Mi madre, modista de profesión, siempre ha sido una apasionada de la moda. Tanto es así que uno de los recuerdos más constantes de mi infancia eran las llamadas de teléfono –fijo, claro- de mi tía, en las raras ocasiones en que no estaban juntas, para avisarle de que por televisión estaban haciendo un reportaje sobre vestidos, un desfile de modelos o similares. Aquellos avisos, a los que mi madre acudía rauda y veloz, dejaron en mi memoria unas connotaciones a la palabra “moda” sugerentes y hermosas.

Pero a veces suceden cosas que traicionan tan hermosos recuerdos. Me decía el otro día un amigo que estaba de moda entre la gente joven, según sus hijos, la adscripción a ciertas ideas extremistas, entre ellas, la evocación de una dictadura, la de Franco, que ni vivieron ni conocieron de primera mano, por fortuna. Y a mí la verdad es que se me abren las carnes. No entiendo como personas jóvenes, incluidas muchas chicas, pueden idealizar un régimen que consideraba a las personas sujetos de segunda clase por el solo hecho de pertenecer al sexo femenino, y que condenaba a penas de prisión a quienes pensaran de forma diferente o a quienes amaran de forma diferente. No sé qué puede tener esto de moda, ni, mucho menos, de moderno.

Hubo un tiempo, no hace mucho, en que preocupaba que la gente joven renegara de la política. Por supuesto, siempre hay excepciones, pero era un sentir generalizado la nula preocupación por estos temas. Por supuesto, hay que entonar el mea culpa. Ni la clase política ni el resto hemos sabido inculcarles nada sobre la importancia de tener unas convicciones, y actuar conforme a ellas. No hemos sabido transmitir que los derechos, a pesar de que nos pertenezcan por nacimiento, son algo cuyo reconocimiento ha costado sangre, sudor y lágrimas. Y que sigue costando, en muchas partes del mundo.

Sin embargo, esto es peor. No puedo entender que nadie se deje llevar por una moda que discrimina y menosprecia al diferente, en unas creencias que consisten en sacar pecho solo por haber tenido la suerte de nacer en el tiempo y en el lugar adecuado. Concebir las banderas como un instrumento de lucha y no como un símbolo de unión es uno de los más viejos errores del ser humano, y parece mentira que sigamos cayendo en él una y otra vez.

No podemos dejarnos llevar así. Ojala vuelva el día en que la moda no tenga más significado que esos desfiles que tanto gustan a mi madre

 

SUSANA GISBERT

Fiscal

(@gisb_sus)