En estos días ha salido a la luz un estudio de la Fundación Anar con unos escalofriantes datos sobre la violencia machista entre jóvenes y adolescentes. El estudio -Evolución de la violencia contra las mujeres en la infancia y adolescencia en España (2018-2022)- dice que se ha incrementado la violencia machista hasta casi duplicarse -87 por ciento-, que la violencia sexual y la violencia contra niñas y adolescentes aumentó casi un 40 por ciento.

No puedo leer esto sin que se me pongan los pelos como escarpias y sin que un sentimiento de culpabilidad me invada. Algo estamos haciendo muy mal para que esto no solo siga sucediendo, sino que suceda cada día más. Porque, aunque es cierto que lo que nunca podremos saber son los hechos de este tipo que sucedían y eran silenciados -por tanto, no formaban parte de la estadística-, también lo es que un incremento de estas características es tan atronador que no cabe poner ninguna excusa. Ninguna.

Pero tal vez lo que más me preocupa de este estudio es otro de los datos que proporciona. Concluye que hay una tendencia a la normalización, ya que cerca del 70 por ciento no denuncia. Y a mi esto me preocupa especialmente. Al margen de factores que lleven a no denunciar, como el miedo o la dependencia económica o emocional, lo que es tremendo es lo de la normalización. Que, en nuestra España del siglo XXI, con un sistema político garante de todos los derechos y una legislación que defiende la igualdad pase esto, es para hacérnoslo mirar. Y mucho.

Un dato así significa que gran parte de los menores que ejercen violencia sobre sus parejas no son conscientes de que lo que están haciendo no solo está mal, sino que es delictivo. Y, lo que es casi peor, que un porcentaje similar de jóvenes y adolescentes no son conscientes de que están sufriendo maltrato, que consideran normales conductas de sometimiento, control y acoso, cuando no directamente de agresión. En definitiva, que ni unas se reconocen como víctimas ni otros como agresores.

Cuando, hace un millón de años, empecé a trabajar en Violencia de género, tenía el convencimiento de que irían bajando las cifras hasta acercarnos a un futuro donde fuera, como mucho, un delito más, y no uno que requiere atención prioritaria por razones cualitativas y cuantitativas. En mi ignorancia naif y optimista, pensaba que las generaciones que nacieron en un sistema igualitario, cuyas madres apenas conocieron de las desigualdades del régimen anterior, la cosa vendría sola. Craso error.

Y no solo eso, sino que suma y sigue. Algo tendremos que hacer, además, de echarnos las manos a la cabeza. Y pronto.

SUSANA GISBERT GRIFO
Fiscal (X @gisb_sus)