Parece que fue ayer, pero el otro día se cumplían seis meses del momento que tanto nos impactó: la guerra de Ucrania había comenzado. Aquí, al ladito de nuestra confortable e hipócrita Europa, saltaba el conflicto ante los atónitos ojos de todos lo que no lo creían posible. La invasión de Ucrania por Rusia era un hecho y el fantasma de la guerra tantas veces invocado dejaba de ser un fantasma para convertirse en realidad. Pura y dura.

Creímos, o quisimos creer, que la guerra sería poca cosa. Que en cuatro días habría acabado y, aun con las terribles consecuencias que siempre supone un conflicto bélico para el territorio donde se desarrolla, las aguas volverían a su cauce y Europa a su zona de confort.

Tampoco imaginamos que las consecuencias no se limitarían a la destrucción y la muerte en el campo de batalla y que acabarían afectando directamente a nuestras vidas. Y no en el riesgo de que la guerra se expanda y se acerque a nuestras casas, sino de otro modo más sutil y más demoledor, si cabe. Afectando a nuestros bolsillos, a la gasolina que repostamos, el gas con el que cocinamos, la electricidad con la que nos calentamos o la comida que consumimos.

Es lo que hay. Esta vuelta al cole no la protagonizan -por fin- las noticias acerca de cuáles serán los protocolos a seguir para evitar contagios de covid 19. Aunque la enfermedad no se ha ido, nos vamos acostumbrando a convivir con ella gracias a unas vacunas que, si no evitan el contagio, sí que minimizan sus riesgos, que no es poca cosa. Pero, como dice el refrán, la alegría dura poco en la casa del pobre, y no nos había dado tiempo apenas de reponernos de los efectos económicos de la pandemia, cuando la guerra nos trae una crisis que golpea donde más duele, en los bolsillos de quienes ya tienen varios agujeros.

No sé si es imprevisión o que de verdad algo así era difícil de prever. No me gustaría verme en la piel de unos gobernantes que han tenido que lidiar con una catástrofe tras otra. Y lo que nos queda, porque visto lo visto ya no me atrevería a descartar la invasión extraterrestre o el apocalipsis zombi.

Lo que está claro es que se avecinan tiempos difíciles. Ahora ya nadie se atreve a predecir un fin próximo de la guerra, ni cuales sean las próximas consecuencias que repercutan en nuestras vidas. Crucemos los dedos