Migrantes cruzando la frontera de Ceuta. Ha sido un no parar durante toda la semana. Y temo que, aunque dicen que lo peor ha pasado, aún queda partido. Y post partido.

La alarma estallaba cuando multitud de personas, menores entre ellas, cruzaban del modo más precario posible – a nado o en embarcaciones paupérrimas- la frontera que separa Marruecos de Ceuta o, lo que es lo mismo, Europa de África. Y sí, ya sé que Ceuta está en el continente africano, que aunque nunca fui un hacha en Geografía hay mínimos, pero es la puerta de España y, por tanto, de Europa. O eso es lo que ven.

Por desgracia, no es nada nuevo que migrantes crucen la frontera cómo y por dónde puedan. Ocurre cada día en diferentes puntos del mundo. El problema estriba en que, según parece, se lo ha permitido una policía de fronteras marroquí que estaba a por uvas con el consentimiento de sus mandamases, y en el porqué de semejante actitud.

Nos cuentan que en Marruecos andan enfadados porque España ha acogido, por razones de salud, al líder del Frente Polisario, hospitalizado por covid. Y que lo que ha ocurrido esta semana es la consecuencia de aquello.

No lo dudo, pero me espanta. Y me espanta especialmente que un país pueda tener a su disposición personas con tal grado de desesperación que estén dispuestas a ser utilizadas como misiles humanos con que atacar la frontera española y consumar su particular venganza. Es espeluznante.

Descartada, por obvia, la posibilidad de que alguien les obligue a cruzar la frontera, no cabe más opción que asumir que hay tanta gente desesperada que basta con mirar hacia otro lado para que el destino haga el resto. El destino, y la inoperancia de quienes han motivado que se encuentren en esa situación, claro está.

Hay que desplazar el foco de nuestra atención. Aunque preocupe el tema, no solo hay que centrarse en la cuestión de dónde irán todos esos menores que han cruzado la línea. Hay que saber por qué lo han hecho. Porque, sin ese motivo que los lleva hasta el punto de dejar todo atrás y arriesgar su vida, jamás habrían podido ser utilizados como instrumento de una venganza política.

Cuando el conflicto diplomático termine, que terminará, seguirán allí, con su desesperación al borde del mar, pero ya nadie les sacará en la prensa. Porque, a veces, quienes miran hacia otro lado no son solo los policías de fronteras.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)