Desde que José María Aznar dijera aquello de que a él "nadie le tiene que decir lo que debe beber o no" antes de conducir, el pijismo de niños mimados no ha hecho más que crecer. La frase del ex presidente del Gobierno encerraba mucho más que el simple capricho de un malcriado acostumbrado a hacer lo que le sale de los bemoles, es el lema fundamental de los defensores de lo que  autodenominan "nueva libertad".

Si Aznar hubiera dicho: "A mí nadie me tiene que decir si debo beber o no antes de conducir a toda velocidad en un circuito cerrado", no sólo hubiera contado con mi aprobación, sino que hubiera donado gustosamente dinero para comprarle gasolina. El problema es que Aznar, como el resto de los defensores de la libertad insolidaria (ellos la llaman individual), conducen borrachos por donde circulan personas inocentes que acaban pagando, a veces con su vida, sus caprichos.

Conforme la pandemia se ha ido extendiendo en el tiempo, ha crecido el número de ciudadanos que muestran, sobre todo a través de las redes sociales, su inconformidad con las normas que establecen los expertos para proteger del contagio de covid. La máxima que plantean es similar a la de Aznar: El estado no puede estar por encima de los derechos de los individuos, ni siquiera cuando lo hace en beneficio de estos.

Contra este principio cabe contraponer otro que, sin ningún género de duda, es prioritario: "Tu libertad termina donde empieza la mía". Por supuesto, que el estado no puede ni debe interponerse en el derecho que pueda tener un idiota a querer conducir borracho o contagiarse de covid, siempre que este privilegio no provoque el perjuicio de otra persona que prefiera seguir sana.

Son libres de no vacunarse, ya sea porque consideren que las vacunas son parte de un contubernio internacional que ha sobornado a la casi totalidad de los virólogos del mundo, porque están hartos de su trabajo y necesitan una larga o definitiva baja, porque odian a su cuñado y están dispuestos a arriesgar su vida con tal de contagiarlo o porque, simplemente, les dan miedo las agujas o angustia las mascarillas, pero si eligen esa opción deben hacerlo en solitario, apartados del resto de la sociedad. Y dejemos que la evolución haga su trabajo.