Pedro Sánchez más que presidente del Gobierno es la piñata de España. Recibe palos del extremo centro (lo que toda la vida habíamos llamado extrema derecha), de los independentistas catalanes y, los que más duelen, de los barones y dinosaurios de su propio partido. Estoy convencido de que lo que lo mantiene en pie son los garrotazos que recibe desde todas las direcciones. 

Este domingo el extremo centro ha organizado una manifestación, al más puro estilo bananero, para intentar derrocar en las calles lo que no han sabido defender en las urnas. El lema de la manifestación es "Por una España Unida". Y nada mejor para conseguir una España unida que negarse a dialogar con la parte del país que no quiere esa unión y con los que quieren que esa unión sea de otra manera. Resumiendo, una unión a hostia limpia.

Fíjense ustedes si coinciden los que quieren la unión de España por cojones, con los que quieren la desunión de España porque yo lo digo, que comparten hasta sus lemas. Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago y cierra España (más conocido como Abascal), no dejan estos días de repetir que hay que "Llenar las calles para llenar las urnas", el mismo eslogan que desde 2014 se ha usado en las manifestaciones de la Vía Catalana: "Omplim els carrers per omplir les urnes". 

La gota que dice el extremo centro que ha desbordado el vaso de su santa y patriótica paciencia es la pretensión de Pedro Sánchez de aceptar la figura de un relator-mediador, en las conversaciones del Gobierno con el Govern. Porque patriotismo es negociar con los pistoleros del Movimiento Vasco de Liberación, como hizo el gobierno de José María Aznar en infinidad de ocasiones, y traición es hacerlo con unos dirigentes políticos elegidos por algo más de dos millones de españoles, aunque quieran dejar de serlo. 

Extremo centristas y buena parte de los independentistas no sólo comparten lema, sino también estrategia política. El "cuanto peor mejor" se ha convertido en la guía de unos y otros hasta el punto de que las botellas de champán o cava las descorchan casi al unísono en Madrid o Bruselas con la llegada de las malas noticias. 

Cada día que pasa sin que emprendamos el camino hacia el entendimiento, hace que en Cataluña crezcan quienes muestran su repulsa por España, al tiempo que en el resto del país aumenta la catalanofobia. El resultado de esta maquiavélica fórmula lo conocemos muy bien. La historia, la nuestra y la internacional, está plagada de ejemplos. Pero hay muchos que confunden la historia con las historietas. Y la primera tiene muchos más pasajes que invitan al llanto que a la risa.