Toledo y Zaragoza albergan las llamadas a filas de Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez de cara a las siguientes elecciones municipales y autonómicas. Vuelve el partidismo, que realmente nunca se fue, y España se volverá a teñir de rojos y azules.

Quedan 36 semanas para las elecciones municipales y autonómicas y los dos partidos llamados a repartirse políticamente el país están motivando a sus filas este fin de semana. Es difícil ponerle fecha a la primera refriega con fuego real, cierto que vivimos tiempos de campañas eternas, pero lo que está pasando estos días es la escenificación más clara de que las cosas empiezan a ir en serio. El bipartidismo regresa poco a poco, y Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo ha llamado a sus tropas para engrasar la maquinaria y sacar músculo. Da igual que lo llamen Congreso Federal o Interparlamentaria, que se celebre en Zaragoza o en Toledo, el caso es que las dos mayores estructuras electorales de este país se han puesto a funcionar.

La forma en la que llegan ambos partidos es, sin embargo, muy distinta. Por un lado, tenemos a un Pedro Sánchez fatigado, aunque con ganas de plantar batalla. Correr con el aire en contra es una tarea complicada, el que ostenta el poder siempre lleva a sus espaldas el desgaste que supone gobernar, pero Sánchez lleva además el peso de unos compañeros de viaje que se han empeñado en sacarle del camino. Son tantas veces las que le dieron por muerto que rendirse ahora sería ridículo. Sin embargo, los recursos del Manual de Resistencia parece que escasean. Lo del «El Gobierno de la Gente» es una mala idea que, además, está mal ejecutada. Suena a plástico populista, a vacío, a mercancía barata para salir del paso. Es cierto que Pedro ha salido de atolladeros peores, pero jamás lo había visto tan nervioso, sin un rumbo fijo. Está entregado a la improvisación.

Empezó el curso con una estrategia de acoso y derribo, aleccionó a todos sus ministros y los empujó a que se lanzaran a la yugular de Feijóo. Cuando se dio cuenta de que aquello no funcionaba, golpe de timón y hoja en blanco, relato nuevo: El Gobierno de la gente. Ocupando el espacio que dejará Podemos. Obviando el centro. Criticando a los medios. A los cloaqueros, como nos llaman ahora. Mientras tanto, de fondo, el indulto de Griñán. Por si fuera poco, los ERES entran en escena, y la decisión de indultar al que fue ministro, consejero y presidente de Andalucía, se ha convertido para Sánchez en una patata caliente que le está abrasando los dedos mientras España entera, gallegos incluidos, se sientan impacientes a ver el espectáculo.

Ayer, mientras comenzaba el acto de inauguración del Congreso en Zaragoza, saltaba a los medios de comunicación que 4.000 personalidades de todos los sectores, entre las que se encontraban Vicente del Bosque y José Luis Garci, entre otros, habían firmado un documento solicitando el indulto para Pepe Griñán. Mientras, Sánchez, trataba de encajar su nuevo e inservible relato. Sacó todo su repertorio. Habló de la cogobernanza, del éxito del diálogo, de lo aislada que estaba la oposición, de la preocupación de su gobierno por la «mayoría social», por la clase media y la clase media trabajadora. Aprovechó para anunciar que el martes en el congreso de ministros se aprobará la bajada del 5% del IVA en el gas y que va a inyectar 172 millones de euros a la atención primario. Tampoco faltó a su novedosa crítica a las grandes empresas. En fin, el presidente de la gente aislado de lo que de verdad le importa a la gente.

Mientras él saca pecho por los éxitos de su «gobierno social», en la calle y en el metro, por mucho que se empeñe la ministra, no se habla de la renovación del CGPJ, sino de lo cara que está la cesta de la compra, la gasolina y la vida. Cuando a la gente empieza a notar que falta en el bolsillo, quedan a un lado las guerras culturales, las batallas ideológicas y las bravuconadas de tres al cuarto. Cuando falta el parné la gente busca seriedad, el humo de los puros de esos señores ricos y poderosos no da para cortina. La gente, en estos momentos, no quiere performances y actos bonitos. Los ciudadanos piden realidades, y más a la persona que gobierna. No hay CIS que sostenga lo que se está cayendo a pedazos.

En la otra esquina del cuadrilátero el ambiente es totalmente distinto, el clima es inmejorable, cada vez que sale una encuesta es una inyección de adrenalina. Feijóo ha pausado el tiempo, ahora el partido parece caminar acompasado, a la vez, con la certeza de que sin prisas ni cayendo en errores tontos, la recompensa llegará. El PP utiliza un ataque paciente, el clan gallego ha apaciguado las aguas y se ha puesto a conducir a 120 por el carril de la derecha. Feijóo al volante, Miguel Tellado de copiloto y Juanma Moreno e Isabel Díaz Ayuso en los asientos traseros.

Van mirando el paisaje por la ventana y trazan un plan. No se van a precipitar, no les hace falta. Dejan que Sánchez se retrate solo y miran con verdadera diversión como vuelan los puñales en Vox. Les va bien señalando con serenidad y sensatez las incoherencias de cada uno, han entendido a la perfección lo que requería la situación. Interna y externamente. Se ha visto en Toledo. «A la altura de un Gran País», ya se habla de un proyecto, le transmiten a la ciudadanía que desde las andaluzas es todo un trámite. Zanjan las polémicas sin grandes gesticulaciones, por carta. No es la política adulta de Rajoy, es el cambio tranquilo de Feijóo, que va a llegar a la Moncloa como llegó a la presidencia del Partido Popular, por inercia, esperando a que la gente se lo pida.