Lo que va a suceder este viernes, decreto ley mediante para modificar la Ley de Memoria Histórica, y poder exhumar los restos del dictador Francisco Franco, es sin duda un hito y un hecho histórico para futuros estudiosos. Dicen los que no se atreven a defender los privilegios y honores del dictador enterrado en el Valle de los Caídos -a saber PP y Ciudadanos que se opondrán en el Congreso- que dicha exhumación no es una prioridad entre las que demanda la ciudadanía española y tienen razón: es una deuda histórica con la propia democracia que, al margen de los enjuagues necesarios de la Transición, nunca debió esperar tanto para hacer lo que en Alemania se entendió con el nazismo desde el minuto uno de su reconstrucción, recobrada democracia y posterior reunificación. Todavía hoy asistimos a cómo se extradita un nazi desde su asilo estadounidense para ser juzgado en territorio alemán sin que nadie se escandalice pues, el escándalo, es sobreseer los crímenes de lesa humanidad.

Los que me siguen y leen saben que nunca he ocultado mis credos políticos e ideológicos, no tengo por qué,  y que, incluso en los peores momentos he defendido los logros y necesidad de la socialdemocracia. Esto no me ha impedido, y hay pruebas en las hemerotecas, criticar acciones o declaraciones del hoy presidente Pedro Sánchez, de las que no me desdigo, como una leal forma de independencia intelectual que ejerzo. Pero hay que decir, en justicia, que tanto la moción de censura que lo llevó al poder, como la conformación de un gobierno con ministros sólidos y solventes, o gestos tan simbólicos como la exhumación del Valle de los caídos son signos de que la voluntad política es un arma de transformación social e histórica. También una declaración de intenciones de alguien que quiere, no sólo llegar al poder, sino gestionarlo, y ser protagonista y transformador de su sociedad y su tiempo.

Más de 100.000 víctimas del franquismo está ilocalizables en fosas comunes, Lorca, entre ellos

Llega esta noticia casi al hilo del 82 aniversario del que tal vez es el más simbólico e importante muerto de nuestra infausta Guerra Civil: Federico García Lorca. Al contrario que el dictador, los restos mortales del poeta granadino que dio, y sigue dando honra y fama a nuestras letras, lengua y cultura, permanecen en un limbo de contradicciones, brumas y silencios. Con el poeta, más de 115.000 muertos, de la entonces democráticamente constituida Segunda República Española,  permanecen ilocalizables en fosas en nuestro país, lo que continúa siendo una vergüenza internacionalmente señalada. 

En un comunicado Ian Gibson decía confiar en el nuevo compromiso adquirido por la Junta de Andalucía de patrocinar pronto en Alfacar otra búsqueda de la fosa que podría albergar sus restos. "Que sepan cumplir con su palabra cuanto antes para que salgamos de dudas", ha señalado el hispanista, al que le parece "incomprensible" la negativa a encontrar los restos expresada por familiares de García Lorca. El experto ha recordado finalmente que se mantiene la "asignatura pendiente" del cercano barranco de Víznar, donde hay centenares, quizás miles, de víctimas de los alzados contra la legalidad republicana, y ha apostado por "seguir, cada uno a su manera, con la lucha". Comparto con él su deseo aunque desconfío de sus certezas ya que, en otra ocasión anterior, cuando el irlandés aseguraba saber la ubicación de los restos de Lorca y se invirtieron muchos recursos, no se encontró nada. Son bastantes los expertos que han señalado algunas “inexactitudes” en los estudios de Gibson, como el también investigador Molina Fajardo, y en recientes fechas el historiador  Miguel Caballero, que han demostrado documentalmente que la fecha del 18 de agosto que mantiene Gibson no es cierta, sino el 17, como reza en los documentos del archivo de Montes Valera. Sobre el contraste con las fechas de Gibson y Titos, el investigador considera que “el expediente personal de Montes Valera es un documento oficial y se trata de una hoja de servicios, algo a lo que los soldados y los mandos del Ejército daban un valor absoluto y que era comprobado y contrastado porque de ello dependían que dieran un ascenso por mérito o no”.

Para el investigador granadino, Miguel Caballero,  apuntar a una fecha distinta a la madrugada del 16 al 17 de agosto es perseverar “en un error” que, en su opinión, se ha demostrado como tal por la documentación aportada por Molina Fajardo y por él mismo como por los testimonios de testigos y figuras de la Granada de la época. Julio Fernández-Amigo, que fue jefe de policía y vio a Lorca en el Gobierno Civil, dio el testimonio contrario y Manuel de Falla, que iba a personarse para que soltaran a Federico, no llegó a ir porque le dijeron que lo habían asesinado la noche antes”. Caballero cree que Gibson insiste en escoger una fecha posterior “a pesar de las pruebas” para que le cuadre con el testimonio que le dio Manuel el Comunista –“que Molina Fajardo demostró que es falso con un documento firmado por el propio Manolillo en el que reconocía que había mentido a Gibson”–.

Al margen de que estos y otros datos sean importantes para el esclarecimiento de los momentos finales de Lorca, hay otra cuestión que me parece importante preguntarnos: ¿Por qué la familia Lorca no quiere saber dónde se encuentran los restos del poeta? Tal vez, aunque parezca obvio,  porque, aunque lo hayan negado públicamente, siempre supieron dónde estaban. En los dos años de investigación propia sobre el asunto, cuando saqué a la luz la relación entre Juan Ramírez de Lucas y Federico, contado en la novela testimonio “Los Amores oscuros”, tuve la suerte de entrevistar a Margarita Ucelay. Amiga del poeta, como toda su familia, exiliada a EEUU, profesora de la Universidad de Columbia y estudiosa de la obra lorquiana, además de formadora de hispanistas especializados en el autor andaluz, fue íntima de toda la familia. En las deliciosas y breves conversaciones con ella, antes que la enfermedad se llevase su memoria, me narró cómo ayudó a la familia Lorca en NY, incluso facilitó trabajo a Francisco García Lorca como lector. También que el padre del escritor, Don Federico García,  dejó a buen recaudo los restos de Federico antes de exiliarse. Incluso me dijo el sitio concreto, “lugar donde Federico había sido muy feliz”-me aseguró-. No tenía por qué mentirme. Sabía que no le quedaba mucho y que, además, ya no importaba.

Lorca, es, sin duda, el Muerto Simbólico de nuestro país; así, con mayúsculas.

El más significado y aún sangrante. Comparto con Gibson, humildemente, sin ungirme como Sumo sacerdote de la verdad del poeta, el deseo de esclarecimiento de toda la verdad. Incluso aunque haya que aceptar errores de interpretación o inexactitudes, necesarias de aclarar para llegar al fondo del asunto. Nada de esto servirá si su familia, en especial Laura García Lorca que es quien la representa ahora, no rompe su silencio. De hecho hace unos años, cuando las pesquisas de Gibson, se le escapó: “no van a encontrar a Lorca ahí”. Más tarde, en una entrevista a la revista  “Vanity Fair” Laura llega a decir: “los restos de Lorca sólo atañen a su familia”. Se equivoca. Los restos de Lorca son una herida en nuestra conciencia, en nuestra memoria, en la piel de nuestra historia reciente. Entretanto, y utilizando los propios versos del poeta “Yo canto para luego tu perfil y tu gracia./ La madurez insigne de tu conocimiento./ Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca./ La tristeza que tuvo tu valiente alegría./Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,/ un andaluz claro, tan rico de aventura./Yo canto su elegancia con palabras que gimen/ y recuerdo una brisa triste por los olivos”.