Retomo, sin solicitar licencia previa al interesado, el excelente relato que Javier Pardo publicó bajo el título “La semana en la que Vox y PP reivindicaron su derecho (ilegítimo) a mentir”. Lo comparto por completo. Porque lo que tanto PP como Vox vienen haciendo desde hace ya muchas, demasiadas semanas, no es otra cosa que basar toda su estrategia política en la explotación ad nauseam de aquella burda y sistemática propaganda basada en el “calumnia, que algo queda” llevada a cabo con pertinaz insistencia por Joseph Goebels, el tristemente celebre ministro nazi para la Ilustración Pública y la Propaganda.

En el caso de PP y Vox, con el amplio y potente aparato comunicacional que les apoya convertido en eficiente altavoz en toda clase de medios audiovisuales y escritos, muchos de ellos privados e incluso algunos de titularidad pública, esta propaganda política se basa permanentemente en la difusión de toda clase de informaciones simplemente falsas o interesadamente manipuladas, de todo tipo de mentiras, bulos, infundios, insultos, infamias, calumnias, difamaciones, insidias… 

En su ya mencionado ánálisis, Javier Pardo ofrecía algunos elocuentes ejemplos de estas tan deleznables prácticas políticas perpetradas por Vox y PP. Con gran acierto nos advertía que, a pesar que el sacrosanto derecho a la libertad de expresión que nuestra Constitución ampara y protege no legitima a nada ni a nadie a mentir a sabiendas en materias informativas, señalaba que ambas formaciones derechistas reivindicaban este derecho para proseguir con su implacable tarea de acoso y derribo al Gobierno de España presidido por Pedro Sánchez.

Quizá algún día alguien se atreverá a llevar a cabo la titánica tarea de recoger toda esta interminable sarta de mentiras en una tesis doctoral sobre hasta qué punto de mezquindad, ruindad y miserabilidad humana son capaces de llegar PP y Vox -o Vox y PP, que tanto monta monta tanto- hasta en unas circunstancias colectivamente tan dramáticas como las que vivimos a causa de esta terrible pandemia.

Si algún experto en Ciencias Políticas o en Ciencias de la Comunicación decide enfrentarse a este desafío, me parecería muy ilustrativo que comparara lo que viene sucediendo ahora en España con lo que ya sucedió también en nuestro país durante la dictadura nacional-católica, militar y fascista de Francisco Franco. Podría, por ejemplo, comparar aquellas inacabables alusiones a “la conspiración judeo-masónica-marxista-separatista” con otras estolideces similares y de uso muy frecuente durante estas semanas, como “la coalición social-comunista-separatista”, “el gobierno bolivariano” y otras lindezas por el estilo.

Que los sucesores políticos del franquista Manuel Fraga Iribarne tengan tanta falta de pudor para sacar ahora a colación aquel tan tenebroso “Ministerio de la Verdad” de la gran novela 1984, nos ilustra ya muy a las claras sobre su total ausencia de principios éticos, sobre su absoluta sinvergonzonería. Los mismos que se escandalizaban ante un espectáculo de titiriteros más o menos opuesto a sus ideas, ante más o menos desafortunados ejercicios humorísticos de algún cómico contra sus supuestas convicciones morales o religiosas, ante los sin duda humillantes escraches a esbirros y torturadores franquistas, ante alguna que otra irrupción feminista en algún templo religioso, ante alguna que otra canción que consideraban irrespetuosa para sus ideas y principios, son ahora los mismos que recurren de manera sistemática no solo al insulto y al infundio, a la infamia y a la calumnia, a la difamación y sobre todo a la mentira.

Los mismos que antes arremetían contra cualquier expresión pública que les molestaba o incomodaba, y que en base a ello recurrían a los tribunales de justicia para que estos impusieran incluso penas de prisión a quienes se habían atrevido a decir en público lo que pensaban u opinaban, ahora pretenden estar amparados por la libertad de expresión. Al parecer, siguen creyendo que, como sin vergüenza alguna hizo acuñar el dictador Franco en todas las monedas de curso legal, era “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Algo que, si no estoy equivocado, ningún otro dictador se ha atrevido a hacer jamás, y menos aún sin que haya recibido el beneplácito de la Santa Madre Iglesia Católica y Romana; más bien lo contrario, porque hasta el mismo fin de sus días gozó del privilegio eclesiástico de entrar en todos los templos bajo palio, como si Franco fuese algo así como un trasunto del cuerpo de Cristo.

Llegados aquí, y puesto que mis recuerdos del catecismo católico de obligado aprendizaje en mi niñez me quedan ya muy lejanos y dispersos, me atrevo solo a preguntar si la mentira sigue siendo pecado. Si sigue siéndolo, habrá que ver cuántas colas harán en los confesionarios tantos y tantos dirigentes de PP y Vox, así como tantos y tantos de sus voceros.