Estamos en tiempos, además de indefinición política, de las temibles fiestas del verano. Tiempos de calor, de vacaciones, tiempos libres y asuetos para la mayoría; y también, desgraciadamente, tiempos de agonía para muchos miles de seres vivos; muchos miles de animales que van a vivir un espantoso sufrimiento formando parte de unas fiestas crueles, casi siempre en honor de algún santo cristiano, en las que parece que no se consigue disfrute y diversión sin torturar y asesinar a seres desvalidos. Subrayo la relación entre tortura animal y cristianismo porque es importante conocer ese vínculo estrecho entre maltrato animal y religión cristiana. El filósofo Fernando Vallejo lo explica muy bien en sus libros.

Por un lado, el antropocentrismo cristiano, que a día de hoy se sigue enseñando en la escuela, es el germen primigenio del desprecio a los seres vivos no humanos; esa consideración de los humanos como los “reyes” de una supuesta creación en la que según absurdos dogmas, se creó a los animales y a la naturaleza para uso y disfrute del hombre forma parte de una ideología malvada y nefasta que da carta blanca a los humanos para el uso, el abuso y el desprecio de los seres de otras especies. Por otro lado, en el cristianismo los “sacrificios” animales y también humanos son algo muy frecuente a modo de ofrendas y dádivas; la Biblia está repleta de ellos. Y las fiestas patronales, todas ellas conmemoraciones y homenajes a personajes del santoral, suelen tener de trasfondo algún “sacrificio” animal en loor de alguno de esos personajes.

Voltaire era tajante denunciando, ya en el siglo XVIII, la relación entre maltrato animal y cristianismo, y decía con sarcasmo que “es vergonzoso que predicadores y moralistas nunca eleven su voz contra la bárbara costumbre de asesinar animales”. Pero independientemente del origen de estos bochornosos espectáculos, lo cierto es que en pleno siglo XXI se sigue torturando a toros, becerros, gansos y ocas, se siguen lanzando toros por acantilados, se siguen quemando e incendiando sus astas, se siguen lanzando animales desde campanarios, en unas aberraciones bestiales e inhumanas que algunos, muchos, llaman diversión y fiesta. Hace tres semanas PACMA denunciaba la terrible muerte en San Juan de Coria (Cáceres) de Escribano, un toro que fue abatido por un disparo tras tres horas de persecución por el pueblo y delante del público que no quiso perderse el “espectáculo”.

Y la semana pasada moría una vaca en el festejo de los bous, de Denia, al caer al agua. Algunas vacas mueren ahogadas, otras por infartos ocasionados por el estrés intenso y el terror que les provocan al ser lanzadas al vacío. Ellas nos dan su piel, su carne, su leche, esa sustancia que segregan para alimentar a sus crías y que les robamos sin compasión. Y nosotros, los seres más predadores y destructivos del planeta, nos llamamos humanos. Y a ellos, a los seres de otras especies, les llamamos animales.

Realmente me avergüenzo profundamente de esa parte de la humanidad que justifica tanta tortura injustificable, y que asiste impávida a contemplar el terror, la agonía y la muerte de seres desamparados que son incapaces de tanta inconsciencia o de tanta maldad. Es psicopatía pura, es ausencia absoluta de ningún tipo de sensibilidad. Y también me avergüenzo de que a estas alturas sigamos financiando entre todos a una organización religiosa que nos habla de moral mientras, entre otras muchas indecencias, calla, promueve y alienta el abuso y el sadismo contra seres indefensos e inocentes. Es, además de psicopatía social, la mayor inmoralidad que puede existir.

Ya en el siglo II el filósofo griego Celso, en su Discurso verdadero contra los cristianos, decía que “es preciso rechazar esa idea absurda de que el mundo ha sido hecho para el hombre: no fue hecho para el hombre más que para el león, el águila o el delfín”. Y me resulta increíble que la mayor parte de la gente sea incapaz de percibir la importancia enorme de respetar a los animales, que es lo mismo que respetar al prójimo y que respetar la vida. Algunos argumentan en contra que es más importante cuidar a las personas que a los animales. En realidad es lo mismo. Es el mismo pensamiento, la misma solidaridad, la misma empatía, la misma ternura la que nos lleva a respetar al prójimo, sea quien sea y de la especie que sea. Respetar a las personas pasa ineludiblemente por respetar a los animales. Lo uno es inherente a lo otro, por más que nos adoctrinan en ese antropocentrismo canalla.

Es penoso que no lleguemos a entender que de ello depende el mundo. Y en ese punto siempre me parece necesario recordar lo que Milan Kundera escribió al respecto en La insoportable levedad del ser: “Claro que el Génesis fue escrito por un hombre, no por un caballo. No hay seguridad alguna de que Dios haya confiado al hombre el dominio de otros seres. Más bien parece que el hombre inventó a Dios para convertir en sagrado su dominio sobre los animales. (….) La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad radica en su relación con aquellos que están a su merced: los animales. Y aquí fue donde se produjo la debacle fundamental del hombre, tan fundamental que de ella se derivan todas las demás debacles.” Hablamos, en realidad, de la verdadera moral. Por todo ello y por mucho más ya no doy ni mi confianza ni mi voto a ningún partido político que no contemple en su programa la lucha contra el maltrato animal.