Algunos, incluso los más reticentes con la Iglesia católica, saludaron con agrado lo que parecía el cambio de actitud en el trono de San Pedro cuando inició su papado el papa Bergoglio. Su elección del nombre inusitado, con el santo de los pobres que veía hermanos en la manifestación de la divinidad en las criaturas de la naturaleza y en los elementos de esta parecían un cambio frente a su antecesor Ratzinger. Que los sectores más reaccionarios de la Iglesia se pusieran nerviosos con respecto a las declaraciones de la doctrina de la institución sobre materias sensibles como los homosexuales, las maternidades en solitario o los casos de pederastia de la Iglesia, parecían un síntoma de cambio. Sin embargo, la tibieza del Papa nos hace pensar si, todos esos gestos no son más que un efecto o juego cosmético.

Es cierto que en los últimos meses, Francisco obligó a dimitir al arzobispo de Adelaida, Philip Wilson, condenado en mayo por no informar a la policía de los repetidos abusos cometidos por un sacerdote. Tampoco le tembló la mano a la hora de expulsar del colegio cardenalicio al arzobispo emérito de Washington Theodore McCarrick y recluirle hasta que se aclare en un juicio canónico las acusaciones de abuso sexual contra él. Sin embargo, el informe aparecido la semana pasada sobre más de trescientos sacerdotes pederastas en EE. UU., exigen que el papa, como dice el evangelio, sea conocido por sus acciones.

Hasta el momento, el Sumo Pontífice se ha ocultado tras vaguedades y sus portavoces. El padre Hans Zollner, uno de los miembros más activos de la Pontifica Comisión para la Protección de los menores, que creó Francisco dice que el Papa “ha dejado muy claro que una de las prioridades de su pontificado es la lucha contra los abusos por parte del clero”. “Hay que reforzar todo el trabajo de prevención, las conferencias episcopales y las diócesis se tienen que esforzar en este ámbito. Hay que responsabilizar a los obispos para que no se encubran los abusos”, explicó Zollner en un comunicado ante la incomparecencia de la máxima autoridad de la Iglesia.

El presidente de la Comisión de Protección de menores, el cardenal y arzobispo de Boston, Sean Patrick O’Malley, también deseó “procedimientos más claros para los casos que involucren obispos”, así como “tomar medidas rápidas y decisivas con respecto a estos asuntos de importancia crítica”. Los procedimientos no pueden pasar por el encubrimiento, la negación y la ocultación de pruebas sino, si de veras se quiere erradicar, expulsar a los pederastas de la Iglesia, colaborar la Justicia de los hombres en espera de la divina y, por tanto, ponerlos a disposición de la ley sin medias tintas. Sobre el derecho canónico, y las acciones de la jerarquía, empezando por el santo padre, las medidas deberían ser igual de contundentes. La suspensión A divinis, es decir, la negación de la potestad para administrar o celebrar ninguno de los sacramentos debiera ser la primera. Por defender ésa Iglesia de los pobres se aplicó al poeta y padre nicaragüense Ernesto Cardenal, sin que el moderno Vergoglio lo haya revertido.

La excomunión debiera ser la acción más clara para los condenados en firme.   Incluso para los que, a pesar de nacer en el seno de una cultura católica, hace tiempo que la abandonamos por sus dogmatismos y sinrazones, sabemos que la filosofía del Cristo, ese Jesús al que dijo querer volver Jorge Vergoglio,  es clara al respecto. Según el evangelio de San Mateo, uno de los aceptados como inspirados por el Espíritu Santo por los padres de la Iglesia, en el capítulo 18, versículo 6 y siguientes, dice el de Nazaret al respecto de los abusos a los niños: "Pero al que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar".

Parece que el “mesías”, que perdonaba a los enemigos, no estaba dispuesto a perdonar, sin embargo, a los que vulneraban la inocencia de los pequeños. No estaría de más que, el papa Francisco se dejase de pretextos, y oyese la voz de quien fue crucificado por defender a los que sufrían. Mucho más cuando es a manos de falsos sirvientes de su credo.