El general José Manuel Santiago se ha convertido esta semana en el Winston Smith de George Orwell. El peón utilizado por Vox para denunciar al Ministerio de la Verdad que dirige el mandamás de la policía del pensamiento, Fernando Grande-Marlaska. El presidente del INGSOC socialista, Pedro Sánchez, reescribe la historia aupado por la propaganda dictada por su mano derecha, Pablo Iglesias, persiguiendo, a su vez, las corrientes críticas mediante el control de los medios de comunicación y las redes sociales. Un cambio de régimen socialcomunista que requiere de las subvencionadas agencias de verificación que dirimen qué es verdad y qué se escapa de los intereses del Gobierno ‘Gran Hermano’ que nos vigila.

Esta realidad distópica extraída de una reinterpretación partidista de 1984, obra magna de Orwell, ha servido a la derecha de este país para elaborar grandes discursos plagados de referencias interesadas que denunciaban una presunta censura realizada por la administración central. Criticar suele ser más sencillo que gobernar. Aquello de que el poder desgasta nunca se había aplicado de una forma tan feroz en nuestro país. El coronavirus atacó a nuestra nación mientras PSOE y Podemos todavía estudiaban su reparto de competencias, mientras pensaban leyes a largo plazo. Obligados a reinventarse, el virus acabó con los 100 días de gracia que se suelen aplicar a los cambios de Gobierno mientras la oposición, la española, la del crespón negro en la bandera y los retratos frente al espejo, optó por priorizar la extracción de rédito electoral a constituirse como símbolo de unión y reconstrucción.

Aquel gran país llamado Oceanía no es el nuestro. El texto del escritor, miliciano del POUM en la Guerra Civil y contrario a cualquier tipo de régimen totalitario, sigue siendo protagonista de reinterpretaciones y sus reflexiones no han perdido vigencia alguna. La realidad ha atropellado su distópico planteamiento. Orwell tiene amantes y detractores, como Paul Preston, quién lo definió como un partisano arrogante que regaló el relato de la Guerra Civil al bando franquista deslegitimando la causa comunista y anarquista.

Sin embargo, resulta curioso que se haya convertido en el escritor de referencia de Santiago Abascal y su pléyade más cercana. Las constantes referencias al orwelliano ministerio de la verdad se han mezclado en boca de los diputados ultras con “la Gestapo que vigila la verdad oficial” para imponer un régimen “como el de Hugo Chávez”. Saltos históricos en el tiempo y en el territorio que, qué más da, retumban en el hemiciclo forzando a los medios de comunicación a entrar al barro y contestar de forma directa para pedir a nuestros representantes un poco de decencia.

Decencia que podría derivar en libertad de prensa. Es curioso que sean aquellos que denuncian censura informativa los que tienen vetados a la mitad de los diarios nacionales. Una formación política que recibe dinero público pero que, a su vez, coarta la entrada de periodistas a sus actos y ruedas de prensa, rehúsa contestar a las peticiones de los periodistas y abre campañas de estigmatización y señalamiento público cuando las entrevistas son más complicadas que el jabón que acostumbran a recibir en su órbita mediática.

Pero no solo es Vox. El PP ha aprovechado la crisis del coronavirus para golpear a TVE por estar, presuntamente, al servicio del Gobierno. Denuncian imparcialidad de la televisión nacional mientras los consejos profesionales de Canal Sur, a su servicio, critican al presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, por ceder ante las presiones de Vox y hacer de la televisión pública regional una herramienta propagandística dirigida por el “comisario político” Álvaro Zancajo. También señalan al Gobierno por destinar una partida de 15 millones a las televisiones nacionales, obligadas durante el confinamiento a un mayor gasto, mientras inyectan seis millones (se espera que sean 18 a lo largo del año) a la televisión regional del imputado José Luis Ulibarri.

Pero que nadie toque a Zancajo, ni a Ulibarri, ni a Cristina Seguí ni a Javier Negre, porque la extrema derecha tiene la osadía de subirse a la tribuna, representada por el látigo de Macarena Olona, para explicar que ellos no señalan a nadie de forma concreta. Curiosas entonces las quejas de Antonio García Ferreras, Antonio Maestre, Ana Pastor o Xabier Fortes, amenazados incluso por los grupos de apoyo de la formación de Abascal.

“Era una gigantesca estructura piramidal de reluciente cemento blanco que se alzaba, una terraza tras otra, a más de trescientos metros de altura. Desde donde estaba Winston podían leerse, labrados con elegante caligrafía en la fachada blanca, los tres eslóganes del Partido:

La Guerra es la paz

la libertad es la esclavitud

 la ignorancia es la fuerza.”