La gente no hablaba en el metro de la renovación del Poder Judicial, pero sí que lo llevan haciendo meses sobre la Ley de garantía integral de la libertad sexual que entró en vigor el siete de octubre del año pasado. El conteo de agresores sexuales que han aprovechado la falta de pericia del legislador para rebajar sus condenas, incluyendo una veintena de excarcelaciones, es una gota que martillea, número a número, la conciencia y la credibilidad de la izquierda española. El PSOE, por fin, anunció una revisión del texto fallido. La reacción de Unidas Podemos, territorial y hostil, perpetua su puerilidad. Mientras tanto, las mujeres que iban a ser protegidas, asisten indignadas al terrible espectáculo. «¡Al suelo, que vienen los nuestros!», que diría Pío Cabanillas.

Pedro Sánchez ha querido gestionar el problema como Frank Rijkaard gestionaba un vestuario jaranero con Eto´o, Deco y Ronaldinho. El entrenador holandés llegó a decir: «Los problemas no se solucionan, los problemas simplemente desaparecen». El presidente ha tenido oportunidad de poner sus manos sobre la trágica norma. Pudo hacerlo cuando Irene Montero, Pam y compañía levantaron sus tridentes y sus antorchas contra los jueves, pero prefirió callar. Pudo hacerlo cuando se produjo la primera revisión de condena, pero se inhibió esperando al Tribunal Supremo. Luego llegó el Supremo, con el caso de la Arandina, y lo dejó todo como estaba, pero prefirió mirar para otro lado. Ahí pudo forzar el debate, pero tampoco lo hizo, porque la malversación y la sedición urgían. A los tres meses, con una cifra de delincuentes beneficiados vergonzosa, decide parar la hemorragia. Las elecciones están demasiado cerca como para pensar que piensa en las víctimas y no, comme d´habitude, en sí mismo.

La desautorización a Irene Montero es flagrante, por más que se encastillen ahora las socias de gobierno y estén inventando un relato de sacrificio y martirio en pro de la justicia social. Su error es grosero. Su terquedad es indigna de un servidor público. Ya no hay miedo en el bando socialista a una ruptura del pacto de gobierno. Cuanto antes PSOE y Unidas Podemos marquen su parcela, mejor para ambos. Alberto Núñez Feijóo ha hecho lo que se espera de un candidato a la presidencia: vestirse de estadista. Apoyar con sus votos a Sánchez y borrar la ruindad moral de Podemos, incapaces de asumir su responsabilidad y dinamitando las instituciones que osan contradecirles.

Pablo Iglesias aparece en escena como siempre. Esta vez advierte al PSOE que si cambian la ley con el apoyo del PP lo pagarán. Pablo Iglesias cada vez se parece más a la loca de los gatos de Los Simpsons. Su personaje no tiene entidad, pero cuando aparece siempre lo hace exagerado y, por supuesto, nos hace mucha gracia.

Que la ley del «sólo sí es sí» era necesaria nadie lo pone en duda. Que su ejecución ha sido la peor de las posibles, tampoco debería cuestionarlo nadie. Tanta prisa, tanta necedad y tanto sectarismo han volado un partido que quería conquistar el cielo y ha acabado con la mejilla en el asfalto. Esa puerta para violadores y pederastas la ha abierto Unidas Podemos y ya no hay forma de cerrarla. Que no se olvide esto. Que el relato no señale a nadie más.

La política es una cosa muy seria. Aunque Rufián lleve impresoras al Congreso, aunque Iglesias se entretenga con un podcast, aunque a veces el cansancio y la confianza nos regale alguna sonrisa parlamentaria, esto de legislar es un trabajo que exige dedicación y humildad. Porque si uno no sabe, escucha. Porque si uno tiene dudas, pregunta. Porque si uno quiere hacerlo bien, tiene que hablar con otros que lo hicieron bien antes. El adanismo del populismo de izquierdas es indigesto hasta para sus propios votantes. Cuando todo es histórico, nada lo es. Cuando cada paso se celebra como una maratón, la decepción es la única meta.

Pedro Sánchez decía que gobernar con Podemos le quitaría el sueño. Lo vio claro entonces. Presidente, ahora melatonina y transistor. Yo tampoco podría conciliar el sueño si, en mi mandato, se aprobase una ley que perjudicara a las víctimas y beneficiara a los agresores sexuales. De la soberbia se sale, de la indecencia no.