En los ya muchos, demasiados años que en Catalunya vivimos y padecemos el sinvivir permanente del llamado “procés”, se han cometido y todavía se siguen cometiendo muchos errores, disparates, despropósitos, excesos, ilegalidades y abusos. De una parte y de la otra. Equivocaciones estratégicas y tácticas, en ocasiones quizás entendibles, mucho más a menudo injustificadas y hasta injustificables. El mismo inicio del “procés”, incluso algunos de sus antecedentes pre y postestatutarios, fue ya un error político mayúsculo. También lo fue el dontancredismo permanente del PP, roto tan solo con otras equivocaciones de campeonato: la judialización de un grave conflicto político que solo puede encontrar alguna salida en la política, y una actuación policial que, además de desproporcionada e injustificable, fue absolutamente ineficaz y solo sirvió para alimentar al movimiento independentista mediante un más que justificado victimismo.

Sin embargo, nunca hasta ahora se había llegado en Catalunya al punto de tener que asistir a un espectáculo tan vergonzoso y execrable como el que hemos visto y sufrido estos últimos días. Éramos muchos los que dudábamos de la inteligencia política del actual presidente de la Generalitat, Quim Torra. Pero pienso yo que nadie podía llegar a barruntar que el máximo representante institucional del Estado en Catalunya -que esto es, en definitiva, el presidente de la Generalitat- fuese lo que ha demostrado ser: un bombero pirómano, o un pirómano bombero, que tanto da la cosa.

Quim Torra no es ni ha sido nunca un político; es y ha sido siempre un activista. Un activista radical y extremista, ideológicamente instalado en un bucle melancólico que le retrotrae, y pretende retrotraer a Catalunya entera, a la década de los años 30 del siglo pasado, con referentes tan poco presentables como el ultranacionalista y xenófobo Daniel Cardona o los fascistoides Josep Dencàs y Miquel Badia, el tristemente célebre “capità Collons”. Miembro destacado, como su esposa y sus hijos, de uno de los grupos más radicales y activos del secesionismo, los autodenominados Comités de Defensa de la República (CDR), Quim Torra estimuló a los CDR a “poner más presión”. Lo hizo el pasado lunes, 1 de octubre, apenas veinticuatro horas después que miembros de este grupo radical protagonizaran ya actos de gran violencia en pleno centro de Barcelona. Y los CDR obedecieron a Torra, con una sucesión de incidentes más o menos violentos en distintas poblaciones y comarcas catalanas, de un modo muy especial en la ciudad de Barcelona. Cortes de carreteras y autopistas, también de calles y plazas, intentos de ocupación de instituciones públicas y, como traca final, un lamentable intento de escrache a la Jefatura Superior de Barcelona y el vergonzoso asedio e intento de asalto a la institución que encarna el autogobierno de Catalunya, es decir su Parlamento.

Unos agentes de los Mossos d’Esquadra desconcertados y que no recibieron órdenes concretas, a la merced de los veleidosos caprichos de sus dirigentes políticos, asistieron impotentes a una acción violenta que en cualquier país democrático de nuestro entorno sería considerada como profundamente antidemocrática. La represión policial posterior, fruto de la improvisación, sorprendió a todos. De ahí que tanto los CDR como los sindicatos de los Mossos d’Esquadra, así como casi todos los partidos de la oposición, y en especial C’s, el PP y hasta las CUP, reclamasen el cese inmediato de Miquel Buch como consejero de Interior e incluso del mismo Quim Torra como presidente de la Generalitat.

En el primer pleno del Parlamento catalán después de tres meses de cierre impuesto por la mayoría secesionista, Quim Torra se ha salido una vez más por la tangente, con la amenaza al presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, de retirarle su apoyo en el Congreso de los Diputados si no le ofrece una propuesta firme para la convocatoria de un referéndum legal de autodeterminación de Catalunya. Torra sabe muy bien que el suyo es un nuevo farol. Ni Pedro Sánchez ni ningún presidente de ningún Gobierno de España puede dar satisfacción a este ultimátum, simplemente porque no tiene encaje en la Constitución española.

Este nuevo farol de Quim Torra tiene una explicación muy fácil. En ausencia de aquel enemigo exterior como el Gobierno del PP presidido por Mariano Rajoy, tan bien utilizado durante estos últimos años por el independentismo, y con un adversario imperturbable ante las amenazas y soflamas como predispuesto al diálogo y a la negociación, ahora el secesionismo se enfrenta a sí mismo. Y no solo el PXCat con ERC, sino también con confrontaciones cada vez más evidentes en el mismo seno de PXCat e incluso en el interior del PDECat, por no hablar de las CUP y su Arran, la ANC y OC, por no hablar de estos inefables CDR a los que el pirómano Quim Torra anima a meter más y más presión con sus incendios, y el bombero Quim Torra se ve de algún modo obligado a mandar que alguien apague el fuego. A ser posible, claro, sin que se note lo uno ni lo otro.

Mientras, Quim Torrra, mitad bombero, mitad pirómano, vuelve a su juego favorito. Vuelve a jugar al póker y de nuevo lo hace de farol. Ahora vuelve a atacar al inventado enemigo exterior. Es lo propio de alguien como él, nada político, todo activista.