Porque calificar de ese modo a estudiantes adolescentes, algunos casi niños, por manifestarse pacíficamente en defensa de la educación pública es un grave error, como es un error reprimir su voz con violencia y brutalidad policial, como lo es que estos jóvenes estudiantes tengan que llevar mantas a sus clases porque sus centros educativos carecen de medios para calefacción, como lo es que se esté recortando hasta límites intolerables la financiación de la escuela pública mientras se desvían cantidades millonarias de dinero a la privada y confesional, y como lo es que, siquiera, se atreva un gobierno a llevar a cabo tan demenciales medidas, que atentan contra los principios más básicos de un Estado de derecho.

Porque el enemigo no son adolescentes que se encuentran con sus derechos educativos amurallados, el enemigo son los recortes que se están, indecente y antidemocráticamente, llevando a cabo. El enemigo no es el pueblo, el enemigo es un sistema policial, propio de los sistemas totalitarios, que parece ser utilizado para acallar la voz de los que claman, no por lujos ni enseñanzas de élite, sino por sus derechos más primarios en el campo educativo. El enemigo son los poderes siniestros que están desviando el dinero público a manos privadas. El enemigo es la indecencia, es la incultura, es la violencia y la sinrazón que campea a sus anchas desde que el neoliberalismo se asentó en este país.

Los jóvenes valencianos están llevando en la mano, como arma y símbolo de sus reivindicaciones, un libro, porque son conscientes, quizás, de que la cultura es el antónimo de la fuerza y la violencia, y es el principal resorte de evolución y desarrollo de toda sociedad y de todo individuo, a la vez que es la fuente de la que brota la formación fundamental de ciudadanos conscientes, críticos e informados. Puede que sea éste el motivo soterrado que induce a los políticos neoliberales a alejar a los jóvenes de una educación digna, democrática y con recursos: saben que una sociedad temerosa, desinformada y acrítica es el caldo de cultivo perfecto para la sumisión que les permita manejar el país como su propio feudo, según los intereses propios y de los grupos de poder a los que están adheridos. Es, a todas luces, una fórmula característica de todo sistema político dictatorial y totalitario, siempre, como medio de idiotizar a la población, enemigo de la cultura y la educación.

En cualquier caso, parece que nos estén haciendo retroceder al siglo XIX, cuando los krausistas peleaban durante décadas por universalizar la educación, por introducir en ella el positivismo y el criticismo científico, por acercar la educación al pueblo y por separarla de las órdenes religiosas que siempre habían mantenido su monopolio sobre ella. Parece que nos están llevando a los tiempos de Concepción Arenal, esa mujer que en 1841, burlando la profunda misoginia imperante que tenía vetado el acceso de la mujer a la universidad, se vestía de hombre para poder recibir clases de Leyes.

Esa mujer, que sabía de la importancia de la cultura y la educación para el avance de un país, decía que sólo había una fórmula para llevar a una sociedad hacia el progreso: la educación. Y, como en aquellos tiempos pasados, la derecha se posiciona a favor del elitismo adoctrinador y confesional en la enseñanza, y se vale de la violencia, y la violencia es incompatible no sólo con la educación, sino especialmente con la democracia. Por eso, quizás, pretenden alejar a las nuevas generaciones de ella. Aunque, afortunadamente, no estamos en el XIX y no lo tienen nada fácil.

Coral Bravo es Doctora en Filología