Hay un pudor enorme en contar los insultos homófobos, las miradas crueles, las zancadillas profesionales, las agresiones de este tipo de lacra. Nos han inculcado que lo que somos, está mal y, aunque la ciencia y las organizaciones internacionales avanzadas y sus leyes lo corroboran, son muchos siglos de soportar el odio. Un odio que sigue ahí, en las calles, en las familias, en la judicatura, como sustrato envenenado que sigue abonando la homofobia.  El mismo término de “tener pluma” hace alusión a cómo La Inquisición rociaba de alquitrán y plumas a los acusados de sodomía, para ridiculizarlos y marcarlos, y para que luego ardieran mejor en la hoguera.

La primera vez que oí la palabra “maricón”, la primera vez que me insultaron con ella, quiero decir, tenía 13 años. Fue mi padre. Yo había ganado uno de mis primeros premios de poesía y me ilusioné con la idea de ser escritor. Devoraba toda la poesía, toda la literatura que caía en mis manos. Aún recuerdo como mi padre, torero por más señas, me espetó: “la poesía no es cosa de hombres, es cosa de maricones”. Yo le respondí que no entendía por qué, y él me partió la boca con el canto del libro de Rubén Darío, encuadernado en piel, que tenía entre mis manos. Le juré que, si el día de mañana publicaba un libro y tenía hijos, no llevarían su apellido, y he cumplido. Mis más de cincuenta títulos entre poesía, ensayo, novela, teatro y relatos llevan el apellido de mi madre, el noble apellido de mi abuelo, que cambié legalmente en el registro civil, para que constase, no sólo en las portadas de mis obras, sino también en mis documentos legales. Aquel primer episodio de violencia homófoba, en mi propia casa, se repitió. Recuerdo que tuve que ir a hacer mis exámenes de selectividad con un cuello vuelto, en junio, en Jerez de la Frontera, porque me faltaba la piel del cuello de unas caricias paternales…Yo aún no había tenido experiencia sexual de ningún tipo: ni con hombre ni con mujer. Pero la estigmatización en mí de la sensibilidad, de la cultura, de otra mirada, me puso, irremediablemente, de parte de esa causa que, sin saberlo aún, sería mía. No tengo relación con mi progenitor desde hace más de 28 años. Con las leyes de hoy tal vez la cosa habría sido de otro modo porque, hasta el divorcio de mi madre, nos hizo sufrir por parte de una juez que nos trató a los maltratados como verdugos. Era la época en la que estaba de moda la “alienación monoparental”, supuesta manipulación de las madres contra los padres… ya entonces perdí la sensación de amparo y justicia en la judicatura. A lo largo de mi vida he tenido que pasar por los juzgados más de una vez por estas cuestiones. Me insultaron cuando me manifestaba por el matrimonio igualitario, los creyentes del amor al prójimo del foro de la familia; me insultaron cuando en mi comunidad de propietarios de Madrid le llevé la contraria al constructor y me atacó por mi identidad sexual; me insultaron cuando escribí una novela, La Coartada de Antínoo, que recibió excelentes críticas, algunos colegas de las letras muy conocidos que llegaron a decir, en una reunión en la que yo estaba, sin conocerme y sin saber que les oía: “qué buena novela, qué pena que el autor sea tan maricón”; y en Málaga, un viernes de dolores, en la plaza del Carbón, una cuadrilla de albañiles casi me mata a mí, y al que entonces era mi pareja, porque cometimos la ofensa de cogernos de las manos. Ante el insulto de “¿cual de los dos es la nena?”, les respondí, “a lo mejor tú”, y casi nos asesinan a adoquinazo limpio. La jueza de primera instancia de Málaga sobreseyó el caso y le dijo a nuestra abogada, en un pasillo del juzgado que, ”si nos habíamos cogido de la mano, dos hombres, era normal que quisieran matarnos porque les estábamos provocando”. Fue la misma juez que sobreseyó el caso de la chica que violaron entre varios en la feria malacitana, porque empezó como una relación consentida y luego no quiso continuar, y su señoría decidió que la chica era una...pongan ustedes el calificativo, para mí una víctima de la violación y de esa juez.  Yo recurrí al provincial y condenaron a los albañiles, después de más de un año de pleitos, con una multita de 300 euros por barba. Vamos que, insultar salvajemente a alguien por su condición sexual y corretearlo a adoquinazos por la calle sale muy barato en este país.

Hay algo común en todo este relato con el asesinato de Samuel Luiz, que me ha revuelto, y a muchos otros, todos estos recuerdos. ¿Cómo se atreve un maricón a responder? Los maricones calladitos, a aguantar y agachar la cabeza con todo lo que se nos quiera echar encima. Eso mismo le pasó a Samuel. Cuando le dijeron “deja de grabar o te mato, maricón”, se atrevió a responder “Maricón de qué”, y eso es una ofensa que los inseguros machitos homófobos, que además necesitan una jauría de 14 personas para reafirmarse, no pueden permitir. Por eso lo asesinaron. Y todavía siguen dudando de si fue un delito de odio, un delito homófobo. Ni siquiera sería necesario que Samuel Luiz fuera gay, aunque su entorno de amistades lo ratifiquen. Los que lo asesinaron pensaron que lo era y eso fue lo último que oyó mientras lo destrozaban a golpes hasta la muerte sobre una acera. El crítico y estudioso alemán Hans Mayer, en uno de sus ensayos literarios aseguró que “en la literatura, los homosexuales aparecen como delincuentes o como víctimas, casi siempre como ambas cosas”. Es una pena que en la historia y en la realidad también, porque responde a un prontuario de odio educacional contra nosotros. Yo sigo teniendo que soportar comentarios despectivos en la calle, en mi profesión, entre algunos miembros consanguíneos, no sólo mi progenitor, que ya no son familia, pero pienso seguir respondiendo a quienes me insultan. Es el momento de organizarse. ¿No dice la extrema derecha y los presuntos “constitucionalistas” que ahora callan, cuando la orientación sexual está protegida constitucionalmente, que somos un Lobby? Pues seámoslo de verdad. Exijamos el cumplimiento de la ley, de nuestros derechos, que son derechos humanos y constitucionales. Los que no los defiendan que se queden solos, con sus jaurías, y sin votos. Los jueces tibios que sean puestos en la palestra y se les pidan explicaciones, e inhabilitaciones de ser necesarias. ¿Maricón? Como respondió Samuel a una turba cobarde de masculinidad frágil: “Maricón de qué”. A lo mejor la próxima vez también me matan y mi sangre, como la de Samuel, como la de Lorca, como la de tantos, manchará la historia y las manos de los que miran a otra parte y no hacen nada, y callan.  Ni un paso atrás.