El pájaro de Twitter ha lanzado un gorjeo azul e institucional y ha condenado al silencio a Vox, ese partido en el que solo se dan dos rotaciones de cultivo: el ansia de poder y el ansia de joder. “¿Por qué no te callas?”, le han ordenado, más o menos campechanamente, los gerifaltes de Twitter a quien administra la cuenta oficial de la formación non plus ultra. 

Ha ocurrido a raíz de un tuit contra Adriana Lastra. Los nacionalpopulistas volvieron a menudear sus histerias en las redes a cuenta del pin catacumbal, digo parental. Y aunque los poetas de Rocío Monasterio son muy conmovedores, no le escribieron a Lastra un madrigal a lo Gutierre de Cetina, “ojos claros, serenos, / si de un dulce mirar sois alabados, / ¿por qué, si me miráis, miráis airados?”, ni una promesa de amor más allá de la muerte, como Propercio a Cintia o Quevedo a su cojera. 

 

Los poetas de Vox, que están entre los aullidos del Mein Kampf y las abúlicas nasalizaciones de Bad Bunny, un cantante de trap que está exigiendo un logopeda a voces, no se rebajan a mariconadas. Ellos son poetas como es debido. Poetas con pelo en el pecho de sus tercetos, algo que a Ortega Smith le suena a Flandes, qué más da tercios que tercetos, coño, lo importante es gritar viva España, que lo demás ya nos lo darán por añadidura Casado y el obispo Munilla, aquel con sus declaraciones cada vez más cegueronas y este con sus homilías cada vez más trabucaires. Y también se lo darán a Vox los bulos que ellos mismos propagan en las redes, claro. Allí donde los ultras quieren matar de nuevo lo que sus antepasados ideológicos asesinaron tantas veces: la libertad, la democracia. 

Pero, en esta ocasión, una avecilla nos ha salvado de la cólera y del Gelocatil. El pájaro de Twitter, en efecto, ha logrado silenciar, al menos digitalmente, al partido del cencerro. Y lo ha hecho porque este incita al odio. A ver si los fiscales del Estado dejan de rascarse la barriga debajo de las togas y desentumecen la artritis del boli Bic. ¿Qué ocurrió? Pues lo de siempre con Vox en la red avícola. Que excretó, de nuevo, su diarrea de ciento cuarenta caracteres a causa, esta vez, de la educación. 

Porque los abascaleros, como ustedes saben, andan preocupadísimos con la educación. Y con la igualdad. Y con la violencia machista. Y con la ecología. Y, más aún, con las actividades complementarias de la escuela, en cuyos talleres —alguno de ellos premiado por la Unesco— los ultras proyectan sus psicopatologías como en el test de Rorschach, ese de las manchas simétricas y redichas, ya saben. En estos talleres, aprobados por los padres, dicho sea de paso, Vox no solo percibe una incitación a que niños del mismo sexo copulen, sino, como afirmó Rocío Monasterio, un acicate a la zoofilia. Y se quedó tan pancha, desvergonzadamente flemática y pancha. Ni más ni menos que Hermann Tertsch. El político ultra, que se comporta menos como un europarlamentario que como un trol de Forocoches, escribió en Twitter que el pin parental evita “que tu hijo pretenda penetrar a su hermanito”

 

Enloquecidos por su propia furia, los miembros de Vox competían entre sí hasta que solo uno sostuviera entre las fauces la sinrazón más grande y sanguinolenta. Ganó la cúpula del partido. Desde su cuenta oficial, Vox le dijo a Adriana Lastra que no iba a consentir que el Gobierno promoviese la pederastia con dinero público. Fue entonces cuando el pájaro azul se hartó de tantas barbaridades y gorjeó más o menos así: “Mira, Santi, majete, te lo voy a explicar muy clarito. O borráis esa atrocidad que incita al odio u os suspendo la cuenta”.

Pero como Vox solo es un partido unicelular, no la eliminó. Vox, aparte de unicelular, también es un partido enfermo. Precisamente por eso y porque con argumentos racionales no se puede, propongo un crowdfounding para que venga un chamán de plumas y ayahuasca y limpie de malos espíritus a Abascal y a sus zombis. Y para que les saque del cuerpo los demonios del odio cuanto antes, pues desde que Vox llegó a las instituciones, España se nos ha jibarizado. En primavera, de seguir así, será el Liechtenstein del Mediterráneo.