Quienes creyeron que Pedro Sánchez era un audaz político de izquierdas empiezan a sospechar que solo era un político pragmático a secas y que el carburante que mueve sus acciones es menos el idealismo que el realismo.  Según tales sospechas, traer en 2018 al puerto de Valencia el buque Aquarius cargado de inmigrantes no habría sido piedad sino postureo, no genuina solidaridad sino marketing comercial, propaganda ideológica, ventajismo moral. 

¿Acaso el hombre que dio aquella orden de atracar en Valencia que conmovió los corazones de tanta gente no es el mismo que ahora aplaude la brutal actuación de Rabat para impedir el salto por inmigrantes africanos de la valla de Melilla? ¿Quién es el verdadero Pedro, el de Valencia o el de Melilla? El que haga falta ser: señoras y señores, les ofrezco este Pedro, pero si no les gusta tengo otro. Como la Trinidad pero con dos en vez con tres: en Sánchez hay dos personas pero solo un Pedro verdadero, que es el Pedro pragmático, competitivo, hiperrealista, un Pedro frío tirando a helado cuando hace falta.

El presidente y el Partido Socialista cotizan ahora a la baja en el mercado demoscópico, y probablemente no es del todo justo que sea así: ahí están, como prueba de tal injusticia, el Ingreso Mínimo Vital, la ley de eutanasia, la reforma laboral, la revalorización de las pensiones, el fuerte incremento del Salario Mínimo Interprofesional…

¿Dónde está entonces el problema? Sin duda, en el perpetuo guirigay dentro del Gobierno y en las compañías parlamentarias de este, pero también en la maldita economía y en la impotencia del Ejecutivo para meter en vereda a los gigantes que controlan el oligopolio de la producción y distribución de electricidad y carburantes, mucho más culpables en España que en otros países de la escalada inflacionista. Pedro Sánchez estaría, así, pagando una altísima penitencia por pecados económicos que, en puridad, no son suyos. ¿Será ese el castigo de Dios por su doblez?