No suelo ponerme la toga para escribir. Como creo firmemente que cada cosa ha de estar en su lugar, la mía está en su armario mientras tecleo, pero hoy haré una excepción. Porque la cosa está más negra que la tela con la que se confeccionan, y la mía pedía a gritos salir de su escondite para gritar su indignación, y en ello estoy. Porque no hay para menos.

Por enésima vez, como en ese día de la marmota judicial que nos ha tocado vivir, nos anuncian que no hay acuerdo, y que el Consejo General del Poder Judicial sigue en tiempo de descuento. Suma y sigue. Como si el árbitro de un partido imaginario hubiera decidido dar más tiempo de prolongación del que dura el propio partido.

Cualquiera que se asome a redes sociales y tertulias habrá leído voces autorizadas que nos repiten una vez y otra que el poder judicial no es eso, que el poder judicial son los jueces y juezas que imparten justicia como pueden mientras que otros señores empingorotados viven en su mundo a años luz de distancia. En todos los sentidos.

Parece mentira que, mientras en ciudades y pueblos de España hay profesionales obligados a resolver cientos de asuntos en una semana con medios paupérrimos, haya quienes no sean capaces de resolver en cuatro años uno solo, la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Pero es así. Los primeros hacen su trabajo en las peores condiciones, los segundos no lo hacen a pesar de tener todas las oportunidades. Cualquier excusa es buena para dar un portazo y marcharse como niños contrariados porque les han quitado su juguete preferido.

Por eso está mi toga indignada. La mía, y todas las del país, vengan de donde vengan y estén donde estén.

No quiero hacer política, ni hablar de política. Lo que quiero es hacer justicia y hablar de justicia, que es a lo que nos dedicamos un montón de personas que nos dejamos los ojos y los codos estudiando y que hoy nos dejamos los mismos codos y ojos trabajando. Sin excusas. Nos gusten o no las circunstancias.

Juro que cada vez que en un asunto se me retrasa unos días, pierdo el sueño, y saco tiempo de donde no lo hay para resolverlo. Y esto no es excepción sino regla en la Justicia de trincheras. Por eso me cuesta tanto entender que quienes tienen por única misión la renovación de este Consejo caducado, sigan durmiendo a pierna suelta pese a que llevan cuatro años de retraso. Y esto sí es una cuestión de Justicia. Pero de la de verdad.

Susana Gisbert
Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)