En estos días, recién celebrada la atípica gala de los Goya, este título seguramente remitirá a quien lo lea a la película del mismo nombre. Lógico. O no.

También en estos días se produjo el secuestro de casi 300 niñas en una escuela en Nigeria, pero apenas nadie habló de ellas. Porque son niñas, porque está lejos y porque esta sociedad tiene un grave problema si no le importan estas cosas.

No era la primera vez. Hace casi siete años, en un lugar de Nigeria llamado Chibok, 276 niñas eran secuestradas en su escuela, para ser sometidas, esclavizadas y conducidas a un futuro incierto pero terrible. En su día, hubo un enorme movimiento social en todo el mundo que exigía el regreso inmediato de las niñas. Poco a poco, se fueron apagando esas voces y la memoria colectiva las sustituyó por cualquier otro tema de conversación.

El fin de aquel secuestro fue borroso. Fueron llegando noticias difusas sobre niñas que escapaban, otras que eran liberadas después de una experiencia terrible de la que poco se habla. Y todavía quedan varias cuyo rastro se perdió, quizás para siempre. Demasiado dolor para tanta indiferencia.

Por desgracia, aquellos hechos no fueron sino los primeros. Pero, como pasó en su día con la crisis de los refugiados, pasada la novedad y el impacto inicial, a nadie importa que el dolor continúe, porque ya no es noticia.

En ese contexto se produjo el nuevo secuestro de cerca de 300 niñas de estos días que, afortunadamente, tuvo un final feliz tras varios días de angustia. Sigue sin ser algo aislado. Se producen con frecuencia, sin que a nadie le importe a este lado del mundo.

Me pregunto cómo reaccionaríamos si en nuestro país se produjera el secuestro en una escuela de una sola niña. O si sucediera en cualquier país de nuestro supuestamente civilizado entorno. Se movilizarían gobiernos, arderían medios de comunicación y redes sociales, balcones y ventanas se llenarían de lazos del color que fuera e inventaríamos un hastag con el que llenar carteles para hacernos selfis. Se suspenderían eventos y en los que se celebraran, se reclamaría desde el escenario la libertad de esa niña. Todo sería poco, y con razón. Ninguna niña puede ser privada de su libertad, de la educación ni de su infancia.

¿Y por qué, entonces, no hay despliegue de medios no por una sino por trescientas niñas? ¿Por qué no nos importan?

Algo le pasa a una sociedad a la que los derechos de trescientas niñas le resbalan, que ignoran su dolor. Para hacérnoslo mirar.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)