En estos días millones de catalanes por prudencia, sensatez o miedo, se mantienen en silencio para evitar que el conflicto vaya a más, aunque parece hacerse interminable la espera del día después. El parlamento catalán está cerrado, su presidenta arenga a las masas en las calles de Barcelona, y Puigdemont trata de convertirse en martir de la cruzada independentista, enfrentandose con evidente chulería al Estado de Derecho, a sabiendas de que nunca saldrá vencedor de esta batalla y su destino será el de morir matando. Porque si triunfa, pierde la democracia y el orden establecido, y nuestra economía sufrirá un revés de enormes consecuencias.

Las provocaciones a las fuerzas de seguridad en el ejercicio de sus funciones son diarias y las podemos ver en directo, o en diferido, pero las observamos con cierto estupor; uno de los objetivos de algunos “pacíficos” manifestantes, no de todos, es conseguir ser reprimidos por la fuerza para tratar de transmitir la sensación de que son víctimas de un Estado opresor. Otros, los más, se manifiestan porque les han convencido de que el resto de España les roba, y la independencia es el único camino para conseguir la prosperidad. Se sienten diferentes, distintos y especiales, e incluso superiores.

Y mientras esto sucede en las calles, en las casas de muchos catalanes se espera con prudencia y mucha paciencia la llegada de tiempos mejores, en la confianza de que una situación así se supera. Porque si se les ocurre expresarse en libertad, serán reprimidos por los mismos que enarbolan el derecho a la libertad de expresión para defender el independentismo. Pintadas en los negocios de familiares de políticos, rotura de cristales en las sedes de los partidos que no comulgan con el independentismo, carteles señalando con fotografías a los políticos disidentes, asedio a los edificios en donde se imparte justicia, y persecución a los medios de comunicación que no les son afines. Esto no son hechos aislados, como alguno dirá, o serán demasiados hechos aislados para transmitir la sensación de que o te callas o te hacen callar.

Todo nacionalismo independentista es autoritario, porque margina y persigue a quienes no piensan como ellos, y por supuesto incompatible con una ideologia de izquierdas. ¿Qué hacen entonces algunos de sus lideres en la calle?, ¿así defienden las libertades de quienes se mantienen en silencio?; porque condenar algunas actitudes censurables con la boca pequeña de nada sirve, si se posicionan en favor de posturas autoritarias, aunque éstas vengan disfrazadas de democráticas. Quizás la incoherencia sea una de sus principales virtudes, porque en el fondo solo buscan posicionarse por pura estrategía. Esa no es la izquierda de verdad, la auténtica, la sensata, aquella por la que vengo luchando desde hace medio siglo.