Ello no resulta en absoluto sorprendente porque es lo habitual. Mariano Rajoy no se pronuncia en verdad casi nunca. Se limita a decir vaguedades, a lavarse las manos y a ponerse de perfil. El líder conservador deja siempre que sus lebreles periodísticos le hagan el trabajo sucio.

Medios represivos
La cuestión que ahora se dirime es si la Policía habría debido actuar utilizando sus medios represivos -por lo general lógicamente violentos- para desalojar Sol. Y, por supuesto, otros focos reivindicativos o, por el contrario, si no parece bastante más sensato y, desde luego, más civilizado evitar una refriega que se sabe como comienza, pero no cómo termina.

Vía del entendimiento
El Gobierno ha optado por la vía del entendimiento y eso ha despertado la cólera de los que esperaban ansiosos una batalla campal. Ocurre que la necesitaban –la batalla campal- para desacreditar así al Ejecutivo y, en particular, al vicepresidente y ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. “Mirad que malos sois que permitís que la Policía cargue contra pacíficos ciudadanos disidentes,” habrían dicho los muy hipócritas.

A día de hoy
¿Cuál ha sido la actitud de Rajoy a día de hoy respecto a los manifestantes, los indignados o los jóvenes airados? La descrita algunas líneas arriba. El jefe del PP no se atreve a convocar una rueda de prensa y declarar con claridad que él es partidario del cumplimiento rígido, incuso monolítico, de las leyes.

El sábado y el nombre
Ignora así -de forma deliberada- que existen otras interpretaciones legales, otras maneras de afrontar un problema como el expuesto y que las leyes no son sólo letras frías, sino que tienen un espíritu en el que siempre conviene ahondar. Bastaría, sin embargo, con releer lo que dijo Jesús de Nazaret frente al criterio integrista de los fariseos: “El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.”

Presuntos delincuentes
Pues bien, durante el día de hoy, los ciudadanos y ciudadanas podrán expresar democráticamente sus opciones políticas o ideológicas. Sabemos perfectamente lo que es el Partido Popular. Es un partido de derecha extrema, con crecientes maniobras xenófobas o racistas, repleto de numerosos y graves episodios presuntamente delictivos o corruptos, escondidos debajo de las alfombras de Génova 13, aunque en lo tocante a Francisco Camps, el asunto ha sido, estos días, aireado ni más ni menos que por The New York Times.

Pillastre oportunista
Su líder, Rajoy Brey, ampara de facto estas nefastas conductas e intenta como sea difundir calumnias, por su boca o por la de sus secuaces, sobre las inventadas relaciones de ETA con Zapatero y Rubalcaba. En cuanto a la crisis, Rajoy no ha sido capaz nunca de apoyar al Gobierno, a pesar de que esa ayuda favoreciera al conjunto de los españoles. Rajoy carece de sentido de Estado. No es un estadista. Es un pillastre simplemente oportunista.

Derecha cavernaria
Votar al PP es respaldar a una derecha cavernaria y escasamente democrática. Aquellos que son progresistas tengan presente que no hay mayor estolidez en un encuentro de fútbol que marcarse goles en la propia portería. Los progresistas no son únicamente socialistas. Hay otras formaciones políticas y múltiples grupos sin siglas –como los integrantes del Movimiento 15-M- que son progresistas que exigen mejorar esta democracia, que denuncian que los mercados manden más que los Gobiernos legítimos y que así, con mucha gente desempleada o malísimamente pagada, no debe seguir España.

Carril de la izquierda
A votar, por consiguiente. No se trata de que emerjan vencedores el PSOE y el PSC. Hay lugar, claro que lo hay, para Izquierda Unida, Iniciativa, ERC, Bildu y otros partidos que circulan, o tratan de hacerlo, por el carril de la izquierda. El futuro no tiene que ser popular. No caigamos en la trampa. Ya los conocemos a los derechistas. Los progresistas hemos de frenarlos naturalmente en las urnas.

Enric Sopena es director de ELPLURAL.COM