Actualmente los españoles ocupamos, con una media de consumo por habitante que ronda los 1.000 m3 anuales, el tercer puesto en la lista mundial de mayores derrochadores de agua.

Y cabe insistir en lo de derrochadores porque está sobradamente demostrado que más de la mitad del agua que consumimos en España acaba siendo malbaratada en todos diferentes usos que hacemos de ella: muy especialmente en el agrícola, pero también en el doméstico.

De ahí que para atender tanta demanda haya sido necesario embalsar cada vez mayor cantidad de agua en nuestros pantanos, por lo que también somos el tercer país del mundo con mayor número de infraestructuras hidráulicas:  más de 1.000 presas de mayor y menor tamaño repartidas por todas las comunidades autónomas.

Sin embargo, pese a que en muchos pueda persistir la falsa idea de que a más embalses diseminados por nuestra geografía más agua disponible en las ciudades y los campos, la realidad es que eso no es así en absoluto, como lo demuestra el hecho de que la cantidad embalsada a día de hoy apenas difiera de la que teníamos hacia finales de los años setenta del pasado siglo.

Hemos ido construyendo presas para satisfacer la demanda de las grandes empresas constructoras de infraestructuras pero el agua que acumulan nuestros embalses sigue siendo más o menos la misma. Y es que por mucho que intentemos retenerla una y otra vez lo cierto es que no hay más agua que la que corre. Y cada vez corre menos.

Hoy sabemos que la política de construir embalses como si no hubiera un mañana, a la que tanta afición cogió el dictador durante la década de los sesenta, no sirvió para garantizarnos un acceso seguro al agua. Hemos aprendido que no podemos hacer frente a la sequía a base de cementar más cauces fluviales y levantar más presas. La vaca de los pantanos no da para más.

La lucha eficaz contra la escasez pasa por razonar los consumos urbanos e industriales y sobre todo por moderar y razonar la demanda de riego agrícola, mejorando los sistemas para hacerlos más eficientes y abandonando la absurda idea de poner en regadío más hectáreas de secano en pleno calentamiento global.

Los ríos españoles proporcionarían de manera natural un volumen de agua cercano a los 10.000 hm3 de agua al año. Sin embargo durante el último medio siglo, a golpe de embalse y a costa de arrasar paisajes, sepultar memorias y malbaratar los ecosistemas fluviales, hemos logrado aumentar la capacidad de reserva hasta los 47.000 hm3/año. Una capacidad que curiosamente nunca ha llegado a colmarse y con el cambio climático muestra una clara tendencia a la baja, mientras que la demanda, que roza ya los 40.000 hm3 anuales, no ha dejado de aumentar. Estamos pues al borde del colapso hidrológico.

Una situación que solo evitaremos gestionando de manera más eficaz la demanda. Optimizando la gestión del ciclo integral de abastecimiento urbano, apostando de manera más firme por la reutilización del agua regenerada, reduciendo la carga contaminante de las aguas residuales en la industria, la ganadería y la agricultura, implementando el uso de las mejores tecnologías , trabajando en equipo en base al conocimiento y la experiencia y promoviendo la participación ciudadana a través del ahorro y el consumo responsable.