No sé si ustedes se habrán encontrado alguna vez en el buzón de casa un doctorado o un máster que no recuerdan haber cursado, a mí me ocurrió en una trágica ocasión. Reconozco que cuando lo recibí me causó cierta sorpresa, entre otras cosas porque yo siempre había sido de letras y el máster en cuestión era en física teórica. Cuando, tan orgulloso ahora como sorprendido antes, se lo mostré a mi esposa, ella, lejos de alegrarse, se mostró tremendamente suspicaz.

Tomó el documento con aprensión y, tras leerlo detenidamente, lo observó al trasluz con el fluorescente de la cocina, como si en lugar de un título universitario estuviera mirando una radiografía. Con gesto adusto apartó la fuente de fruta de la mesa donde estábamos a punto de cenar, y lo depositó sobre ella con el mismo cuidado que lo haría un artificiero que se ha llevado trabajo a casa.

Tras un breve carraspeo me inquirió: "¿Qué es esto?". "Pues ya lo ves -respondí, sin entender la trascendencia de la situación- un máster en física". "¿Y me puedes explicar  -insistió ella- cuándo y porqué has estudiado un máster sin tener a bien decirme nada?". A estas alturas de la conversación hubiera sido más inteligente reconocer que el primer sorprendido era yo y que sabía tanto sobre el motivo por el que había recibido el título como de la materia por el que me lo habían concedido, nada.

Pero ya saben ustedes que la vanidad es un mal muy común entre los hombres y en vez de reconocer mi ignorancia y cenar plácidamente con mi esposa, decidí que un máster en ciencias podía ponerme en valor y, quizá, dar un toque de interesante misterio a nuestra relación. Así que en vez de amedrentarme le espeté con un cierto toque de chulería: "Lo he estudiado en mis ratos libres y porque me ha dado la santísima gana de hacerlo".

Ella, que me conoce mejor que yo, enseguida se dió cuenta de que estaba mintiendo como un bellaco, así que tomó fuerza y aire y me ametralló con una secuencia de preguntas a las que yo respondí, aturdido por su agilidad mental, con lo primero que me iba viniendo a la cabeza.

- ¿Quién ha dirigido tu tesis?
- Pues mira, el mismisímo catedrático en persona.
- ¿Él me lo confirmaría?
- No puede, está muerto.
- Vaya, que trágica casualidad. ¿Conozco a alguno de tus compañeros?
- No, yo tampoco los conozco, no iba a clase.
- ¿Te han dado un máster sin ir a clase?
- Pues sí, me han dado un máster sin ir a clase. Hice todo el curso online.
- Ajá, que bien, así podrás enseñarme en tu ordenador lo que has hecho.
- Esto...era un online telefónico, el señor catedrático, que era muy mayor, no manejaba bien los ordenadores.
- ¿Y le leías los trabajos por teléfono?
- Claro que no, se los mandaba por correo postal.
- ¿Pero los escribías en el ordenador y los imprimías, no?
- No, los escribía a mano, a pluma por si tanto te interesa (pensé que un detalle de este tipo podía dar más credibilidad a mi relato).
- ¿Y quién estaba en el jurado en el que defendiste el trabajo de fin de máster?
- Pues profesores, vaya pregunta.
- ¿Cómo se llamaban?
- No los conocía porque yo no fui a clase. No leí el trabajo, les entregué el trabajo y les expliqué las líneas generales.
- Vamos a ver, gilipollas, ¿tú te crees que yo me voy a tragar que te han dado un máster que has hecho a escondidas, sin que te haya visto nunca coger un libro, sin que hayas ido a clase, del que no has conservado ni un trabajo, sin que me puedas decir un solo nombre de un profesor o compañero y que te lo ha firmado un señor que está muerto?
- No, ¿verdad?
- ¿Con quién estás liado?
- ¿Te creerías si te dijera que con Scarlett Johansson?

Estuve bastante más creíble de lo que yo esperaba en la última respuesta a mi exmujer.