Estas navidades, mientras medio millón de niños andaluces siguen sin pediatra, Juan Manuel Moreno Bonilla se subirá a la carroza de la Cabalgata de Reyes de Sevilla disfrazado de Rey Baltasar. No, no es una broma. Es su particular “regalo político” en plena precampaña, cortesía del Ateneo hispalense, una institución tan conservadora como elitista, con la que el presidente andaluz parece sentirse cada día más cómodo.
Pero este gesto, cuidadosamente escenificado por los asesores de San Telmo, tiene poco de inocente. En política, los gestos importan. Y este, especialmente, retrata a quien hace tiempo dejó de mirar a los ojos de los andaluces. Cuando Moreno Bonilla reparta caramelos desde su trono sobre ruedas, que mire a los niños a los ojos. Que los mire, sí. Y que intente reconocer en sus miradas la ilusión de la infancia, pero también el abandono al que su Gobierno les ha condenado.
Porque mientras él juega a ser Rey Mago, en Andalucía el 39% de los niños menores de 14 años no tienen pediatra asignado. Estamos hablando de medio millón de menores que, cuando enferman, no tienen garantizada la atención de un especialista. De los 1.515 centros de salud que existen en nuestra comunidad, apenas 540 cuentan con consultas pediátricas. Esta no es una cifra ni aislada ni puntual: es una emergencia sanitaria que afecta especialmente a las zonas rurales, donde los recortes y la dejadez han dejado a pueblos enteros sin pediatra.
¿Y qué hace Moreno Bonilla? Nada. Absolutamente nada. Salvo disfrazarse, claro. Mientras tanto, los andaluces hacen malabares para lograr atención médica, los profesionales de la sanidad pública trabajan al límite, y los más pequeños —los más vulnerables— pagan el precio de un modelo que desprecia lo público y premia lo privado.
¿Y qué decir del estado de nuestros hospitales? El caso más reciente y dramático ha ocurrido en la UCI pediátrica de Córdoba, donde una única enfermera tuvo que atender simultáneamente a tres niños en estado crítico, uno de ellos trasplantado bipulmonar. Satse, el sindicato de enfermería, lo ha calificado de “temeridad”. No es una anécdota: es un síntoma de un sistema sanitario que se desangra, mientras el Gobierno de la Junta recorta camas, cierra servicios, y deja sin personal unidades esenciales como la del Hospital Materno de Málaga, donde se han suspendido operaciones infantiles por falta de personal.
En enero, cuando Moreno Bonilla aún saboree los aplausos de su paso por la Cabalgata, habrá un millón y medio de niños y niñas pasando frío en las aulas. Igual que se achicharran en junio. Porque la Ley de Bioclimatización, aprobada en 2020, se ha quedado en papel mojado: solo se ha implementado un 10% de las medidas prometidas. Mientras tanto, miles de aulas siguen sin climatización adecuada. No hablamos de lujos. Hablamos de salud, de derechos, de dignidad.
Y ya que hablamos de colegios, conviene recordar otro dato que retrata la realidad de su gestión: bajo el mandato de Moreno Bonilla hay 3.000 aulas menos en la escuela pública andaluza. Cierre tras cierre, especialmente en el medio rural, se está empujando al despoblamiento y al colapso de los servicios esenciales. Muchos centros prometidos no se han construido. Otros están masificados y los niños acaban dando clase en bibliotecas o cafeterías porque no hay espacio suficiente.
Mientras tanto, el precio del comedor escolar no ha dejado de subir: un 24% desde 2021, muy por encima de la inflación. Hoy, muchas familias andaluzas pagan 130 euros al mes por este servicio básico. ¿Qué ha mejorado a cambio? Nada. Al contrario: la calidad del menú escolar ha empeorado, según denuncian muchas asociaciones de madres y padres. ¿Y la respuesta del Gobierno andaluz? Regalar 150 euros a quienes llevan a sus hijos a centros privados. Así es la equidad según Moreno Bonilla.
Tampoco se salvan el aula matinal ni las actividades extraescolares. En muchos pueblos ya ni existen, porque no salen las cuentas. Los precios suben, los servicios desaparecen, y las familias —especialmente las más humildes— se ven abocadas a renunciar a derechos que deberían estar garantizados.
Y sí, señor Moreno Bonilla, también es usted responsable de que muchas madres tengan que parir sin epidural en Andalucía. Según el Sindicato Médico Andaluz la reducción de anestesista en el Hospital Virgen del Rocío pone en peligro los nacimientos sin dolor en Sevilla. En pleno siglo XXI, dar a luz en nuestra comunidad se ha convertido en una lotería. Si hay suerte, habrá atención. Si no, el dolor será doble: físico e institucional
No nos olvidamos tampoco de su promesa de cuidados paliativos 24 horas para niños. Moreno Bonilla lo prometió. Lo repitió en campaña. Pero hoy, las unidades móviles siguen siendo un espejismo, y las familias que atraviesan el trance más duro siguen solas, sin apoyo, sin consuelo. ¿Dónde están los recursos que prometió? ¿Dónde está la empatía que ahora finge desde una carroza?
Por eso, cuando reparta caramelos, mírelos bien. Mire a cada niño y niña a los ojos. Mire si en su mirada ve ilusión o abandono. Pregúntese si esos caramelos pueden compensar la pediatra que no llega, la calefacción que no funciona, el aula que han cerrado, la enfermera que falta, el comedor que ya no se pueden permitir.
Porque usted, señor Moreno Bonilla, se ha disfrazado de Rey Mago. Pero permítame decirle, con todo el respeto institucional que usted no ha tenido con los servicios públicos, que la figura del Rey Baltasar le queda muy grande. El papel que representa con más fidelidad es el de Herodes. Porque mientras con una mano reparte caramelos, con la otra recorta, congela, privatiza y abandona.
La Andalucía que usted está construyendo no es una tierra para niños. Es una tierra para conciertos educativos, para clínicas privadas, para quien puede pagárselo todo. Una Andalucía VIP para unos pocos, mientras la mayoría espera —cada vez más— y desespera.
Necesitamos otra Andalucía. Una en la que cada niño tenga su pediatra, cada madre tenga un parto digno, cada escuela sea un lugar seguro y climatizado, y cada familia pueda conciliar sin arruinarse. Porque un gobierno se mide por cómo trata a sus niños. Y el suyo, señor Moreno Bonilla, los está dejando atrás. No hay disfraz que lo tape. No hay sonrisa que lo oculte. Y desde luego, no hay cabalgata que lo endulce.