormemente gratificante ser capaz de percibir la grandeza, la inocencia y la belleza que perviven pese a todo a nuestro alrededor, muchas veces en pequeños detalles. Como en el gesto de ternura, de compasión, de empatía y de respeto profundo a la vida por parte de ese militar valiente que devolvió la vida a un pequeño, indefenso y precioso animal. Porque toda vida importa. Y porque el amor, como decía Benedetti, es lo único que nos salva. Coral Bravo es Doctora en Filología