En los tiempos del Trending Topic y el titular efímero, era de esperar que la clave de lo que ocurrió ayer en Colón se escondiese en un tuit. De hecho, si me apuran, el aquelarre de las derechas más o menos extremas cabía en la singularidad de un puñado de píxeles, 25x25 para ser más exactos. Lo que ocupaba el logotipo del Partido Popular junto a una inmensa palabra España en un tuit de Pablo Casado.

Tras acabar la manifestación fallida de la Plaza de Colón, el líder del PP nos regalaba un vídeo de la manifestación con el título “España, gracias por venir”. Científicos de todo el mundo deberían investigar la convocatoria del domingo para encontrar las claves que se nos escapan de los agujeros negros: toda España cabía en esas 40.000 personas que tapaban los huecos de la plaza con banderas; medio plantilla de Ciudadanos se apiñaba en una baldosa para alejar a Albert Rivera de la fuerza gravitatoria de Santiago Abascal y hasta Christiano Brown, el ignoto líder de UPyD conseguía construirse un hueco a codazos en el retrato del estrado.

Pero la clave de toda la jornada, como decimos, estaba en ese logotipo del PP, colocado junto a la palabra España, que a cualquiera que no mirase dos veces se le podía hacer pasar por el símbolo del Copyright que nos avisa de que algo tiene propietario, hasta la Marca España. Porque los que ya vemos teniendo años para recordar y comparar tuvimos el déjà vu de los tiempos de Zapatero, cuando la derecha se echaba a la calle para reclamar que España era suya y que se la habían robado con malas artes: antes con las bombas en los trenes, ahora con un golpe de Estado. El grosor de las palabras, a la altura de las mentiras.

Se mire por donde se mire, la manifestación fue un fracaso para sus principales protagonistas. Fracaso para el Partido Popular, que retrata su debilidad y su declive. El partido del millón de militantes de los que solo votan 15.000 en primarias prometió hacer la competencia al Alsa y pagar autobuses por toda España, pero no es capaz de llenar un estadio estándar de fútbol. Fracaso para Ciudadanos, que reclamaba la ausencia de símbolos para acabar tragando con la simbólica fotografía junto a Vox, con la simbólica ausencia de Manuel Valls en el estrado y con el simbólico hueco que dejó Inés Arrimadas. Y que tuvo que tirar de símbolos LGTBI para cubrirse las vergüenzas que todo el mundo había visto.

Y éxito para Santiago Abascal, que consiguió el mayor mitin de Vox hasta la fecha, sin tener que poner ni un euro iraní. Los autobuses los ponía Casado, la legitimidad la regalaba Rivera y los medios entregados a la causa pagaban los flashes. El gustazo de escuchar los coros de “¡Santiago presidente!” delante de sus rivales electorales, eso no tiene precio.