Es bueno que ustedes piensen así, porque lo contrario podría suponer un grave quebranto de la paz social. Me los puedo imaginar cenando en la minúscula cocina del humilde piso del que son copropietarios con su banco, mientras ven en la televisión el palacete de Matas, la estatua de Fabra, la hípica de Bono o la colección de trajes de Camps, diciéndose a sí mismos: que suerte tenemos de que al menos ante la ley y la muerte todos somos iguales.

Sobre lo segundo no les voy a quitar la ilusión de que sigan creyendo en la igualdad, pero ante lo primero me veo en la triste obligación moral de descubrirles que pocas cosas hay tan desiguales como la justicia.

Como en la educación tampoco hay igualdad y sé que no están ustedes para entender elaborados discursos jurídicos, haremos uso del siempre socorrido recurso de los ejemplos.

Cojamos como ejemplo la ley que obliga al pago del 7% del impuesto de Transmisiones Patrimoniales por la venta de una vivienda. Es una norma simple y sencilla: tengo una propiedad inmobiliaria, la vendo, ergo pago al estado en impuestos un 7% del total de la venta. ¿Sencillo de entender verdad?

La ley no hace diferencias, obliga a pagar el impuesto seas moreno o rubio, hombre, mujer o incluso transexual. Pero, emulando los libros de Asterix podríamos decir: ¿Todos? No, todos no, queda un pequeño reducto donde los romanos (en forma de Estado) no han podido entrar: la Banca. Una banca que lo único que teme es que el cielo caiga sobre sus cabezas, porque del resto están a cubierto.

Cuando usted, querido lector, se quede sin trabajo y su banco se quede con ese pisito desde el que veía la televisión pensando que todos somos iguales ante la ley, éste podrá ponerlo a la venta sin necesidad de antes ponerlo a su nombre, lo que le ahorrará el ya comentado 7% de impuesto de transmisiones. Que si lo vienen ustedes a multiplicar por la cantidad de hipotecas que se ejecutan y los pisos que se subastan, es una cantidad de dinero suficiente como para convencer al capitán del Costa Concordia de que no abandone el barco, y aún sobraría para convertir el aeropuerto de Castellón en uno de los principales de Europa. Que ustedes lo igualen, perdón, lo pasen bien.