Aconsejar austeridad a los pobres es grotesco e insultante. Es como aconsejar que coma menos al que está muriendo de hambre, decía Oscar Wilde, ese brillante escritor inglés que se atrevió con su pluma a enfrentarse a la rigidez y la necedad de la moral victoriana de su tiempo. El tema de la pobreza nos daría mucho para reflexionar y para analizar. Es obvio que algunos se creen ricos porque se toman la indecente licencia de despreciar a los que consideran “pobres”. Es obvio que esos mismos se preocupan de perpetuar la miseria para engrandecer su ego, creyendo muy erróneamente que cuanto más pobres sean los otros más ricos son ellos mismos. Y siembran y propagan la pobreza. La realidad es, sin embargo,  que vivimos en un planeta tan generoso que hay recursos suficientes para todos, pero algunos, unos pocos, no los quieren compartir.

Desde muy pequeña empecé cuestionarme la supuesta filantropía de la moral impuesta. Las contradicciones eran muchas y muy evidentes. Por un lado nos hablaban incansablemente de moral, de bondad, de caridad y amor al prójimo, y por otro, en la realidad yo percibía todo lo contrario: desprecio a los más desfavorecidos, abuso de los más vulnerables, opulencia desmedida de los que supuestamente reparten la moral; lo percibía, aunque entonces todavía no sabía ponerle nombre. La famosa “caridad cristiana” me chirriaba ya entonces. Ejercer la “caridad” era, y es, un modo de despreciar a los otros, y un modo de ejercer la soberbia de creerse superior a los demás por dejar una miserable limosna a los más desprotegidos.

Toda caridad es realmente una inmoralidad porque perpetúa el clasismo y la falsa idea de que algunos seres humanos son superiores a otros, y difunde la falsa consideración de que es lícito el abuso y entra dentro de lo normativo el que unos individuos naden en la opulencia mientras otros vivan y mueran en la miseria; aunque, a decir verdad, la verdadera miseria  no está tanto en las vidas de los oprimidos como en las mentes de los opresores. A este respecto decía el escritor norteamerican Jack London, denunciando también la hipocresía social y moral, que “tirarle el hueso al perro no es caridad, sino compartir el hueso con el perro cuando se está tan hambriento como él”. Se trata de justicia social, de fraternidad,  y no de “caridad”, ese fraude moral que denunciaba Molière en El Filántropo.

Sin embargo el mundo funciona así, mal que nos pese. Vivimos rodeados de grandes falsedades y de grandes paradojas. Las organizaciones que supuestamente venden la moral actúan muchas veces con una inmoralidad aplastante, y rinden culto en teoría a la “pobreza” mientras llenan sus enormes arcas y se empachan de “riqueza”. Los continentes más asolados por la pobreza son los continentes más ricos del planeta. África y América Latina poseen una inmensa riqueza en recursos naturales y humanos, y sin embargo son los países que los colonizan y los explotan los que suelen ejercer de filántropos y de bienhechores mientras se apropian de su patrimonio natural y de su abundancia. Y después les tratamos de apestados y les cerramos las fronteras.

El lunes pasado el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, ha confirmado que el Gobierno va a aprobar la renta mínima vital, uno de sus objetivos de ayuda en la crisis actual, en el último Consejo de Ministros del mes de mayo. A partir de entonces podrán empezar a cobrarlo unos 100.000 hogares vulnerables. Es una alegría que los más desprotegidos puedan tener acceso a un ingreso mínimo para poder sobrevivir en estas durísimas circunstancias. Cuatro décadas de neoliberalismo han aumentado la pobreza en España más de un 20%, y es vergonzoso que existan muchos barrios y lugares españoles en una situación de pobreza peor que la de los campos de refugiados, como expresó el relator de la ONU sobre la pobreza extrema y los derechos humanos, Philip Alston, el pasado febrero en su informe sobre la pobreza en España.

Y es también vergonzoso que la derecha española, la derecha tan patriota, critique y se oponga a esta renta mínima para familias en la miseria que están pasando hambre, como lo es que también se haya opuesto a esta renta mínima la Iglesia católica. Ignoro lo que es para ellos “amar al prójimo” , eso que tanto dicen que saben hacer. Supongo que saldrán algunos y algunas a hacer “caceroladas” contra esta medida, porque ya sabemos que estos patriotas se creen que la patria es sólo suya. Eso sí, el líder de la oposición ha propuesto una alternativa a la renta mínima, a la que, ya digo, se opone: una tarjeta social, una especie de “cartilla de racionamiento”, como las que daba Franco en la dictadura, con la que comprar los bienes de primera necesidad sin manejar dinero. Caridad pura y dura. Desprecio hacia los que sufren. Soberbia infinita. Vergonzoso. No tengo palabras, la verdad. Y me viene a la mente una frase de mi bisabuela Soledad, a la que no conocí pero a la que, por tantas cosas sobre ella que mi madre me ha contado, admiro profundamente; una frase que dice así: La peor de las pobrezas es la pobreza de espíritu.