Hace unos años, en un viaje a Budapest, además de algunos museos y lugares maravillosos de esta preciosísima ciudad, como la casa de Liszt (uno de mis músicos favoritos, y uno de los grandes orgullos de los húngaros), también hice una visita a un museo muy inusual para los españoles, un lugar muy especial que impacta de manera muy profunda.

Se trata de lo que llaman allí Terror Háza. Se trata de un edificio espléndido, de tres plantas, que se inauguró en 2002 como un Memorial cuyo objetivo es recordar y honrar la memoria de todos aquellos húngaros que fueron víctimas de la represión de los regímenes totalitarios que pasaron por Hungría en el siglo XX. Situado en la Avenida Andrássy, este edificio fue utilizado por los fascistas nazis durante más de una década para interrogar, torturar, capturar y asesinar a miles de personas que dejaron sus vidas entre esas paredes. Pero el museo no sólo está dedicado a esta década sangrienta para los húngaros, sino también a los años en los que el régimen comunista soviético gobernó con mano dura, y maltrató a este pueblo tan estoico y tan sufriente.

Es impresionante ver el sótano y sus celdas de interrogatorio y de castigo. Impresiona también contemplar en las paredes decenas de miles de fotos de rostros de víctimas del terror. Es impactante el recorrido por las salas en las que se han conservado utensilios, objetos y despachos tal cual fueron, así como cientos de archivos con las fichas de los detenidos. Es una parte de la historia viva del horror que vivieron millones de húngaros; como también vivieron el terror alemanes, franceses, italianos, españoles, europeos en largos períodos del siglo XX, a manos de regímenes dictatoriales y tiránicos que, sin un ápice de compasión, aniquilaron la vida de millones de seres humanos, junto a la paz y la alegría de prácticamente toda Europa.

Además de este memorial, en Budapest hay varios otros, como el de “los zapatos” que, colocados en bronce al borde del Danubio, recuerdan a los miles de seres humanos que fueron lanzados al río atados a grandes piedras para que fuera imposible que sobrevivieran. Si nos informamos un poco, percibimos que Europa entera está jalonada por museos y memoriales democráticos que recuerdan el terror de los totalitarismos. Desde Alemania, a Portugal, pasando por Albania y, por supuesto, casi toda Latinoamérica, como los Museos de Memoria y Derechos Humanos de Chile o Argentina. Toda Europa y buena parte de Latinoamérica, excepto un país, el nuestro, España.

En España, vergonzosamente, estamos rodeados todavía de calles y plazas en honor a criminales sanguinarios de la Guerra civil. Hasta hace muy poco, el dictador yacía en un mausoleo que construyó para tal fin, con una inmensa cruz que deja en evidencia la simbiosis entre la dictadura franquista y la Iglesia católica. En España, la derecha política aún ni siquiera ha condenado la dictadura, quizás porque se identifica ideológicamente con ella. De hecho, ha distorsionado y falseado la historia para legitimar el golpe de Estado del 36 contra el orden institucional, y sigue negando que Franco, junto a sus mentores y aliados, impulsaron una guerra y gestionaron una dictadura que dejaron a España material y moralmente destruida durante 40 años.

Afortunadamente, el gobierno actual, un gobierno socialdemócrata de coalición, ha reimpulsado la Ley de Memoria Democrática (como han hecho todos los países democráticos de Europa y del mundo); una Ley cuya aplicación, por supuesto, el PP paralizó. Aunque ya todos conocemos los mantras de la extrema derecha contra esta Ley: “reabrir heridas”, “resucitar fantasmas”, probable o seguramente porque esos “fantasmas del pasado” les dejan a ellos y a sus afines en un siniestro y vergonzoso lugar. O, como acaba de expresar el actual presidente del PP, Núñez Feijóo, “hace 80 años nuestros abuelos se pelearon”, demostrando, o un tremendo cinismo, o una soberana incultura, junto a la evidencia de que se lleva fatal con la verdad y, por supuesto, como muchos dicen, con los libros. 

Pese a esta derecha antidemocrática, y, como sabemos, muy inculta, el, según ellos, “gobierno rojo, bolivariano, venezolano, marxista-leninista, comunista, anarquista” se está comportando en este asunto como el resto de gobiernos democráticos de todo el planeta. Y está cumpliendo, con una inmensa prudencia, la Ley de Memoria histórica, que no pretende reabrir ninguna herida, sino cerrarla del todo. Porque cualquiera con dos dedos de frente sabe muy bien que ninguna herida se cura tapándola; y que se puede cerrar los ojos a la verdad, pero no se pueden evitar las consecuencias de ella.

Afortunadamente, el dictador que arrasó este país ya no descansa en un mausoleo que se creó a su medida, cual adalid narcisista que se piensa el ombligo del mundo. Y, afortunadamente, Queipo de Llano, otro criminal de guerra, un genocida que, según la evidencia histórica, asesinó sin piedad a muchos miles de andaluces (en virtud de lo cual fue generosamente remunerado con un cortijo y un marquesado), ha sido exhumado de la basílica de la Macarena donde yacían sus restos cual héroe salvapatrias  ¿Alguien se puede imaginar a Hitler, Mussolini, Videla o Pinochet enterrados en un mausoleo como grandes héroes épicos? Pues eso ha estado ocurriendo en España cuarenta años después de iniciada la democracia. Y lo que queda.

Coral Bravo es Doctora en Filología