Siempre digo que no creo en el inmovilismo ideológico. La vida es, en esencia, cambio y continua transformación; también en cuestiones de ideología política, porque según vamos aprendiendo de las cosas de la vida es más que posible que la experiencia y ese aprendizaje nos hagan cambiar de ideas o de esquemas. Es más, nadie nace sabiendo, y el conocimiento se va adquiriendo, o no, según aprendemos, o no, cómo funcionan el mundo y la vida. En realidad, las personas no somos algo acabado, sino estamos en constante proceso de construcción, lo cual convierte el vivir en algo realmente mágico e interesante. Sin ir más lejos, yo misma he pasado por una gran transformación en mi ideología. Provengo de una familia “de derechas”, y empecé a aprender el mundo desde una visión conservadora, a pesar de lo cual ahora creo que nunca fui, ni de lejos, conservadora del todo. 

Desde que tuve uso de razón, tuve inquietud por entender la realidad que me rodeaba, el mundo en el que vivía, y eso me ha ido llevando a hacerme muchas preguntas, y a buscar respuestas. Era, y sigue siendo, una especie de necesidad para mí; y también un motivo de alegría, porque, como decía Carl Sagan, la comprensión es alegría. No lo puedo ni lo quiero evitar, todo me interesa, menos la mediocridad. Y según he ido entendiendo, mi postura en lo político ha cambiado, desde posiciones conservadoras (cuando simplemente seguía las ideas que me rodeaban de manera mimética) hasta una posición, la actual, progresista convencida y defensora, convencida también, de los Derechos Humanos 

Con el tiempo he ido entendiendo que eso mismo, defender los Derechos Humanos y la fraternidad entre los hombres (eso que llamamos democracia) es un pecado mortal, es ser un “rojo”. Las famosas “hordas comunistas y judeo-masónicas” de la dictadura franquista eran los colectivos de personas que simplemente defendían la democracia y el progreso del país. Y había que aniquilarlas, y volver al orden precedente, en el que una pequeña minoría lo quería todo. Y fueron aniquiladas. El proceso es bastante parecido a la fanatización que la derecha está haciendo en sus hordas propias a día de hoy. Lo vemos todos los días.

La adquisición de conocimiento, la experiencia, la indagación y la reflexión pueden ser, y son, mecanismos que nos pueden llevar a transformar nuestras creencias y nuestras ideas. Digamos que son modos sensatos, honestos y coherentes de esculpir nuestros esquemas. Pero hay otros motivos que llevan a algunos a “cambiarse de chaqueta”, que no provienen de la honestidad, sino del egoísmo en su peor versión y de una profunda vileza, y que tienen que ver con el poder, con alcanzar estatus social o, sobre todo, con cuestiones de intereses personales.

Hace unos días, el cantante Joaquín Sabina presentaba en Madrid un documental, titulado Sintiéndolo mucho, sobre su trayectoria en sus últimos años. En la entrevista correspondiente, Sabina, quien ha sido considerado por muchos como un símbolo del compromiso cultural progresista en España, hizo unas declaraciones que nos han dejado perplejos. Ha lamentado “la deriva de la izquierda latinoamericana”, lo cual le ha llevado a replantearse su ideología. “Ahora ya no soy tanto de izquierdas”, expresó, “porque tengo ojos, oídos y cabeza para ver las cosas que están pasando”.

En realidad lo que parece es que justamente haya perdido la vista, el oído y también un poco la cabeza. Porque cualquiera con dos dedos de frente y un poco de información veraz (alejada de los bulos que continuamente lanzan la derecha extrema y la extrema derecha) sabe muy bien que los problemas que tenemos, no los españoles, sino casi el planeta entero, provienen del capitalismo feroz y de los ultra liberales o neofascistas que llevan décadas desmontando las democracias y asolando al mundo. Muy mal tienen que andar las neuronas de Sabina para hablar en esos términos. Él, que fue, de algún modo, adalid de cierta parte de la progresía española, quizás, pensándolo bien, por su fama de vividor y libertino (lo cual, en el fondo, tiene mucho más que ver con las derechas que con las izquierdas), y no tanto por su coherencia ideológica, que puede que nunca tuvo. Personalmente Sabina me parece un buen poeta, algunas de cuyas letras me parecen fascinantes, me decepcionó hace algunos años, cuando le vi en una foto, con puro en boca, presenciando, en primera línea, una corrida de toros en Las Ventas. Entonces pensé simplemente que alguien que quiere la evolución y el progreso social y moral de su país difícilmente puede disfrutar de una tradición sanguinaria y retrógrada de la España más negra, reaccionaria y cruel; a no ser que su progresía no sea más que una vulgar impostura. No me encajaba. 

Ahora lo entiendo mejor. Cuesta creer que Sabina interprete como una “deriva izquierdista” la llegada a Latinoamérica (un continente, absolutamente expoliado, abusado y asolado durante muchos siglos) de  las democracias que nunca tuvo. Me viene a la mente un escritor consagrado, Vargas Llosa, quien también, en los últimos años, arremete contra las izquierdas y se alinea con los neoliberales y las derechas más extremas. Curiosamente, según se lee en los medios, ambos tienen deudas importantes con el fisco, y seguramente culparán de ello a Sánchez, o a Zapatero. Será que algunos piensan según marquen sus circunstancias, sus intereses y sus dineros.

Coral Bravo es Doctora en Filología